Rafael Alba (ALN).- La plataforma de streaming intenta rebajar la factura de los royaltys negociando directamente con los artistas sin contrato discográfico. Las compañías intermediarias dedicadas a la edición digital como CD Baby, Bandcamp y Tunecore son las posibles víctimas iniciales de esta estrategia.
Recordemos lo obvio. El hecho de que las plataformas de streaming, en general, y la cada vez más poderosa Spotify, en particular, se hayan convertido en el motor principal de la formación de esa nueva burbuja financiera que parece incubarse en la actual pujanza de la industria de la música global, no significa que estas compañías, tan de moda en los últimos tiempos, hayan descubierto ya su modelo de negocio soñado. Ese que puede alejar de su camino las pérdidas estructurales y asegurarles el futuro rentable por el que luchan sus multimillonarios ejecutivos. Más bien al contrario. De momento, la empresa del gurú tecnológico Daniel Ek y sus competidoras son, y serán todavía por mucho tiempo, la gallina de los huevos de oro de las tres grandes majors discográficas globales -ya saben Sony, Universal y Warner-. La inesperada e indispensable fuente de financiación de esos imperios modernos producto de la evolución de las especies, que han sabido sacar más partido que nadie de las nuevos formatos de consumo musical. Justo aquellos que ha hecho posible la digitalización del negocio.
La paradoja es que, a pesar de eso, las empresas tecnológicas que han hecho posible esta nueva edad de oro de la industria musical global siguen acumulando pérdidas. Entre otros motivos, por la elevada factura que tienen que pagar a los propietarios de los derechos de las canciones. Un nutrido y variopinto grupo de propietarios de esos activos a quienes les ha sonreído la fortuna. No son pocos los que cobran y se dedican al ordeño sistemático de las fantásticas vacas sonoras que consiguen la relevancia pública adecuada. Ni mucho menos. Porque hay licencias y derechos muy variados que cobrar. Están las que permiten el uso de la música grabada, y que se abonan a las discográficas, las plataformas de edición digital y los intérpretes. Y también los derechos de reproducción y los derechos mecánicos que deben llegar a las editoriales y los autores, y donde participan como intermediarias las sociedades de gestión.
De momento, la empresa del gurú tecnológico Daniel Ek y sus competidoras son, y serán todavía por mucho tiempo, la gallina de los huevos de oro de las tres grandes majors discográficas globales
Un pesado lastre que condiciona el vuelo financiero de las plataformas de streaming. Les pasa a todas, por supuesto. Pero se trata de un problema que afecta especialmente a Spotify, quizá porque es la compañía líder del sector, tiene a las majors en el accionariado y su salida a Bolsa ha contribuido a que los ojos de los analistas de los bancos de inversión estudien cuidadosamente cada uno de sus movimientos estratégicos. Y aunque hoy su trayectoria bursátil aún es brillante -el precio de sus acciones se ha revalorizado 11,42% desde su llegada a Wall Street hace dos meses y cotiza ahora a 166,03 dólares (140,56 euros)-, la compañía sueca necesita desesperadamente encontrar un sistema para conseguir beneficios recurrentes y el camino pasa inevitablemente por reducir la factura de las licencias y derechos que ha ascendido a 9.760 millones de dólares (8.264,80 millones de euros) en los 12 años de historia que acumula la empresa, cifra que supone las tres cuartas partes de los ingresos conseguidos en ese mismo periodo. Un tiempo en el que, además, las pérdidas totales han ascendido a 2.263 millones de dólares (2.247 millones de euros) y una sangría que aún no ha terminado, porque según las últimas cifras cerradas presentadas por la propia compañía en el pasado ejercicio los ingresos sumaron 4.829 millones de dólares (4.090 millones de euros) y las pérdidas ascendieron a 1.425,3 millones de dólares (1.230 millones de euros).
¿Funcionará Spotify como una discográfica?
A más de uno, seguro que también a usted, se le ha ocurrido que la solución pasa por que Daniel Ek, el magnate tecnológico que preside la plataforma sueca, dé los pasos necesarios para que Spotify se convierta, poco a poco, en una discográfica. O se compre una si es necesario. O una participación mayoritaria en cualquiera de las tres grandes. Lo malo es que no puede, de momento. Por lo visto, ha tenido que firmar con ellas unos cuantos contratos leoninos, en los que se especifica, por ejemplo, que su compañía no puede adquirir catálogos, ni derechos de canciones de éxito, ni mucho menos usar la chequera para fichar a ninguna superestrella. Y al parecer era eso o quedarse sin canciones que ofertar en su plataforma. Habrá quien lo llame chantaje y otros capacidad de negociación, pero así están aparentemente las cosas. Una versión de los hechos, por cierto, jamás confirmada por las partes, pero que ha circulado mucho en los ambientes relacionados con el negocio, según las informaciones recogidas en diversos medios especializados.
De modo que, al menos de momento, los gestores de Spotify tendrían las manos atadas y no podrían poner en práctica la solución más evidente a los problemas derivados del precio que tienen que pagar por las canciones que comercializan. Pero eso no significa que no puedan hacer alguna que otra cosa para atenuar el impacto de este golpe financiero recurrente. Estrategias no muy éticas quizá, pero sin duda efectivas. Como el presunto uso de perfiles de usuarios falsos para inflar las audiciones de playlists que incluyen temas cuyos derechos pertenecen en exclusiva a la empresa sueca, que habría conseguido hacerse con ellos, negociando directamente con los autores y los intérpretes. Que quede claro que los portavoces oficiales de la empresa sueca han desmentido mil veces estas acusaciones y que, por ahora, nadie ha puesto sobre la mesa pruebas contundentes de que esta leyenda urbana tenga algo de cierto. Pero lleve o no lleve agua, ese río no deja de sonar en los mentideros de internet, a pesar de los esfuerzos hechos por el equipo de EK para silenciarlo.
