Leticia Núñez (ALN).- A Roberto Caubilla aún le duran las pesadillas que le provocó la erupción del Volcán de Fuego. Vive desde hace cuatro años en Guatemala, donde trabaja como periodista. Cuenta a ALnavío que le impresionó mucho cómo sacaban los cuerpos petrificados con posturas en tensión. También recuerda especialmente el fuerte olor a azufre en las zonas afectadas. “Cuando llegas a casa es duro no llorar, pero al final estas situaciones te ayudan a crecer tanto personal como profesionalmente”, dice.
Lo tuvo cerca. Muy cerca. Desde la terraza de su casa, Roberto Caubilla veía salir la lava del Volcán de Fuego. Era el viernes 1 de junio. Y este español, que se fue a Guatemala hace cuatro años para trabajar en la oficina comercial de la Embajada España en Guatemala, recuerda que el Instituto Vulcanológico emitió un boletín alertando sobre el riesgo de caída de flujos piroclásticos. El domingo 3 se produjo la tragedia.
El Volcán de Fuego explotó ese día. Causó al menos 165 muertos, dejó 260 desaparecidos y casi dos millones de personas afectadas. Algunas lo han perdido todo. Y eso es algo que ronda la mente de Roberto de manera constante. “Te parte el alma escucharlos”, dice al diario ALnavío.
Una de las historias que más le impresionó fue la de José Hernández. Le enumeró todos los familiares que había perdido. “Estaba con la mirada perdida y con mucha frialdad, en shock”, recuerda Caubilla, quien trabaja como periodista Soy502.com. También la de Bryan Rivera, quien tras recorrer el lugar donde hasta hacía nada estaba su casa sólo encontró la guitarra de su hermana pequeña. No volvió a saber nada de los 13 miembros de su familia.
“Este tipo de situaciones te ayudan a crecer como persona porque te haces más fuerte, y también profesionalmente”
“Cuando uno llega a su casa después de esos momentos es duro no llorar”, admite Roberto, de 30 años y procedente de la localidad burgalesa de Miranda de Ebro. Dice que por las noches se despertaba sudando, “seguramente por las pesadillas”. Hoy, dos meses después, no se ha recuperado del impacto emocional. “Me ayuda contar con mis amigos y compañeros en todo lo que he vivido, pero aunque uno piense que lo tiene superado luego resulta que no. Por ejemplo, hace unos días me volví a despertar con pesadillas”.
No obstante, asegura que pese a lo complicado de gestionar este tipo de situaciones, “te ayudan a crecer como persona porque te haces más fuerte, y también profesionalmente”.
El lunes 4 de junio, después de la erupción, es decir, cuando apenas habían transcurrido 24 horas, a Roberto le enviaron a la zona cero con un fotógrafo. Había mucho polvo en el ambiente. La mascarilla era obligatoria. Poco después de llegar, les evacuaron. “El suelo estaba muy inestable y la lava seguía avanzando. En ese momento no fui consciente del peligro por la adrenalina, pero sí podía haber sido peligroso”, afirma.
Ni siquiera los rescatistas pudieron ingresar debido a las cenizas, que alcanzaron 10.000 metros de altura. Y es que esta última erupción fue la más violenta del Volcán de Fuego en los últimos 44 años. “Aunque parecía que el terreno estaba seco, cuando metías el pie te hundías y empezabas a notar el calor. Un fotógrafo se hundió y sufrió quemaduras de segundo grado”, apunta al respecto.
Otro día viajó hasta el municipio de Alotenango. Empezaban a celebrarse los primeros entierros. Roberto recuerda que “el ambiente estaba muy gris y todavía había bastantes cenizas en las calles”. De aquel momento no se le olvidará cómo sacaban los cuerpos petrificados con posturas en tensión: “Me impresionó mucho”.
Como también le conmovió el fuerte olor a azufre en algunas zonas. “Aunque uno intenta mantenerse al margen es imposible e incluso es difícil entrevistar a la gente. A uno no le gustaría que le estuvieran grabando en esos momentos”.
No obstante, pese a las pesadillas y las imágenes tan duras que han quedado grabadas en su memoria, él se queda con lo positivo. Con que de las situaciones difíciles también se aprende. Por eso, no tiene pensado volverse a España.
Su familia así se lo pide. “Están preocupados, como es normal. Esa tarde les escribí un mensaje para contarles lo que había pasado y que todo estaba bien. Sabía que en cuanto vieran la noticia me llamarían y estaría durmiendo. También les avisé que me mandaban a cubrirlo al lugar y que no se preocuparan”.
Pero la intranquilidad de sus padres está ahí. “Cuando ya pude hablar y contarles todo lo que había vivido, su pregunta fue cuándo me vuelvo a España”. Pero él lo tiene claro. Dice que no contempla esa opción. “Me quedaré a vivir la experiencia”, concluye.