Pedro Benítez (ALN).- Los 17 de octubre de cada año miles de fieles peronistas se congregan en la histórica Plaza de Mayo del centro de Buenos Aires para celebrar lo que consideran el inicio de su movimiento político. El Día de la Lealtad. Esa fecha, pero de 1945, una enorme movilización de obreros se trasladaron desde el cordón industrial de la capital argentina a la mencionada plaza para presionar por la liberación del entonces coronel y vicepresidente Juan Domingo Perón, verdadero hombre fuerte del Gobierno militar instalado en 1943, quien había sido desplazado del poder y encarcelado por sus compañeros de armas. Perón fue liberado ese día, dio un enfervorizado discurso a sus seguidores y meses después fue elegido presidente por amplia mayoría en unas elecciones libres e impecables.
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Fue así como el 17 de octubre pasó a ser parte central de la mitología peronista, un movimiento político que desde entonces ha cautivado a millones de argentinos, a favor y en contra, ha interesado a intelectuales que lo ven como la representación por antonomasia del populismo, ha sido usado por políticos de toda condición para ganarse unos votos y sin el cual no se pueden entender las últimas ocho décadas de la historia de Argentina.
Desde entonces ha habido todo tipo de peronismos, empezando por el de su fundador que en sus primeros años en el poder fue un simpatizante poco disimulado del eje nazi-fascista, razón por la cual se ganó mala prensa tanto en Europa como en el resto del continente americano. Hubo el Perón de la etapa 1946-1951 que construyó el mito de su esposa Evita, que repartió enormes beneficios a los obreros, dio mucho poder a los sindicatos, nacionalizó los ferrocarriles e incrementó el gasto público liquidando sorprendentemente rápido el enorme saldo acumulado por Argentina al final de la Segunda Guerra Mundial. Un país que por entonces era la octava economía del mundo, el más rico y con la renta per cápita más alta de toda América sólo por detrás de Estados Unidos. Ese fue el Perón que, aunque apoyado por la mayoría de los electores, censuró a la crítica, persiguió a sus adversarios, metió presó el día de la elección al principal candidato opositor y se permitía pequeñas miserias como aquella de sacar a Jorge Luis Borges de un empleo en la Biblioteca Nacional para designarlo Inspector de mercados de aves de corral.
También hubo el Perón que administró la crisis que él mismo creó, que bajó el gasto público, redujo la inflación, se acercó a los inversionistas estadounidenses y al que el golpe militar de 1955 lo convirtió de victimario en víctima. El Perón amigo de los dictadores de derecha Alfredo Stroessner, Marcos Pérez Jiménez, Rafael Trujillo y Francisco Franco quienes lo protegieron en su exilio desde el cual animó a grupos como los Montoneros, parte de aquella juventud argentina ilusionada con la revolución cubana y el Ché Guevara, a desestabilizar por medio de la violencia a los gobiernos argentinos de turno. El mismo que una vez de vuelta al poder, por tercera ocasión, consintió el inicio de la guerra sucia contra los Montoneros por parte de la siniestra Triple A antes de fallecer en 1974 y dejar a su país sumido en el caos económico y político.
¿Muerto Perón muerto el peronismo?
Sin embargo, contrariando aquella máxima según la cual muerto Perón muerto el peronismo, la desastrosa dictadura militar de 1976 a 1983, la derrota en la Guerra de Malvinas y la hiperinflación con la que terminó el gobierno de Raúl Alfonsín pavimentaron el terreno para el retorno al poder del Partido Justicialista (nombre original y oficial de peronismo) de la mano del más aventajado de sus herederos: Carlos Saúl Menem. Esta fue la etapa del peronismo liberal en lo económico, implacablemente pragmático en lo político, frívolo en sus maneras y corrupto en sus prácticas. Cual hereje Menem privatizó y desreguló casi todo lo que se podía privatizar o desregular, apaciguó los sindicatos, se ganó el aplauso de los organismo económicos multilaterales, se hizo amigo de George Bush padre, introdujo la convertibilidad cambiaria, hizo sentir a los argentinos nuevamente en el primer mundo y del peronismo, una vez más, una máquina de ganar elecciones. Eso sí, dejó cocinando a todo vapor otra crisis económica a su sucesor, el radical Fernando de la Rua, al que el peronismo, siempre consecuente con sus tradiciones, le hizo la vida imposible en las calles y en el Congreso.
