Rafael Alba (ALN).- La banda británica ocupó en 2018 el cuarto lugar en la lista de los artistas más vendedores de Universal Music. El margen de beneficio que aporta la venta de formatos físicos justifica la pujanza financiera de la banda de Liverpool.
Sorpresas te da la vida, como diría Pedro Navaja, el personaje inmortal creado por Rubén Blades. Ahora resulta que The Beatles, la banda que revolucionó el pop en la década de los 60 y que unió como nunca antes un espectacular éxito de crítica con unas cifras de venta más allá de lo espectacular, siguen siendo un caballo ganador en estos tiempos de la música en streaming. O eso habría que deducir del lugar de honor que ha ocupado el cuarteto de Liverpool en la última presentación de resultados de Universal Music Group, la major líder del negocio mundial de la música grabada que, como ya hemos contado aquí, obtuvo en el pasado ejercicio unos impresionantes ingresos superiores a los 6.023 millones de euros. Y resulta que una parte nada despreciable de esa cifra se debe a la persistencia en el tiempo de los adictos a las melodías inmortales fabricadas hace más de 50 años, por unos tales John, Paul, George y Ringo.
Ahora resulta que The Beatles, la banda que revolucionó el pop en la década de los 60 y que unió como nunca antes un espectacular éxito de crítica con unas cifras de ventas más allá de lo espectacular, siguen siendo un caballo ganador en estos tiempos de la música en streaming
Según los datos oficiales proporcionados por Vivendi, la compañía francesa que aún posee el 100% de Universal, The Beatles ocuparon el cuarto lugar en la lista de los artistas que aportaron más beneficios a la compañía el año pasado, sólo por detrás de Drake, Post Malone y la banda sonora original de Ha Nacido a la Estrella, la película que ha devuelto a la vida comercial a la gran Lady Gaga. Aún resulta más impactante el dato cuando se sabe que la parte del león de la cifra proviene de las ventas conseguidas por un solo producto: la reedición en distintos formatos de The White Album, un disco doble, revolucionario en su día, que ha conservado a lo largo de los años la condición de referencia en el pop global. Es cierto que su catálogo también se sigue vendiendo, pero desde hace unas cuantas temporadas, los actuales propietarios del tesoro, entre los que están los dos supervivientes Paul McCartney y Ringo Starr, y los herederos de George Harrison y John Lennon, abordan cada año con el lanzamiento de alguna novedad. Reediciones lujosas del viejo catálogo, con descartes, tomas falsas, maquetas desechadas e imágenes inéditas en foto y vídeo.
Y la magia se reproduce y vuelve a funcionar. Sobre todo, gracias a la venta de los formatos físicos, los CD y los vinilos. Un negocio, tal vez residual, pero muy rentable y que aporta unos grandes márgenes de beneficio cuando el lanzamiento se prepara con mimo y se sale a la busca y captura del comprador adecuado. Porque, eso sí, estos reyes de la era del streaming también pescan en ese río, pero mucho menos que los demás. Aunque, por lo que se ve, tampoco es que les haga mucha falta jugársela para aumentar la frecuencia y la cantidad de los clicks. Los administradores del legado de The Beatles parecen haber asumido que pueden sobrevivir, por lo menos de momento, sin los millennials ni sus teléfonos móviles inteligentes. Lo que no significa que no lleven tiempo también tendiendo puentes hacia ese mercado, por supuesto. Pero mientras las actuales estrategias funcionen, tampoco parece necesario realizar demasiados cambios, desde luego.
Clicks versus edición de lujo
La mejor explicación financiera del éxito de The Beatles en pleno siglo XXI quizá se encuentre en un reciente informe elaborado por Mark Mulligan, el prestigioso analista de la consultora Midia Research, de cuyo trabajo ya nos hemos hecho eco aquí otras veces. Según Mulligan, que cita cifras de la empresa BPI, la música de los 60 sólo captura un 2% del total del tráfico de streaming. Por lo que aún si se parte de la idea, probablemente excesiva, de que el 40% de esos clicks se producen sobre canciones del cuarteto de Liverpool, los ingresos generados no superarían los 70 millones de euros, una cifra cuantiosa pero que sólo supondría un escaso 2,7% de los ingresos conseguidos por Universal gracias al streaming. Pero los números cambian y mucho si nos olvidamos del consumo generado por el uso de Spotify y el resto de las plataformas de la competencia y nos concentramos en analizar lo que sucede en las baqueteadas estanterías de las grandes superficies y las pocas tiendas de discos que han sobrevivido y también, evidentemente, en las compras online de vinilos y CD que se producen gracias a la intermediación entre vendedor y cliente que permiten empresas como Amazon.