Y últimamente con más fuerza, además. Sobre todo después de que la revista Billboard, la verdadera biblia estadounidense del sector con unas cuantas décadas de historia a las espaldas, haya publicado un artículo firmado por su prestigiosa directora de noticias Hannah Karp en el que se citan fuentes internas de la compañía sueca, de identidad desconocida, que habrían admitido que Spotify negocia directamente con algunos artistas indies y sus managers para conseguir que licencien con ella sus canciones sin la participación de intermediarios ni comisionistas. Desde la empresa no se hacen comentarios sobre el particular, pero el hecho de que sea Karp quien haya publicado la noticia, le concede un plus de credibilidad al asunto, porque la buena de Hannah es una reportera de colmillo retorcido con 20 años de experiencia, que ha velado armas en el mismísimo The Wall Street Journal, y conoce como nadie el terreno en el que se mueve.
Las armas de Spotify según Billboard
Según la versión de esta veterana periodista, el equipo de Ek ofrece sustanciosos adelantos, algunos de cientos de miles de dólares, a ciertos artistas indies sin discográfica pero con buenas y nutridas bases de fans y capacidad acreditada de acumular clicks en paquetes de millón. Y junto al cebo que constituye el dinero fresca, va también una oferta irresistible que permite a los afortunados cobrar el 50% del dinero conseguido por Spotify con las escuchas de sus canciones. Sólo con eso, y sin contar con esas supuestas prácticas fraudulentas nunca demostradas de las que hablábamos antes, la empresa consigue un ahorro del 4% sobre los costos habituales que tiene que soportar, porque paga de promedio 54% por este mismo concepto a las discográficas o los intermediarios digitales con las que mantiene acuerdos de comercialización. La plataforma de streaming rebaja su factura y, sin embargo, siempre según la versión de Karp, los artistas y los compositores que entran en el juego ven aumentados sus beneficios con el trato, porque normalmente sólo se llevan entre 20% y 50% de lo que cobra el sello que distribuye sus trabajos. Así que, en ocasiones, hasta pueden llegar a triplicar sus ganancias. Con otra ventaja añadida, porque al pactar directamente con la plataforma mantienen la propiedad de sus masters y pueden negociar a su gusto otros acuerdos individuales con las otras compañías del sector. Una posibilidad que no tendrían si hubieran ligado su destino a un sello discográfico.
De momento, las majors estarían haciendo la vista gorda ante la estrategia de Spotify, puesto que esta práctica, si realmente se está llevando cabo, perjudica sobre todo a su competencia. A las empresas como Bandcamp, CD Baby y Tunecore, que hacen negocio gracias a los artistas sin discográfica y que en los últimos tiempos, habrían incrementado su peso en el negocio y su peligrosidad. Al menos, según los datos de un informe reciente de la consultora Midia, del que es responsable Mark Mulligan, uno de los analistas más respetados del sector. Allí se explica que el pasado año, último periodo completo computado, estas compañías consiguieron hacerse con una cuota de 2,7% del mercado global, correspondiente a una cifra de negocio conjunta de 472 millones de dólares (388,48 millones de euros).
Pero más vale que los responsables de Universal, Warner y Sony estén atentos a la jugada, porque el riesgo existe, desde luego. Y no son las únicas compañías relacionadas con la industria que tendrían que preparar un plan b, y a toda prisa por si Spotify, o sus competidoras, se toman el asunto en serio en algún momento. También puede afectar a las editoriales, y hasta a las sociedades de gestión de derechos, como la Sociedad General de Autores y Editores de España (SGAE), siempre en el centro de la polémica. A nadie le extrañaría que a medio plazo las plataformas de streaming crearan sus propias editoriales para gestionar por sí mismas los derechos correspondientes a los compositores, los letristas, los arreglistas, los productores y algunos otros profesionales implicados en la faceta creativa del negocio.
De hecho, Apple Music, quizá el rival más temible con el que tienen que pelear Ek y los suyos en la encarnizada batalla de las cuotas de mercado, ya ha creado una división editorial. Aunque sus responsables aseguran que lo único que pretenden es tener una relación más fluida con los creadores. Sin embargo, casi nadie se cree esta versión. Y menos aún en España, claro, donde tenemos el precedente de las televisiones privadas, sus editoriales y las prácticas poco claras que se estarían llevando a cabo en esos programas musicales nocturnos y casi clandestinos, que tienen muy poca audiencia, pero que mueven mucho más dinero del que parece. Hasta 100 millones de euros, de posible fraude, según las conclusiones incluidas en el auto emitido por Ismael Moreno, el juez de la Audiencia Nacional, que ha instruido el caso de la presunta trama delictiva, conocida en el sector como La Rueda. Así que abróchense los cinturones y prepárense para lo peor, porque este avión no ha hecho más que despegar y, según los partes meteorológicos disponibles, el vuelo puede ser bastante accidentado.