Pedro Benítez (ALN).- En sólo dos ocasiones desde que en 1989 Brasil volvió a elegir presidente por voto popular el ganador de la elección presidencial se impuso en la primera vuelta; esas dos veces se trató del ex presidente Fernando Henrique Cardoso quien derrotó, también dos veces, a su principal rival Luis Ignacio Lula da Silva, quien a su vez ganó sus dos elecciones en el segundo turno.
Este domingo se repitió ese resultado. Con el 48,4% (más de 57 millones de votos) de Lula versus 43,2% (51 millones de votos) del actual mandatario Jair Bolsonaro en Brasil habrá segunda vuelta electoral.
Esto es algo que la mayoría de las encuestas de opinión habían previsto acertando en la votación de Lula pero que, para sorpresa de la mayoría de los observadores dentro y fuera de Brasil, erraron al subestimar (como en 2018) el respaldo electoral del actual presidente Jair Bolsonaro.
El bolsonarismo ganó
El ejemplo más dramático de esto se dio en São Paulo, el corazón industrial del país, donde los estudios de opinión daban perdedores a Bolsonaro y a su exministro de Infraestructura y candidato a gobernador, Tarcísio de Freitas, con casi el 10% de diferencia con respecto al primer lugar. Los dos ganaron con 7% de ventaja.
Bolsonaro perdió en Brasil pero el bolsonarismo ganó al pasar de ser el desestructurado fenómeno electoral de hace cuatro años, respaldado por un pequeño partido político, sin el control de un solo estado o de una ciudad importante, a una fuerza nacional. Ex ministros y aliados del actual presidente brasilero aplastaron a sus rivales en las elecciones a gobernadores de seis estados y ganaron la primera vuelta en cinco más. En su mayoría los más desarrollados del gigante suramericano.
En la Cámara de Diputados el Partido Liberal de Bolsonaro pasó de 24 a 99 puestos, la mayor representación para un solo partido en 25 años y con 14 asientos será la primera minoría en el Senado. A otros grupos de la derecha también les fue bien y entre todos tendrán la mayoría en el nuevo Congreso en Brasilia.
El bolsonarismo llegó para quedarse en Brasil
Las dos únicas mujeres en el Gabinete de Bolsonaro, que renunciaron a sus cargos para poder disputar las elecciones legislativas, fueron elegidas senadoras. Damares Alves, ex titular del Ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos, que se define a sí misma como “terriblemente cristiana”, opuesta a la despenalización del aborto, de las drogas y partidaria de armar a las mujeres para defenderse de la violencia machista, fue elegida por el Distrito Federal. Y Tereza Cristina Correa, ex ministra de Agricultura, derrotó en Mato Grosso do Sul al ex ministro de Salud de Bolsonaro que le renunció por el manejo de la crisis sanitaria en 2020.
Contra los pronósticos el vicepresidente de Bolsonaro, el general Hamilton Mourao, fue elegido senador por Río Grande do Sul. Y en Paraná, también ganó una curul en el Senado, aunque postulado por un partido de derecha distinto al del presidente, el ex juez del caso Lava Jato, Sérgio Moro. Una ola conservadora está recorriendo Brasil.
Por primera vez desde el fin de la dictadura militar en 1985 políticos que abiertamente se presentan como de derecha son electoralmente competitivos. Como el trumpismo en Estados Unidos el bolsonarismo y sus afines llegaron para quedarse por un buen tiempo.
La gran alianza de Lula
La gran alianza de centro que Lula ha creado, que va desde su ex ministra de Ambiente y ex candidata presidencial Marina Silva (con la que se reconcilió) hasta el ex gobernador y empresario paulista Geraldo Alckmin, hizo pensar que podía derrotar a Bolsonaro en la primera vuelta. De hecho ese fue el último pronóstico de la encuestadora Datafolha. Pero por lo visto el mejor candidato para el atrabiliario Bolsonaro ha sido Lula.
Mientras que el voto bolsonarista está más motivado y movilizado, una parte muy importante del electorado vota por Lula no porque le guste éste sino para que no gane Bolsonaro. Mucha de esa gente votó este domingo por candidatos distintos al del Partido de los Trabajadores (PT). Este es el elector que va a decir la elección definitiva en el segundo turno en tres semanas.
La mayoría de los brasileros parecen no olvidar la cadena de escándalos de corrupción que salpicaron los gobiernos del PT entre los años 2002-2016. No es que bajo Lula el PT se haya comportado distinto a los otros grupos de poder desde que se instauró la república en 1888, la diferencia fue la escala. El ex presidente y antiguo dirigente sindical está libre, pero su primer jefe de Gabinete y mano derecha, José Dirceu, así como dos ex tesoreros de su partido cumplen condena en prisión. Probablemente esto explique que el PT haya quedado en el quinto lugar de la representación parlamentaria nacional.
Lula, el político más popular de Brasil, ha sido una máquina de crear votos a la derecha; principalmente en la clase media cargada de impuestos.
Polarización en Brasil
No es que ese sea el único factor en el surgimiento de una derecha con tracción electoral, pero ha sido un elemento determinante en alimentar la polarización en la sociedad brasilera. Bolsonaro ha logrado arrastrar a su favor el creciente voto evangélico que es naturalmente conservador, pero hace dos décadas esos votantes evangélicos votaban mayoritariamente a Lula.
Otro elemento que ha jugado a favor de Bolsonaro es la economía. El desempleo y la inflación han comenzado a bajar en la segunda mitad de este año y el real (la moneda brasilera) se ha mantenido estable. Pero por otro lado, también ha aplicado sus buenas dosis de populismo: las rebajas de impuestos federales a los combustibles, las ayudas directas a más de 10 millones de personas de los sectores más pobres, así como su agresiva retórica contra el crimen, le han permitido penetrar un electorado que tradicionalmente se ha inclinado por el PT.
De aquí al 30 de octubre, fecha de la definitiva segunda vuelta, veremos la campaña más disputada que se recuerde en la historia de Brasil. Sólo un milagro va a impedir que Bolsonaro deje de pelearse con el Tribunal Electoral, el Tribunal Supremo, los gobernadores, TV Globo y los periodistas. Y si bien es cierto que Lula está mucho más cerca de ser elegido presidente por tercera vez, su país no será el mismo que en 2002 lo recibió con esperanza y entusiasmo.