Pedro Benítez (ALN).- La historia nunca se repite, pero hay procesos que se parecen. Nuevamente una guerra europea despierta el interés por Venezuela de las grandes compañías petroleras del mundo. La necesidad de conseguir nuevas fuentes de hidrocarburos que provocó la Primera Guerra Mundial (1914-1918) llevó a una competencia en todo el orbe que encabezaron la anglo/holandesa Royal Dutch Shell y la norteamericana Standard Oil.
La primera ya había puesto un pie en la Venezuela que mandaba con mano de hierro el general Juan Vicente Gómez, cuando en diciembre de 1922 el reventón del pozo los Barroso II, en el municipio Cabimas del estado Zulia, puso de manifiesto todo el potencial petrolero de aquel pobre y atrasado país, que en cuestión de pocos años se convertiría en uno de los principales exportadores del oro negro.
Como lo narra con detalle Rómulo Betancourt en su Venezuela, Política y Petróleo, a la larga la Standard Oil le ganó a la Royal Dutch Shell la carrera por controlar el petróleo que dormía en las entrañas del suelo venezolano.
Con cien años de diferencia la Chevron Corporation, una de las sucesoras de la mítica Standard Oil, hace lobby entre Caracas y Washington para restablecer sus operaciones de explotación y exportación del crudo venezolano hacia Estados Unidos y el mercado mundial. Entre los rumores que van y vienen a propósito del tema, de las filtraciones en los medios y de los desmentidos que le siguen, podemos dar por seguro algo: hay una negociación en marcha y Chevron (que nunca se ha ido de Venezuela) no es la única compañía petrolera estadounidense que se prepara para aprovechar la oportunidad.
Con casi total seguridad se puede decir que los representantes de Chevron están buscando dos cosas; por un lado abogan ante la Casa Blanca para que flexibilice las sanciones comerciales impuestas en marzo de 2019 contra el sector petrolero venezolano, y por el otro ante Miraflores, a fin de que se cambien las condiciones con las cuales operaba en Venezuela hasta ese año. De ese modo se puede cobrar lo que PDVSA le adeuda y, como se trata de una empresa que siempre juega al largo plazo, vuelve a posicionarse con ventaja en esta parte del mundo.
El pretexto y la ocasión lo brinda nuevamente una guerra en Europa. En esta oportunidad, la invasión rusa a Ucrania. No obstante, está no es la ingenua Venezuela de los años veinte de hace un siglo que no era consciente de lo que tenía al frente; o mejor dicho, de lo que tenía debajo de sus pies.
Una oferta imposible de rechazar
Para Nicolás Maduro y su grupo se trata, para decirlo en una frase que inmortalizó ese monumento a la literatura universal que Francis Ford Coppola llevó magistralmente al cine, de una oferta que no se puede rechazar.
¿Cómo va a rechazar la oportunidad de obtener más ingresos por vía de exportar más petróleo? Por eso es que en las alturas del alto poder chavista se está cocinando el regreso de las otrora odiadas transnacionales petroleras.
Sin embargo, no veremos una Apertura Petrolera al estilo de la efectuada bajo la segunda administración del expresidente Rafael Caldera. Porque la decadente y vituperada democracia venezolana de los años noventa del siglo pasado tenía relaciones plenas con el resto del mundo, con unas instituciones reconocidas y respetadas por toda la comunidad internacional. Con un Congreso que con los votos de la mayoría de los opositores aprobó esa apertura, con un Gobierno que se sabía cuándo culminaría su mandato, con una Ley de Hidrocarburos aprobada en 1943 que todos los presidentes venezolanos, civiles y militares, sin importar el color de su partido, habían respetado escrupulosamente. Un país que, además, tenía una infraestructura razonablemente moderna y a la cuarta empresa petrolera del mundo manejada por venezolanos altamente calificados.
Todo eso, que la Venezuela del siglo XX edificó, el chavismo lo destruyó. Nada de eso existe. No hay una democracia sino un tipo de gobierno (sin ánimo de que la comparación ofenda) semejante al del benemérito Gómez. Bajo la ley que impone un hombre.
La «danza de las concesiones»
Ese es también parte del negativo balance histórico del chavismo. No sólo bloqueó la posibilidad de incorporar a Venezuela al primer mundo, además destruyó casi totalmente los logros que alcanzó el país a lo largo del siglo XX.
Por lo tanto, no veremos una apertura tipo Caldera, sino algo más parecido a la “danza de las concesiones” que describió Betancourt en su día. Las compañías petroleras estadounidenses (los “musiú”) estableciendo las condiciones. Acostumbradas a lidiar con regímenes tiránicos y corruptos no tendrán problemas siempre y cuando puedan asegurar el retorno de sus inversiones.
Del otro lado, le tocará a los chavistas tragarse dos décadas de predicas antiimperialistas y anticapitalistas. Lo harán con gusto. Tal como lo han hecho con el control de cambios que juraron no levantar, con la dolarización, con Fedecámaras y con el Sambil de La Candelaria. Van cruzando cada vez más rápido las líneas rojas.
Por supuesto, tal como pasó bajo el gomecismo, nada eso por sí mismo es necesariamente bueno para Venezuela. Aquel país sólo pudo empezar a aprovechar aquella oportunidad cuando pudo usarla para desarrollarse.