Nelson Rivera (ALN).- Si Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, es un hombre peligroso, lo es porque su inmenso poder puede ser usado a favor del populismo y la destrucción de las democracias.
Probablemente no haya en este primer trecho del siglo XXI, una historia de vida más veloz y rutilante que la de Mark Zuckerberg. Así como Jeff Bezos arrancó la historia prodigiosa de Amazon en un modesto garaje, Zuckerberg inició la de Facebook en una habitación compartida en la Universidad de Harvard. El dato del espacio reducido es incitador. Steve Jobs, héroe empresarial de las últimas dos décadas del siglo XX, también inició la vertiginosa carrera de Apple en un garaje.
Basta con repasar los datos de lo ocurrido en los últimos años para maravillarse ante el espectáculo de su Frankenstein digital: desde su creación en 2004, hasta nuestros días, Facebook ha sumado más de 2.100 millones de usuarios. Apenas salió a la Bolsa en 2012, ingresó en la categoría de los gigantes de Wall Street: la acción se revalorizó 400% en cinco años. Los beneficios que arroja Facebook, que dieron un salto cualitativo entre 2015 y 2016, han colocado a Zuckerberg como el quinto hombre más rico del mundo, a finales de 2017, con una fortuna de más de 60.000 millones de dólares.
Que la revista Forbes lo haya incluido en el 2016 en el décimo lugar entre las personas más poderosas del planeta, no es más que un síntoma de su poderío. El valor bursátil de Facebook -también el de Apple, Google, Microsoft y Amazon- es mayor que el PIB de casi un centenar de países. Pero lo relevante de estos datos no se limita a la cuestión financiera o económica. Se trata de algo mucho más decisivo y profundo.
Lo medular del inmenso y creciente poder de las empresas tecnológicas, con Google y Facebook a la cabeza, es que hemos ingresado en una era donde los datos han adquirido una inmensa relevancia, no sólo para la economía sino también para la política. Cada nanosegundo, Facebook suma y suma datos sobre las conductas, los intereses, los gustos y las preocupaciones de más de 2.000 millones de personas. Hay expertos que han proyectado que en 2020 los usuarios de Facebook cruzarán la línea de los 2.500 millones. Se trata de una masa de información de potencial incalculable, que puede ser utilizada, lo queramos o no, para los más diversos usos. Y esa potencialidad está en manos de un hombre. De un solo hombre, de 33 años de edad.
La iniciativa Chan Zuckerberg
En 2010, Warren Buffett y Bill Gates lanzaron The Giving Pledge (La promesa de dar), en el que invitaban a las familias más ricas de Norteamérica, a donar la mitad o más de sus fortunas, para fines filantrópicos. La propuesta encontró acogida y, en corto tiempo, otros multimillonarios se incorporaron, entre ellos el cineasta George Lucas. En diciembre de 2012, Zuckerberg y su esposa Priscilla Chan anunciaron que, a lo largo de su vida, donarán la mayor parte de su fortuna para “promover el potencial de las personas”.
Los beneficios que arroja Facebook, que dieron un salto cualitativo entre 2015 y 2016, han colocado a Zuckerberg como el quinto hombre más rico del mundo
En las raras ocasiones en que ambos han hecho apariciones públicas, ha sido para hacer donaciones y posicionarse como esposos filántropos. Salvando las especificidades, los Zuckerberg han circulado por la senda abierta por Linda y Bill Gates. A finales de 2015, fue anunciada la llamada Iniciativa Chan Zuckerberg, según la cual, a lo largo de su vida donarían 99% de las acciones de Facebook para el combate de las enfermedades y para promover acciones que detengan el cambio climático. El anuncio se hizo el día en que nació la segunda hija de la pareja. En septiembre de 2016, se anunció la donación de 3.000 millones de dólares para investigación en temas de salud.
