Juan Carlos Zapata (ALN).- Hubo un tiempo que al canciller Maduro le salían muy bien las cosas. Entonces tenía a Hugo Chávez. Y contaba con Fidel Castro. Pero sobre todo, tenía mucho dinero. Así, la Cancillería de Caracas era una maquinaria de iniciativas, pero también de manipulaciones, y engaños.
Esa oficina que hoy preside Michelle Bachelet, estuvo engañada por años. La vigilancia sobre los derechos humanos en Venezuela data de hace más de una década. Sólo que los gobiernos de Hugo Chávez se negaban a suministrar información, o la que aportaban al organismo, era parcial, llena de mentiras. El mundo aún le creía a Chávez. Chávez contaba con apoyos en el mundo. Y el canciller Nicolás Maduro andaba pregonando una realidad que no era. En Venezuela, ya se restringía la libertad de expresión, ya se criminalizaba a la oposición, ya se perseguía, ya se inhabilitaba políticos opositores, ya había presos políticos, y otros tenían que huir del país. No se diga de la situación de las cárceles, del estado de violencia. La no separación de poderes era un hecho. Por lo demás, ya la crisis eléctrica había comenzado. Ya asomaba la escasez de alimentos, y a pesar de ello, Hugo Chávez obtenía de la FAO y el PNUD índices de un país que lo suplía todo y altos índices en desarrollo humano, y había informes que hablaban de Venezuela como el país más feliz del planeta Tierra.
El gobierno no dejaba que entraran las misiones técnicas de la ONU a mirar, a observar, la situación de los derechos humanos. Una fuente de la propia Cancillería en Caracas, señaló al diario ALnavío, que el informe Bachelet hay que entenderlo dentro de ese contexto. Al tiempo que el informe expone la verdad, había una necesidad de evaluar a Venezuela. Sacar a flote la verdad. Y descontarse tantos años de mentira.
Y aun así, el gobierno no dejaba que entraran las misiones técnicas de la ONU a mirar, a observar, la situación de los derechos humanos. Una fuente de la propia Cancillería en Caracas, señaló al diario ALnavío, que el informe Bachelet hay que entenderlo dentro de ese contexto. Al tiempo que el informe expone la verdad, había una necesidad de evaluar a Venezuela. Sacar a flote la verdad. Y descontarse tantos años de mentira.
En febrero de 2010, Sergio Pinheiro, relator de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se quejaba de las restricciones para obtener información de parte de Venezuela. Según reporte de BBC Mundo de entonces, Pinheiro reconocía “las dificultades de presentar un informe sobre un país al que no puede visitar”. Pero, decía la nota, “Paulo Sergio Pinheiro, comisionado y relator para Venezuela de la CIDH, aseguró a BBC Mundo que eso ‘no es un obstáculo’. ¿Y por qué? Lo responde: ‘Sería mucho mejor, como siempre intento convencer al gobierno, que se recibiera a la comisión (…) Pero tenemos informes de todas las partes, de nuestros colegas de Naciones Unidas y de organizaciones de la sociedad civil nacional e internacional’, explicó Pinheiro”.
Se tenía información, de otros organismos, pero estos también recogían datos a distancia. Tampoco a los relatores de la ONU ni a los órganos de tratado, señala la fuente de Cancillería, se les daba acceso, y ningún funcionario de la ONU o de estos organismos internacionales, visitan el país en cuestión, si no es con autorización del gobierno.
Así se fue creando un estado de ánimo que se quedó allí. Hubo cambios en los más altos niveles. Hubo cambios en los altos comisionados. Pero los técnicos seguían en sus puestos, y haciendo el trabajo. Los técnicos esperaron el momento hasta que llegó 2019. Y no es que la misión de ahora haya trabajado a sus anchas en Venezuela, pero al menos hubo acceso a fuentes directas, y hay un equipo que se quedó en Caracas, y hasta el informe habla de establecer una oficina permanente, lo que se pone en duda hoy por la reacción de Maduro ante el informe. En todo caso, el régimen de Maduro sigue estando bajo observación de la ONU, y más después del informe Bachelet.
