Pedro Benítez (ALN).- La casualidad es parte de la vida. Lo imprevisto de la política. La historia está repleta de hechos inesperados que nadie previó ni planificó pero que cambiaron el curso de los acontecimientos. Sin fortuna no hay príncipe, diría Maquiavelo.
El 6 de septiembre de 2018, un mes y un día antes de la segunda vuelta para la elección presidencial en Brasil, el candidato Jair Bolsonaro fue apuñalado mientras realizaba proselitismo en el estado de Minas Gerais. Tal como lo evidenciaron las investigaciones posteriores no se trató de alguna trama conspirativa de sus adversarios políticos sino de la acción en solitario de un desequilibrado mental. No obstante, el hecho tuvo consecuencias políticas. El ex capitán del Ejército brasilero y outsider trumpista pasó de ser el presunto victimario de la democracia de su país, tal como lo presentaba la campaña en su contra, a la víctima.
Aunque por esos días Bolsonaro aparecía de primero en la mayoría de los sondeos de opinión, el ataque lo catapultó en las preferencias. Le ahorró excusas para no participar en los debates del tramo final de campaña y arruinó la estrategia del candidato del Partido de los Trabajadores (PT), porque es muy difícil atacar a un adversario político que acaba de sufrir un atentado contra su vida. Desde todo punto de vista fue un atentado conveniente.
En ese sentido no cabe duda que el atentado (aún en investigación) contra la vicepresidenta argentina Cristina Kirchner le ha caído como anillo al dedo. Desde las primeras horas de la agresión, destacados voceros de su coalición, empezando por el presidente Alberto Fernández, han sugerido que el hecho es parte del discurso de odio y acoso político desatado en contra de la lideresa peronista y ex mandataria de la nación austral.
Esta versión la ha repetido el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, que al repudiar el hecho escribió en su cuenta de Twitter: “Exigimos una urgente investigación que llegue a las últimas consecuencias y el cese de los discursos del odio de la derecha y los grandes medios de comunicación”.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires, la más importante del país, y líder del ala más izquierdista del kirchnerismo, Axel Kicillof también tuiteó en esa línea: “Quienes insisten en perseguir, incitan a la violencia y hasta piden pena de muerte tienen que parar ya. No se puede seguir fomentando el odio y la violencia”.
En muestra de solidaridad el presidente Fernández declaró el día de hoy feriado nacional para que “el pueblo argentino pueda expresarse en defensa de la vida, de la democracia y en solidaridad con la vicepresidenta”.
Como se podrá apreciar los simpatizantes más connotados de Cristina Kirchner no esperaron a que las indagaciones policiales dieran a conocer el presunto o real móvil del atacante, pero ya le dieron una interpretación política que coloca la pelota al otro lado de la cancha. Porque una cosa es dar una declaración general de principios en favor de la paz y condenando el atentado, y otra muy distinta es apuntar las responsabilidades a los adversarios políticos de la agredida, tal como sugiere el Nobel de la Paz Pérez Esquivel, al pedir “el cese de los discursos del odio de la derecha y los grandes medios de comunicación”.
Es decir, ¿dónde está la línea entre derecho a cuestionar el desempeño de un alto funcionario político por parte de la oposición y la opinión pública, y el “discurso del odio”? Recordemos, la vicepresidenta Kirchner viene arrastrando desde hace muchos años una serie de denuncias y juicios abiertos por presuntos hechos de corrupción. Ella ha respondido acusando a los tribunales, los medios y la oposición argentina de “lawfare” (guerra jurídica con fines políticos) en su contra.
La semana pasada el fiscal federal Diego Luciani solicitó al Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 2 de Buenos Aires, que juzga a la ex mandataria desde hace tres años, una condena de 12 años de prisión, así como su inhabilitación para ejercer cargos públicos.
En un contexto en el cual ella, a la cabeza del Poder Legislativo, le ha declarado la guerra política (por escrito y en carta pública) a todo el Poder Judicial argentino, los principales líderes de la autodenominada “izquierda progresista” latinoamericana, incluyendo varios presidentes en ejercicio, no han dudado en darle respaldo público en su intento de interferir en las decisiones de otro Poder del Estado en lo que constituye una abierta injerencia en los asuntos internos de otro país, asunto en lo que todos ellos son muy celosos si se trata de sus propios intereses, o se les interroga sobre Cuba, Nicaragua o Venezuela.
¿Cuestionar a Cristina Kirchner es cuestionar a la democracia argentina como sugieren sus defensores? ¿Son lo mismo? ¿El pueblo argentino es ella?
A la espera del desarrollo de los acontecimientos y en medio de la marcha que sus fieles efectúan en Buenos Aires en muestra de solidaridad, la primera reacción de los aliados y voceros del kirchnerismo es usar el atentado como coartada que refuerce la defensa de ella en contra de la crítica y los procesos judiciales en marcha.
Eso es, después de todo, lo que ha venido ocurriendo desde de la semana pasada, cuando miles de sus seguidores se han congregado día y noche en los alrededores de su residencia, en uno de los más tradicionales barrios porteños, protagonizando un creciente ambiente de tensión con la policía del Gobierno de la ciudad (que dirige un opositor) en una evidente estrategia de tensionar el ambiente político y presionar en todo lo que se pueda a los tribunales de justicia.
Esta circunstancia coloca, como es lógico, a todos sus críticos en una posición difícil. A la Oposición, a los medios de comunicación que no le son afectos y hasta el fiscal que ante un tribunal la acusa de ser la autora principal de “la mayor maniobra de corrupción que se haya conocido en el país”, en la trama adjudicación irregular decenas de obras viales.
No nos olvidemos que el fiscal Alberto Nisman apareció muerto en el baño de su apartamento de un tiro calibre 22 cinco días después (14 de enero de 2015) de haberla acusado formalmente por la causa de encubrimiento de la trama iraní en el atentado de la AMIA. La versión oficial fue que se suicidó. Su acusación fue archivada.
En días recientes el presidente Fernández recordó imprudentemente el lamentable hecho y manifestó esperar que el fiscal Luciani “no haga lo mismo que Nisman”.
En las primeras de cambio la reacción de los dirigentes de la principal coalición opositora, Juntos por el Cambio del expresidente Mauricio Macri, ha sido correcta condenado el hecho y cualquier tipo de violencia.
Sin embargo, la deriva que esto tome dependerá exclusivamente de Cristina Kirchner. Una líder que lleva más de tres lustros inoculando a la Argentina con su discurso de odio y enfrentamiento. Más de una vez ha afirmado que en defensa ocurrirá otro 17 de octubre (fecha simbólica en el nacimiento del peronismo).
El suyo ha sido el típico liderazgo tóxico y divisivo que ha destruido a otros países latinoamericanos como Cuba o Venezuela, donde desde el poder del Estado se ha atizado el odio de una parte del país contra la otra en medio de la ruina generalizada.
Un estilo de hacer política que no es nuevo en la Argentina. Es un estilo que hundió a ese país en la violencia política durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta por esto mismo de atar el destino de toda una sociedad al de una persona.