Rogelio Núñez (ALN).- El extendido y generalizado crédito del que gozaba el presidente Mauricio Macri hasta mediados de 2019 se ha desvanecido en unas pocas semanas a lo largo del mes de agosto. A menos de dos meses para las presidenciales, Macri está más débil que nunca: aparece como un presidente amortizado y un candidato cuyas opciones de triunfo pasan porque ocurra un milagro.
Las decisiones que el dirigente argentino ha ido tomando desde la celebración de las PASO no han detenido las turbulencias económicas que ha desencadenado la incertidumbre en la que se ha sumido Argentina. Mauricio Macri, convertido en un presidente lastrado por el síndrome del “pato cojo”, ha perdido credibilidad pues, tras acordar en 2018 un ajuste con el FMI, lo ha dejado en suspenso (13 de agosto) y al reprogramar el pago de las deudas (28 de agosto) ha evidenciado la débil situación de las finanzas de su Administración.
Y no sólo es un presidente amortizado sino también un candidato cojo antes de que tengan lugar las elecciones presidenciales del 27 de octubre. La dura y amplia derrota en las PASO (las internas partidistas del 11 de agosto) se convirtió en su tumba política como candidato viable para conseguir la reelección en octubre/noviembre y evitar el regreso del kirchnerismo. Lo ocurrido ese día lo dejó herido de muerte políticamente. Desde entonces el ganador (el kirchnerista Alberto Fernández) es visto casi como “presidente de facto” y Mauricio Macri un mandatario de salida a la espera de un milagro.
De hecho, ya hablan de ese “milagro” los principales analistas del país como Joaquín Morales Solá, quien en La Nación recuerda que los 15 puntos de ventaja de Fernández sobre Macri -con un 75% de participación- obligan al presidente a esperar casi lo imposible para ganar el próximo 27 de octubre e incluso para, perdiendo, forzar una segunda vuelta:
“El Gobierno necesita que vayan a votar el 27 de octubre dos millones de argentinos más que los que fueron en agosto y que todos lo hagan por Macri. Si eso ocurriera, el porcentaje de Alberto podría bajar a menos del 45% sin que él pierda un solo voto. Y Macri se acercaría a menos del 10% de diferencia, que es la condición para ir a una segunda vuelta. Nadie asegura quién ganaría esa eventual segunda vuelta. El gobierno habla de ‘milagro’ para referirse a esa reversión de lo que sucedió en agosto. Hace bien. La inercia racional de la política indica que quien ganó por semejante diferencia será finalmente el ganador de las elecciones presidenciales”.
El fracaso de la estrategia de Macri: “pato cojo” y candidato casi sin opciones
Mauricio Macri y el kirchnerista Alberto Fernández mantienen un duelo de estrategias desde el 11 de agosto con vistas a las presidenciales del 27 de octubre. Estrategias condicionadas porque ambos deben lidiar con el doble perfil que les confirieron las PASO. Macri sigue siendo presidente y a la vez candidato, lo cual determina sus decisiones como jefe de Estado y como presidenciable. Fernández, de forma parecida, debe actuar como opositor a la vez que su victoria le confiere, para muchos, un halo presidencial antes de tiempo. Y, por lo tanto, todo lo que dice se lee con especial cuidado y tiene incidencia directa sobre la marcha de la economía.
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Mientras, el presidente tiene una ardua labor por delante: demostrar que no es un “pato cojo” ni un “muerto viviente” sino un presidente que lleva las riendas del gobierno y un presidenciable con opciones de ganar, al menos en el balotaje. Sus opciones de lograr la reelección pasan por demostrar que es un presidente en pleno ejercicio del cargo: que es capaz de garantizar la gobernabilidad y contener el deterioro económico de Argentina. Y, además, que es un candidato competitivo: con herramientas para, pese a que el viento le sopla en contra, levantarse de la lona donde le colocó el golpe de las PASO.