Según los datos oficiales proporcionados por Vivendi, la compañía francesa que aún posee el 100% de Universal, The Beatles ocuparon el cuarto lugar en la lista de los artistas que aportaron más beneficios a la compañía el año pasado
La edición 50 aniversario de The White Album de The Beatles se ha presentado en dos formatos físicos. Uno doble normal que se vendía a unos 22 euros y una caja de lujo que costaba 130 euros. Según los cálculos de Mulligan, la discográfica obtuvo el pasado año unos ingresos de unos 15 y 100 euros, respectivamente, cada vez que un cliente se rascó el bolsillo para adquirir una de estas joyas. Así que para conseguir siete millones de euros de ingresos a Universal le basta con vender medio millón de unidades de la edición barata o 70.000 copias de la caja premium. Unas cifras que, por supuesto, habría superado ampliamente en ambos casos. Sin embargo, para lograr esa misma cantidad a base de clicks en las plataformas de streaming habrían hecho falta 937,5 millones de clicks. O lo que es lo mismo, que 62,5 millones de personas en todo el mundo escucharan al menos una vez cada una de las 15 canciones que contiene este mítico disco.
La cifra sirve también para ilustrar la necesidad de las discográficas de encontrar nuevos productos para vender que les proporcionen más margen de beneficio si quieren mantener la buena racha. Y también para predecir que la batalla entre los tenedores de derechos y las plataformas de streaming va a endurecerse en el futuro. Y para relativizar el auténtico valor económico de algunos números rimbombantes que, de cuando en cuando, aparecen en los medios de comunicación. Por ejemplo, para darnos cuenta de que gracias a los 1.500 millones de clicks que convierten al tema Bohemian Rhapsody de Queen en la canción más escuchada del siglo XX en las plataformas de streaming, Universal sólo ha ingresado poco más de 11,2 millones de euros. Y lo malo es que, a pesar del éxito de la película biográfica de Freddie Mercury del mismo título, esta banda no ha encontrado todavía una fórmula correcta para comercializar su legado por capítulos y asegurarse unos ingresos anuales recurrentes fijos. Justo lo que sí han conseguido The Beatles, que ya preparan el terreno para el próximo año con una nueva versión del documental Let It Be, con muchas escenas inéditas, dirigida en este caso por Peter Jackson, el responsable del éxito de la saga cinematográfica de El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien, que es un gran fan de la banda.
La quiebra y desaparición de EMI
Pero, además, el éxito cosechado por The Beatles y Queen en 2018 pone también de manifiesto otra ley no escrita de la industria musical que, lamentablemente, sí ha podido comprobarse en la práctica: la total incapacidad de los gestores de la industria financiera y los gurús de los fondos de inversión para hacer fortuna en los negocios relacionados con el mundo del espectáculo. Seguro que los más antiguos del lugar recuerdan con cariño gracias a los viejos vinilos de 33 y 45 revoluciones por minuto, que estas dos bandas míticas formaban parte años atrás del magnífico catálogo de EMI, la gran discográfica británica que les dio la primera oportunidad. Un imperio fundado en la década de los 30 que tras ser una auténtica major en sus años de gloria terminaría troceado y sufriría la humillación de caer en manos de sus tres grandes rivales históricos hace unos seis años.
Aún resulta más impactante el dato cuando se sabe que la parte del león de la cifra proviene de las ventas conseguidas por un solo producto: la reedición en distintos formatos de The White Album, un disco doble, revolucionario en su día, que ha conservado a lo largo de los años la condición de referencia en el pop global
En este momento, la mayor parte de sus activos, como las grabaciones históricas de estas dos bandas míticas, están, como ya hemos dicho antes, en manos de Universal, la disquera de moda a la que Lucien Grainge, otro astuto británico, ha llevado hasta la cima. Aunque, por aquello de la regulación de la competencia y las leyes antimonopolio, Warner también pescó alguna que otra joya en ese río revuelto, mientras que Sony/ATV se quedó con el negocio editorial de su vieja rival. Pero antes de este accidentado fin EMI era un verdadero imperio que junto a los multivendedores históricos de los que hemos hablado, manejaba también artistas contemporáneos de tanto peso específico global y local como los británicos Coldplay o El Último de la Fila en España, entre otros. La decadencia se inició en agosto de 2007 cuando la gestora de fondos Terra Firme Capital Partners adquirió la empresa por medio de una OPA hostil por 4.200 millones de libras (4.831,9 millones de euros).
La discográfica había pagado caras algunas estrategias fallidas como el intento de adquirir Warner el año anterior y una desafortunada política de fichajes que le hizo perder cuota de mercado, sobre todo en Gran Bretaña. Pero ninguno de estos descalabros fue comparable al caos que generaron las decisiones corporativas de Guy Hands, un gurú de los fondos que sabía muy poco de música y que en sólo tres años, tras realizar una dramática macrorreestructuración de plantilla, llevó a la empresa a la quiebra. Sus decisiones provocaron, en primer lugar, la salida en tromba de la firma de algunas grandes estrellas, como The Rolling Stones, y al final que la compañía quedara en manos del banco estadounidense Citigroup, que se encargó de venderla. Ese era Hands, un tipo mucho menos listo de lo que se creía, que ahora vive plácidamente en una mansión ubicada en las Islas Vírgenes británicas, famoso paraíso fiscal, sin que, aparentemente, sus errores le hayan pasado factura.