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Para los relatores, los órganos de tratado, y los técnicos, Venezuela constituía un problema que se notaba a la hora de elaborar el informe anual. Allí estaba el faltante. Y sin embargo, cada año, Chávez pontificaba en las asambleas generales de la ONU, y Maduro allí, con él. Prometiendo recursos a esas oficinas. Dinero que nunca llegaba. Pues para qué se va a entregar dinero a oficinas que van a vigilar lo que el gobierno no quería que se vigilara. El dinero era para otras actividades. Para el logro de otros objetivos. Para comprar votos en la ONU. Para comprar votos en la OEA. Para ganar apoyos en la región latinoamericana y el Caribe. Para respaldar candidatos presidenciales. El dinero se usaba para que se hablara bien de Chávez y del chavismo. Y bajo el paraguas de tantos recursos, el canciller Maduro llegó inclusive a Paraguay con el fin de imponer decisiones de alto nivel, a arengar militares paraguayos, cuando era inminente la destitución del presidente Fernando Lugo. Hasta ese punto llegó.
El poder de los petrodólares obraba el milagro de que los gobiernos de Chávez consiguieran apoyo en el Movimiento de los Países no Alineados. Se había conformado Unasur. Y el ALBA. Y el Caricom estaba alineado con Chávez gracias a Petrocaribe. Y China y Rusia asomaban como socios privilegiados. La suma de todos estos respaldos, hacía posible que Venezuela pasara sin contratiempos las evaluaciones en el Consejo de Derechos Humanos.
Ahora viene la otra prueba. Viene septiembre y el nuevo periodo de sesiones en la ONU. Si Maduro va a la Asamblea General de la ONU, qué va a decir. Tendrá enfrente una comunidad de naciones que conoce un informe de la propia ONU. El Consejo de los Derechos Humanos dispone ya de un documento que es prueba analizada.
Pero el problema seguía allí en Ginebra, por donde se sucedían los altos comisionados para los derechos humanos hasta la llegada de Michelle Bachelet que coincide con la crisis venezolana, una crisis gestada con Chávez, y que la gestión de Maduro multiplicó hasta convertirla en crisis humanitaria, en tragedia humanitaria. Una crisis que el mundo no puede ignorar, por el éxodo de venezolanos extendido por el planeta y que suma más de 4 millones de personas. Una gestión que destruyó a Petróleos de Venezuela, y al no haber ingresos petroleros, se acabaron los dólares, se acabó el dinero que el canciller Maduro repartía para comprar voluntades. Hoy, por el contrario, es un hombre aislado, y no reconocido por más de 50 naciones. En el momento de la presentación del informe ante la ONU la semana pasada, por Maduro sólo hablaron a favor, los aliados de siempre: Cuba, Nicaragua, Rusia, China, Bielorrusia, e Irán, todos países en los que los derechos humanos se violan día a día. También lo defendió Bolivia, donde gobierna Evo Morales, quien se quiere eternizar en la presidencia. No lo defendió ningún país de África, pese al discurso chavista hacia África, y pese a que Venezuela sea el país de América Latina con más embajadas en este continente. Tampoco habló a favor de Maduro ningún país árabe, ni siquiera Argelia. Por supuesto, en América Latina, hoy se encuentra Maduro en clara desventaja.
Al vicecanciller, William Castillo, le correspondió defender en la ONU el informe, siendo este un funcionario de menor jerarquía, sin experiencia en el mundo de la diplomacia, lo cual expresa lo disminuido del régimen de Maduro, del excanciller Maduro, el que una vez fue el más poderoso canciller en la historia de Venezuela.
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Ahora viene la otra prueba. Viene septiembre y el nuevo periodo de sesiones en la ONU. Si Maduro va a la Asamblea General de la ONU, qué va a decir. Tendrá enfrente una comunidad de naciones que conoce un informe de la propia ONU. El Consejo de los Derechos Humanos dispone ya de un documento que es prueba analizada. Los Estados Unidos, por su parte, irán con nuevos argumentos ante el Consejo de Seguridad. ¿Cuál será el discurso de China y Rusia? El de Maduro se conoce. Que el informe fue preparado en la oficina de Elliott Abrams. ¿Quién le cree?