Pedro Benítez (ALN).- En ocasión del repentino fallecimiento de Alekséi Navalni en una colonia penal ubicada en el Círculo Polar Ártico de la Siberia occidental, vale la pena, en homenaje a su memoria, recordar una pequeña gran obra que la literatura rusa le ha dado a la cultura universal: Un día en la vida de Ivan Denisovich, del no menos grande Aleksandr Solzhenitsyn.
Se trata de una novela corta; por medio de su protagonista, Iván Denísovich Shukhov, se describe con crudeza la vida en los campos de trabajo forzado en la extinta Unión Soviética.
Publicada en noviembre de 1962, fue un símbolo del denominado “deshielo”; unos años en los cuales la represión y la censura fueron relajados en ese país por parte del líder soviético Nikita Khrushchev, y en los cuales millones de prisioneros políticos fueron liberados. Se supone que este permitió la publicación masiva del libro con la intención de socavar la memoria de su antecesor, Josef Stalin.
La obra fue un éxito editorial tanto en la Unión Soviética como en el extranjero, siendo traducida a distintos idiomas a lo largo de la década de los sesenta y haciendo de Solzhenitsyn una celebridad, aunque su mejor obra literaria aún estaba por llegar.
Los campos de trabajo forzado
Los campos de trabajo forzado (el sistema Gulag) fueron de las peores y más degradantes experiencias humanas del siglo XX. Consistían en una serie de centros penales desperdigados principalmente en lejana Siberia, que se instauraron a inicios de la revolución comunista en Rusia en 1918 con el fin de recluir tanto a presos comunes, como a prisioneros políticos y a todos aquellos sospechosos de ser “enemigos del pueblo”. Sin embargo, ya tenían antecedentes bajo el régimen zarista, que los ingleses copiaron brevemente durante la guerra de los Bóeres en Sudáfrica (1899-1902) en donde recluyeron a ancianos, mujeres y niños de la población rebelde.
La diferencia fue la escala, combinada con la minuciosa crueldad. Se estima que durante los cuarenta años de su existencia al menos una décima parte de toda la población de la Unión Soviética fue recluida, durante algún momento de sus vidas, en al menos uno de los 30 mil campos de concentración que se crearon; casi dos millones y medio de personas en su pico, de cuales un millón seiscientos mil perecieron.
De manera aleatoria cualquier persona, por cualquier motivo, podía caer en el sistema; opositores políticos, religiosos, “enemigos de clase”, antiguos miembros de la nobleza o de la burguesía; judíos, gitanos, campesinos prósperos, prisioneros de guerra enemigos, o los propios soldados soviéticos que, capturados durante la Segunda Guerra Mundial, pasaron de cautivos de los alemanes a cautivos de su propio país. También las distintas nacionalidades que componían el imperio soviético se hicieron sospechosas sufriendo deportaciones masivas. Incluso, antiguos y leales miembros del Partido Comunista acusados de traición. En 1927 un artículo del código penal soviético incluyó el término de “familiares de traidores a la Patria”, a fin de procesar criminalmente a las esposas e hijos de los condenados.
En Alemania los nazis copiaron el modelo, agregándole un escalón adicional de maldad en los tristemente célebres campos de exterminio masivo que le costaron la vida a seis millones de judíos.
Las condiciones de vida
En medio de una extrema precariedad, durante jornadas de trabajo extenuantes, las condiciones de vida de los prisioneros eran durísimas. Sin calefacción y escasos alimentos, la muerte era una compañera diaria.
No eran solamente centros de castigo. El propósito era despojar a las víctimas de todo rastro de dignidad personal, consiguiendo la sumisión absoluta. Para sobrevivir en el Gulag había tres reglas básicas: no esperar nada de nadie, no pedir nada a nadie, no confiar en nadie.
De manera magistral, Solzhenitsyn trasmite todos los sentimientos y las vivencias humanas de uno de esos campos de confinamiento en una trama que transcurre en un solo día con una temperatura de 40 grados bajo cero. A través de sus personajes se manifiesta lo peor y lo mejor de ser humano en una situación en la que no parece haber esperanzas. En la breve historia, que comienza a las 5 de la mañana, Iván Denísovich Shukhov tiene un solo objetivo: sobrevivir. Entre ración de comida y ración de comida, se alegra por no haberse enfermado y conseguido vivir un día más.
Pero para el autor de la obra la intención es otra más trascendente, exponer la naturaleza criminal de la dictadura de la que fue víctima. Se trata de una novela testimonial; Solzhenitsyn narra su historia personal porque él mismo estuvo recluido en uno de esos campos. Soldado soviético durante la guerra, cayó brevemente prisionero de los alemanes de los que logró evadirse para terminar siendo acusado de manera absurda de fascista por sus propios superiores. Entre ser condenado a muerte y admitir la acusación y enviado al Gulag, aceptó lo último.
Para el periodista Vitaly Korotich la ola que llevó al desmoronamiento de la Unión Soviética, ese imperio que parecía omnipotente e invulnerable, comenzó con la publicación de las ciento cincuenta páginas de Un día en la vida de Iván Denísovich. Un momento en el cual, alguien decidió desafiar al poder absoluto.