El estrepitoso desplome de la Convertibilidad en diciembre de 2001 permitió un nuevo retorno del peronismo (que siempre vuelve) de la mano de un grupo de políticos que habían sido aliados, subalternos y beneficiarios del menemismo, entre los cuales destacaba la pareja Néstor y Cristina Kirchner. Sin credenciales en la izquierda peronista ni de resistencia a la última dictadura militar, refundaron el movimiento e inauguraron una nueva etapa de hegemonía política (2003-2015) gracias al auge del precio de la soja (la diosa fortuna) que les permitió financiar el paso de un inicial estilo moderadamente socialdemócrata a un cada vez más salvaje, irresponsable y corrupto populismo, siempre acompañado por la condena al neoliberalismo de la etapa menemista; después de todo en América Latina la memoria colectiva es débil.
Demonizar a la oposición
Obsesionados a su vez por demonizar a la oposición y a la crítica, arrodillar a las instituciones y garantizarse la impunidad en nombre del pueblo, los Kirchner, con la imágenes de Perón y Evita detrás, contaron con el apoyo activo de Lula da Silva, Hugo Chávez, Rafael Correa y los hermanos Castro que como aliados les dieron una imagen aceptablemente “progresista” que cobraron puertas adentro al clientelizar (sic) a toda la izquierda argentina. Eso es el kirchnerismo.
Con toda esa trayectoria a las espaldas se puede comprender que en el peronismo se consiga casi de todo: ateos y creyentes; fascistas, trotskistas y castristas; liberales, socialdemócratas y socialistas; militaristas y civilistas; sindicalistas, empresarios y muchos contratistas. Aprovechando el fracaso de otro gobierno no peronista, el de Mauricio Macri (2015-2019), y contando con la fidelidad de un tercio del electorado argentino, Cristina Kirchner reunió todo ese mezclote de ideas, gentes e intereses en la coalición que llevó al poder a Alberto Fernández en diciembre de 2019.
Sin dejar de lado las consecuencias de la pandemia, que como en el resto del mundo afectaron al país, lo cierto del caso es que el desempeño presidencial de Fernández se puede calificar, siendo benignos, de bastante mediocre. A lo largo de estos tres años se ha dejado acorralar públicamente por su Vicepresidenta que no desperdicia oportunidad para dejar claro que ella es la que tiene la última palabra.
Lo que demanda el kirchnerismo
En una actitud bastante inexplicable Cristina Kirchner se ha convertido en la jefa de la oposición. Sistemáticamente le ha puesto todos los palos en la carreta a su propio Gobierno saboteando los intentos de acuerdo que necesita Argentina con el FMI. No se ha ahorrado críticas contra los ministros del Gabinete y los ha hecho caer a uno tras otro incluyendo el de Economía Martin Guzmán, cuya renuncia en julio pasado disparó la actual situación que tiene al país al borde de la hiperinflación.
El remedio que el kirchnerismo demanda en la calles, en boca del heredero Máximo Kirchner, es la opción chavista: más controles de precios, más fiscalizaciones a los comerciantes, más retenciones a los productores del campo que son los que generan las divisas.
Por medio de un acuerdo político in extremis entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner (que casi ni se dirigen la palabra) ha quedado al frente del ministerio de Economía Sergio Massa. Un peronista pragmático y oportunista, que en su día aseguró que más nunca volvería al redil kirchnerista hasta que le ofrecieron presidir la Cámara de Diputados. Hoy hace equilibrismo entre todas las facciones del peronismo intentado el milagro de remontar el partido. Según The Economist Massa es hoy lo que se interpone entre Argentina y el caos.
Es así como llegamos al día de ayer (17 de octubre) donde el peronismo recordó su día no con una marcha, sino con tres. A ninguna de las cuales el presidente Fernández fue invitado.
Alta inflación
A un año de la elección presidencial, con la inflación anualizada superando peligrosamente el 80% y con varios sondeos de opinión pública dejando abierta la posibilidad de que por vez primera el peronismo llegue de tercero en una elección nacional, la coalición se empieza a desarmar.
La Confederación General del Trabajo (CGT) históricamente vinculada al movimiento recordó el 17 de octubre criticando a la gestión oficial y a la Vicepresidenta; ante una Plaza de Mayo medio llena Máximo Kirchner por su lado acusó de traidores a antiguos aliados de desleales; y un tercer acto, las organizaciones sociales más cercanas al Gobierno con el Movimiento Evita a la cabeza también expresaron públicamente su malestar.
Del presunto y no aclarado intento de asesinato de la señora Kirchner el mes pasado nadie se acuerda, parece más bien un asunto prehistórico y apenas mejoró su posición en las encuestas donde aparece empatada, en 17%, con el controversial diputado y economista anarcoliberal Javier Milei.
Mientras tanto, la principal coalición opositora, Juntos por el Cambio (entre 33 y 40% de las preferencias), parece tentada a sentarse a esperar pasar el cadáver de su adversario frente a su tienda.