Rafael Alba (ALN).- Muchos informes recientes de la banca de inversión comparan el momento actual de la empresa de Daniel Ek con los inicios de la mutación de Netflix. La escasez de títulos disponibles y la falta de liquidez de la negociación han provocado algunos días fluctuaciones de más del 6% en la cotización diaria.
Supongo que ya lo habrán leído, así que no perderé tiempo con los detalles. Spotify debutó en Wall Street el pasado 3 de abril, con lo que se consumó una de las operaciones más esperadas por los inversores en los últimos tiempos. Sabrán también que Daniel Ek –ese sueco que busca su sitio en los cielos financieros donde habitan Bill Gates, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg- no quiso dar el tradicional campanazo de salida para las acciones de su empresa y que los ujieres de la Bolsa neoyorquina confundieron durante un rato la bandera suiza con la sueca. Una torpeza que se convirtió en trending topic mundial y aportó las inevitables imágenes virales.
La acción empezó la jornada con un precio de 135,5 dólares (110,5 euros) y la cerró a 149,01 dólares (121,56 euros), un 9,970% de revalorización. La capitalización bursátil se situó en unos 29.500 millones de dólares (24.066 millones de euros), poco menos de la mitad que la de una gran empresa española como Telefónica, por ejemplo. Tras la operación, la fortuna de Ek ha aumentado en 2.500 millones de dólares (2.039,5 millones de euros), gracias al 9% de la compañía que posee. Así que pronto subirá unos cuantos puestos en las listas anuales de los hombres más ricos del mundo que publica la revista Forbes y su apellido aparecerá junto al de otros notables como los anteriormente mencionados o el español Amancio Ortega y el mexicano Carlos Slim, entre otros.
La capitalización bursátil se situó en unos 29.500 millones de dólares (24.066 millones de euros), poco menos de la mitad que la de una gran empresa española como Telefónica
Pero eso es sólo una parte de la historia. La que cuenta los fastos y los oropeles, ya saben. Los fuegos artificiales financieros que tanto gustan a los medios generalistas, siempre fascinados por las historias de dinero fácil y dispuestos a caer rendidos ante la habilidad casi mágica para ganar miles de millones que acreditan esos supuestos gurús de la Bolsa, a quienes tanto les gusta admirar. Luego, al día siguiente, empezó la verdadera partida. Un juego propiciado por Spotify, la nueva inquilina del mercado neoyorquino, un verdadero caramelo para los especuladores y una oportunidad que no pueden perderse los grandes tahúres de la banca de inversión global.
Porque, amigos míos, en estos primeros días de refriegas, una de las características de la negociación de los títulos del portal de streaming es la estrechez de la oferta, la falta de liquidez y la dificultad con que se cruzan las órdenes de compra y venta. El papel es escaso y tarda en aparecer y en acudir a la llamada del dinero. Tanto, que en estas primeras sesiones, la banda de fluctuación del precio de las acciones, al alza o la baja, establece rangos de entre el 3% y el 9%. Se puede jugar, comprar barato y vender caro en cuestión de horas. Un caramelo envenenado para los aficionados y una mina de oro para los pistoleros profesionales del mayor mercado de valores del mundo.
Algunos analistas prevén subidas de más del 20% en el precio de Spotify
Aunque para que la montaña rusa no se pare se necesita la gasolina de los informes favorables, los ratings al alza y el runrún también favorable de los apacentadores del ganado minorista dispuesto a ser sacrificado como alimento para la creación de la burbuja que enriquecerá a los especuladores. Y los argumentos sesudos de algún experto popular, más o menos serio como, por ejemplo, Jim Cramer, el responsable de la sección Mad Money de The Street.com. O los analistas de alguna pequeña casa de Bolsa como Stifel. Tipos capaces de sostener, sin que les tiemble la mirada, que el precio objetivo de la acción de Spotify son 200 dólares (163,15 euros), o hasta 275 dólares (224,34 euros).
La cosa es que los títulos de la empresa de Ek se mueven en una relación entre precio y beneficio (PER, por sus siglas en inglés) de 4,2 veces, un poco más de la mitad que las 8,1 veces en las que oscila Netflix, por ejemplo. El sueño más húmedo de cualquier minorista con posibilidades de enganchar uno de esos caballos blancos. Y eso les dirán, más o menos, que ahora pueden conseguirlo con Spotify, porque “Netflix tampoco parecía gran cosa, cuando era poco más que una tienda de venta por correo de DVDs. Y ya ven lo que pasó luego”. Pues eso.
Tras la operación, la fortuna de Daniel Ek ha aumentado en 2.500 millones de dólares (2.039,5 millones de euros), gracias al 9% de la compañía que posee
¿Les gusta el cuento? No me extraña. Está bien traído y seduce al más pintado. Por supuesto que estos tíos saben despertar los bajos instintos de la afición. Y sus palabras suenan convincentes. Pero yo que usted no jugaría al póquer con estas fieras. Por lo menos, si no está dispuesto a perder hasta la camisa en el intento. Sin embargo, toda esta literatura es fundamental para despertar también el apetito de los gestores de los fondos de inversión de riesgo y así colocar a Spotify en unas cuantas carteras de peso, de las que proporcionan la punta de rentabilidad a los inversores institucionales. Ese sí que es un probable y apetecible premio gordo para cualquier tecnológica que se precie. Casi lo mismo que lo que le ocurre a un compositor cualquiera cuando los curadores de la plataforma de streaming incluyen uno de sus temas en alguna de las playlists importantes de la empresa sueca. Una de esas que acumula los seguidores por cientos de millones.