Mientras tanto, Zuckerberg se ha mantenido fiel a su imagen de genio joven, poco comunicativo y ajeno a los medios de comunicación. Son miles los periodistas, de los medios de comunicación más reputados del planeta, que han recibido un amable no como respuesta a la propuesta de entrevistarle. Le bastan para hablarle al planeta los casi 110 millones de seguidores que tiene su cuenta en Facebook.
La pérdida de la inocencia
Con el estallido del caso de Cambridge Analytica, muchas de las sospechas y advertencias que los expertos habían hecho a lo largo de los años se han confirmado. Se comprobó, en primer lugar, que los usuarios de Facebook desconocían o no preveían la posibilidad de que sus datos fueran utilizados. Se comprobó que Zuckerberg tenía una responsabilidad directa en el modo en que terceros han usado los datos que obtienen de Facebook. En este caso, cedió los datos de 87 millones de usuarios, en una acción que sólo cabe señalar como absolutamente irresponsable.
Dejó en evidencia, tal como se lo contó Christopher Wylie a Marta Torres en Nueva York -periodista del diario El Mundo, de España-, que se utilizaron los datos para estudiar las emociones y los estados anímicos de las personas, y así producir mensajes que las conquistaran para determinados fines, sin su consentimiento. En este caso, se usaron a favor de la campaña de Donald Trump, pero peor todavía, teniendo, posiblemente, a los rusos como su cliente. Como dijo el propio Wylie: “Es un experimento sumamente inmoral porque se juega con la sicología de un país entero sin su consentimiento o conocimiento”.
El 10 de abril de 2018, el día que Zuckerberg compareció ante el Senado de Estados Unidos, uno de sus asistentes llevó consigo un cojín de 10 centímetros de alto: Zuckerberg se sentó sobre él. Uno de los preparativos fue parecer más alto. La gran mayoría de sus intervenciones fueron previsibles, memorizadas y elusivas. A menudo la respuesta consistió en darle largas a las preguntas y señalar que, más adelante, su equipo ampliaría los detalles. Cuando el senador republicano Roger Wicker le preguntó si es cierto que Facebook rastrea la información de los usuarios en internet incluso cuando no están conectados a esa red social, Zuckerberg contestó: “Senador, quiero asegurarme de ser muy exacto en esto, así que será mejor que mi equipo haga seguimiento de esto después”. Más tarde, bajo la presión de la senadora demócrata Kathy Castor, Zuckerberg reconoció que Facebook sí rastrea la actividad en internet de los usuarios, incluso cuando no están conectados.
A lo largo de las dos sesiones que duró la interpelación por parte de los senadores, la sensación imperante fue la de un hombre que no contó la verdad. Saltó de un tema a otro, no desarrolló las respuestas, prometió contestar en otro momento. Fueron más las cosas que quedaron sin responder que lo contrario. Pero más allá de las percepciones, algo quedó claro: que Facebook suma y suma y suma datos de sus usuarios, estén o no conectados a la red social. En otras palabras: quedó claro que el señor Zuckerberg, haciendo uso de la letra pequeña, aprovechando el vacío legal y la confianza otorgada por los ciudadanos, adquiere cada día un poder más extenso. Cambridge Analytica ha servido para sacar a la luz a un señor de ambiciones desmedidas.
Sandy Parakilas, que era el director de operaciones de Facebook, dejó la empresa en 2012, luego de que sus advertencias sobre la cesión de datos sin control no encontraran ningún eco en la empresa donde todo, sin excepción, está bajo el mando de Zuckerberg. Sus argumentos son tajantes: entre ganar dinero y proteger los datos, predomina lo primero. Parakilas es un experto mundial en los modos en que las tecnológicas actúan para que las personas no entiendan y no se interesen por las condiciones de uso. A su afirmación de que Zuckerberg necesita un adulto a su lado que lo controle, habría que agregar que lo que está en juego es mucho más que los datos de millones de personas. Si Zuckerberg es un hombre peligroso, lo es porque su inmenso poder puede ser usado a favor del populismo y la destrucción de las democracias.