Rafael Alba (ALN).- Los nuevos clientes captados en Latinoamérica ayudan a la empresa sueca a consolidar las cifras de crecimiento. A pesar de la mejora, los analistas mantienen el escepticismo a medio plazo sobre la evolución bursátil de la compañía.
¡¡¡Que paren las máquinas!!! Porque tenemos un verdadero notición. Un verdadero terremoto informativo que hará temblar de placer y gozo a los inquilinos de todos los grandes despachos corporativos de la gran industria de la música global. Va a ser cierto que todo llega en esta vida y quizá por eso, o por cualquier otra cosa, Spotify, la plataforma de streaming presidida por el visionario sueco Daniel Ek, que ha contribuido más que ninguna otra a la salvación y el reflotamiento del negocio mundial de la música grabada, acaba de conseguir el primer beneficio trimestral operativo de su historia, 13 años después de su fundación, según la última cuenta de resultados presentada por la compañía. Han sido sólo 94 millones de euros, pero gracias a ellos, la empresa afronta el futuro con cierto optimismo. Pese a todo, en el cómputo global del año, las pérdidas vuelven a oscurecer la fotografía. Aunque aquí también toca ver la botella medio llena, porque esta suma negativa asciende sólo a 78 millones de euros, 15 veces menos que el pasado año y el menor guarismo del último lustro.
Spotify, la plataforma de streaming presidida por el visionario sueco Daniel Ek, que ha contribuido más que ninguna otra a la salvación y el reflotamiento del negocio mundial de la música grabada, acaba de conseguir el primer beneficio trimestral operativo de su historia, 13 años después de la fundación
El hito histórico viene acompañado de otros números igualmente favorables que parecen confirmar el liderazgo de Spotify en su sector de actividad, a pesar de la dura competencia a la que tiene que enfrentarse, en especial por la rivalidad enconada que mantiene con Apple Music. A finales de 2018, la plataforma de streaming sueca tenía 96 millones de subscriptores de pago, lo que supone un aumento de 25 millones con respecto a los números registrados el año anterior. Y las cifras mejoran cada día. Sólo en el último trimestre se captaron nueve millones de nuevos clientes premium, a razón de tres millones por mes, lo que significa que, de mantenerse este ritmo, a finales del primer trimestre de este año sería posible que la compañía alcanzara los 100 millones de usuarios de pago. Un número redondo y esperanzador para el futuro, en el que tiene mucho peso la mejora de las cifras de clientes que se han registrado en Latinoamérica, un territorio, en el que, de momento, YouTube, la plataforma de vídeos de Google, sigue liderando el consumo de música online.
Sin embargo, esa cascada de números buenos no ha animado la cotización de la compañía en el mercado bursátil. Tras su espectacular estreno en Wall Street, donde la acción debutó a un precio de 165,90 dólares (146,15 euros) en abril del pasado año y el subsiguiente e inesperado periodo de pujanza que duró hasta agosto, con revalorizaciones sostenidas que llegaron a situar en algún momento la cifra por encima de los 195 dólares (171,78), se inició un proceso de recortes que acabó por dejar el guarismo en torno a los 130 dólares (114,52), en los que, centavo arriba centavo abajo, se mueve últimamente. Eso significa que la caída porcentual acumulada desde el debut en Bolsa por los títulos de la empresa sueca asciende al 21,63%, con picos de negociación y volúmenes de órdenes de compraventa que desvelan el rastro de los tradicionales especuladores y pescadores en río revuelto. Y los analistas no creen que ese perfil de riesgo vaya a cambiar a medio plazo.
Un modelo de negocio sostenible
De hecho, el comportamiento de la acción de Spotify y su marcado descenso no se han producido en línea con las cifras generales del mercado. Es cierto que la mayor parte de las compañías tecnológicas y el mercado en general entraron en una espiral bajista al final del verano del pasado año y registraron fuertes descensos a finales de año. Pero en enero, el panorama ha cambiado y los principales índices han vuelto a las cifras de la pasada primavera, sin que esta nueva oleada compradora haya beneficiado a la compañía sueca. Pese a la mejora de los números de la que hemos hablado, la plataforma de streaming que preside Ek sigue sin encontrar un modelo de negocio sostenible. O esa parece ser aún la opinión de la mayor parte de los expertos. Además, a diferencia de sus grandes rivales, el hecho de que Spotify sea una compañía independiente y no una filial de un gran imperio tecnológico parece hacerla más vulnerable.
Han sido sólo 94 millones de euros, pero gracias a ellos, la empresa afronta el futuro con cierto optimismo. Pese a todo, en el cómputo global del año, las pérdidas vuelven a oscurecer la fotografía. Aunque aquí también toca ver la botella medio llena, porque esta suma negativa asciende sólo a 78 millones de euros
Por eso, su evidente dependencia de los tenedores de derechos es una amenaza constante. Un riesgo para el que no se ha encontrado una solución negociada que satisfaga a todas las partes en litigio. En un momento en que la tecnología ha instaurado nuevas formas de consumo sonoro, los participantes en la fabricación de la mercancía que distribuyen estos supermercados de la música digital quieren asegurarse, en todos los casos, unas fuentes de ingresos justos. Al final, casi todos los litigios terminan por resolverse en los tribunales. Y no son sólo las tres grandes majors (Universal, Sony y Warner) o sus editoriales quienes reclaman un trozo del pastel. Los compositores y las sociedades de gestión también tienen mucho que decir. Sobre todo en los países donde los componentes del gremio han conseguido instaurar grupos de presión compactos. Fuerzas con influencia política, capacidad de constituirse como lobby y, además, con una buena imagen pública que les ayuda a conseguir muchos de los objetivos que les marcan los estatutos fundacionales.