Ya el primer día de negociación de Spotify, hubo algún juego de manos interesante por debajo de la mesa. Alguna operación interesante, cuyos protagonistas se apresuraron a reivindicar como propia. Lo hicieron los responsables de Sony Music, por ejemplo, que se metieron en el bolsillo 250 millones de dólares (203,9 millones de euros), tras vender el 0,98% del capital de la empresa de Ek. El negocio hubiera sido imposible sin el espectacular arranque bursátil de la empresa del que hablábamos al principio de este artículo. Porque gracias a ese rally, el valor de los títulos se situó más de un 25% por encima de los 90,70 dólares (73,99 euros), a los que habían cotizado de media los dos meses anteriores en los mercados privados. Unos 100 millones de dólares (81,57 millones de euros) de diferencia, nada menos.
Todo gracias a Rob Stringer, el consejero delegado de la gran discográfica, un tipo cada vez más popular en Tokio. La venta aportaba otro beneficio para sus jefes japoneses de Sony Corporation. Gracias a esta operación, la participación de Sony Music se ha quedado en el 4,7%. Un guarismo que está por debajo de ese 5% que hubiera obligado a Spotify a mencionarla cada vez que publicase un hecho relevante y lo registrará en la Comisión de Valores (SEC, por sus siglas en inglés). Y tampoco hace falta estar siempre en el disparadero ni tener la obligación de contarlo todo. Además, Sony sigue siendo la que más peso tiene en el accionariado de Spotify por encima de Universal, que tiene un 4%, y Warner que tiene un 3%.
Spotify ha recortado las comisiones de los bancos de inversión
Eso sí. La colocación directa, esa fórmula elegida por Spotify para iniciar su periplo en Wall Street, ha reducido sustancialmente la factura de las comisiones de la banca de inversión. Citadel, Goldman Sachs, Morgan Stanley y Allen & Co sólo han cobrado 36 millones de dólares (29,3 millones de euros), menos de la mitad de lo que se habrían embolsado con una Oferta Inicial de Venta de Acciones (IPO, por sus siglas en inglés) en la que la empresa hubiera puesto a disposición de los inversores interesados, institucionales y minoristas, unos cuantos millones de acciones flamantes. Pero, de ese modo, se habrían reducido las participaciones de los actuales dueños de la mina de oro. Incluidas las tres grandes, el propio Ek y su socio más querido, Martin Lorentzon, que tiene un 13% de la empresa y ha aumentado su fortuna unos 3.400 millones de dólares (2.773 millones de euros), tras la salida a Bolsa.
Una de las características de la negociación de los títulos del portal de streaming es la estrechez de la oferta, la falta de liquidez y la dificultad con que se cruzan las órdenes de compra y venta
No hay problema. Los bancos colocadores pueden ganar dinero de otra manera. Intermediando sin riesgo, porque este es el título de moda. Una estrategia en la que se ven beneficiados por todos esos movimientos de los francotiradores bursátiles que hemos relatado antes. Y, además, no es fácil que otras empresas tecnológicas puedan emular a la plataforma de streaming. Por lo menos no las que no disponen de ingresos recurrentes gracias a los subscriptores que abonan puntualmente sus recibos mensuales. Spotify tiene 75 millones (170 millones si se cuentan los usuarios del servicio gratuito). Y una caja bien nutrida con 1.300 millones de dólares (1.060,5 millones de euros), que le permitió darse el lujo de estrenarse en Bolsa sin necesidad de ganar dinero. Aunque haya alguna pequeña sombra como el avance experimentado por sus rivales, como Apple Music, que ya tiene 40 millones de subscriptores de pago o la actividad de algunos portales encriptados del llamado Internet Oscuro en los que se puede adquirir un password para ser cliente premium por 21 centavos de dólar al mes (17 céntimos de euro), bastante menos dinero que los 9,99 dólares (8,14 euros) que hay que pagar en el mercado legal.
Y Spotify no tiene apenas deuda porque los acreedores más importantes aceptaron cambiarla por títulos. Esos títulos que pueden vender ahora, anotándose ganancias, por cierto. Es verdad que ha perdido 2.800 millones de dólares (2.284,2 millones de euros) en cinco años y admite que perderá otros 250 millones de dólares (203,9 millones de euros) en el presente ejercicio. Y tampoco está muy claro cómo va a conseguir beneficios sin reducir la factura de los derechos de autor que se come el grueso de sus ganancias. Pero, quién dijo miedo. Ahora, Spotify es una cotizada con todas las de la ley y tiene acciones en circulación suficientes para comprarse lo que le apetezca sin poner efectivo sobre la mesa. O para fusionarse.
Con simples operaciones de canje de acciones. Tan baratas y, a veces, tan lucrativas. Lo que le permitiría, por ejemplo, comprarse Universal, o Warner, o Sony, sin ir más lejos. Aunque los primeros rumores apuntan hacia la primera. Hacia la filial de Vivendi. Tal vez porque hace unos meses en las páginas financieras estadounidenses, el consejo de la multinacional francesa revela, a instancias del presidente, que había 22.000 millones de dólares (17.947,5 millones de euros). Quizá sea verdad o quizá sea humo, porque estos soplidos de boca a oreja, emitidos a través de los programas de mensajería instantánea que habitan en los teléfonos móviles más exclusivos, son otra de las tácticas más utilizadas por los pescadores de Wall Street para chapotear con éxito en aguas revueltas. Ya saben.