Justo lo contrario de lo que sucede en España, donde la crisis de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), y los grupos de autores enfrentados y supuestamente dirigidos desde los despachos de las televisiones, las discográficas o los medios de comunicación, se han convertido en un verdadero problema para la defensa de los intereses de la mayor parte de los asociados. Los autores de a pie, cuyo repertorio queda fuera de las áreas de explotación dominadas por los grupos de editoriales dependientes de los distintos grupos empresariales enfrentados en la guerra fratricida. Pero, en EEUU, por ejemplo, la acción judicial conjunta de varias asociaciones de compositores y editores se ha traducido en un incremento del 44% en los royalties que las plataformas de streaming deben pagar a los autores de las canciones. La decisión ha sido tomada por el Comité de Royalties y Derechos de Copia (CRB, por sus siglas en inglés), un órgano de mediación independiente, reconocido por todas las partes interesadas.
Nuevas fuentes de ingresos
El CRB ha atendido, evaluado y resuelto una reclamación al respecto planteada por la Asociación de Compositores de Nashville, un poderoso sindicato en el que se agrupan casi todos los grandes nombres del country y la Asociación Nacional de Editoriales Musicales. El aumento, eso sí, debe implementarse paulatinamente en los próximos cinco años y no tiene carácter retroactivo, por lo que la sentencia se puede considerar financieramente asumible para las plataformas de streaming. Aun así, estas empresas disponen de un plazo de 30 días para presentar alegaciones. Pero tal vez no lo hagan. Entre otras cosas, porque Apple Music ya ha anunciado que acepta la resolución y que no reclamará. Y sin unidad de acción, es difícil que Spotify, Tidal o Pandora se atrevan a guerrear en solitario contra un enemigo tan poderoso. Sobre todo en EEUU, donde el público es especialmente respetuoso con los autores de las canciones, y más si hablamos de los creadores de los grandes éxitos del country. Muchos de los cuales son verdaderos himnos nacionales, asumidos como riqueza patriótica que defender.
De mantenerse este ritmo, a finales del primer trimestre de este año sería posible que la compañía alcanzara los 100 millones de usuarios de pago. Un número redondo y esperanzador para el futuro, en el que tiene mucho peso la mejora de las cifras de clientes que se han registrado en Latinoamérica
Pero este fallo favorable a los intereses de los tenedores de derechos vuelve a poner sobre la mesa el gran dilema del que hablábamos antes. Para que los actuales modelos de negocio que se mueven alrededor del consumo de música en streaming sean viables hay que conseguir que aumenten los subscriptores de pago, y también que suban las tarifas en una proporción suficiente como para que todos los actores necesarios para mantener la máquina en marcha puedan recibir una remuneración justa. Y no sólo las grandes estrellas o los poseedores de catálogos intemporales. También todos los demás. Sin embargo, no es fácil volver a acostumbrar a los melómanos a pagar cuotas individualizadas por sus canciones favoritas, tal y como sucedía con la vieja y lucrativa venta de formatos físicos habitual en el glorioso siglo XX. No en un mundo donde la clientela potencial se ha acostumbrado a las tarifas planas y a disfrutar de catálogos inagotables siempre a la disposición.
Así que, mientras Ek y su equipo terminan de decidir qué es exactamente lo que quieren para Spotify en los próximos meses, la gestión se orienta en dos sentidos: los recortes de costes, que suelen traducirse en reducciones de los pagos a los tenedores de los repertorios menos escuchados por la mayoría y la búsqueda de ingresos adicionales en negocios marginales aún, pero con buenas expectativas de futuro. Uno de ellos es, según parece, el emergente mercado de la distribución de podcasts radiofónicos. Los blogs sonoros especializados parecen vivir un buen momento que recuerda a la irrupción de las redes sociales que se produjo hace un par de décadas. Por si acaso cuaja, la compañía sueca parece dispuesta a apostar por este sector. Y esta misma semana ha anunciado la compra de dos empresas que participan de esta ebullición, Gimlet Media, que es la plataforma de piezas sonoras favorita de la clientela de vanguardia, y Anchor, una proveedora de software relacionada con la edición de estas piezas sonoras. Aunque las cantidades oficiales correspondientes a ambas operaciones no se han desvelado, los rumores de mercado sitúan en unos 230 millones de dólares (202,61 millones de euros) el dinero que se habría gastado la compañía sueca para completar este movimiento. Ahora toca esperar y ver cómo reacciona el mercado a esta estrategia. De momento, las alzas han sido leves, pero, al menos, la caída del precio de la acción parece haberse detenido. Y eso no es poco.