Por eso, ha buscado, sin éxito, desde la fatídica fecha del 11 de agosto, mostrar que no es un presidente a medias ni condicionado por un “triunfador” al que muchos ya ven como presidente in pectore. En ese camino empezó por dar un giro que puso fin a la ortodoxia económica al recurrir a herramientas económicas propias del kirchnerismo: eliminación del IVA del 21% que pagan productos básicos de la canasta alimenticia, congelación del precio de los combustibles, bajada en el piso desde el cual se abona el impuesto sobre la renta y pagos extras a los beneficiarios de ayuda social y empleados públicos. Ese giro heterodoxo provocó la salida del ministro de Hacienda y Finanzas, Nicolás Dujovne, quien deseaba cumplir con el pacto de 2018 con el FMI y supuso la llegada de su sustituto, Hernán Lacunza.
En segundo lugar, Macri ha tratado de demostrar que no es un hombre aislado y sin apoyos, recluido en la Casa Rosada. En ese contexto se enmarca la movilización de miles de manifestantes que se concentraron en el Obelisco y marcharon a la Plaza de Mayo para apoyar la gestión y la reelección de Mauricio Macri. “Tres años y medio es poco para cambiar todo lo que hay que cambiar. Sigamos juntos. Podemos ser mejores. Le damos vuelta”, fue el mensaje del presidente.
Sin embargo, esta doble estrategia de Macri no sólo no ha dado fruto sino que ha sido contraproducente y nada exitosa: se encuentra lejos tanto de aparecer como un presidente fuerte como de ser un candidato competitivo. Por ahora no ha logrado convencer ni como candidato ni como líder del país con capacidad de sacar a Argentina del marasmo.
Carlos Pagni, en La Nación, destaca que uno de sus problemas es que su condición de candidato anula su rol presidencial: “El país está en una situación inédita por lo compleja, debido a varias razones. La primera tiene que ver con un escenario electoral que nadie previó, en el que hay un candidato que quedó consagrado sin estar oficialmente electo y un Gobierno que quedó derrotado, pero que sigue siendo un competidor hasta octubre. Mauricio Macri tiene un dilema -aunque no es el único- que es una contradicción entre la condición de candidato y la condición de presidente. Esta última, desde el punto de vista político, lo obliga a conducir una transición, que implica tomar medidas acordadas con quien podría ser su sucesor. Macri se comporta más como candidato que como presidente y Alberto Fernández empieza a comportarse más como presidente que como candidato y a involucrarse más en vistas al programa que él mismo está imaginando de lo que sería su Presidencia”.
Las decisiones de Macri sólo han servido para ganar algo de tiempo –poco-, alcanzar tensas, frágiles y cortas treguas con los mercados y eludir el default. Las dudas que ha generado como candidato se han multiplicado como presidente: en estas semanas el riesgo-país ha llegado a superar los 2.000 puntos. El gobierno reza por conseguir que el FMI apruebe lo hecho por la Casa Rosada y libere el envío de los 5.400 millones de dólares programados. Agobiado por la situación, el ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, se ha visto obligado a pedir a todos sus acreedores institucionales y al FMI un aplazamiento en el repago de la deuda, tanto en pesos como en dólares, por “dificultades de liquidez”. La viva imagen de un gobierno que se ha quedado atrapado y sin salida. Al punto que Macri no tenido que optar por el control de cambio, el cual entró en vigencia este lunes 2 de septiembre.
Alberto Fernández, entre Escila y Caribdis
Y si algo pone en evidencia la extrema debilidad de Macri es que necesita a su rival, Alberto Fernández, para estabilizar la situación y que, incluso, ha acabado tomando medidas ajenas a sus ideas (y propias del ideario kirchnerista) y poniendo en marcha medidas que venían solicitando sus adversarios (como renegociar el acuerdo con el FMI). De hecho, el gobierno –sin mayoría en el Legislativo- necesita que el peronismo le respalde cuando envíe al Congreso el proyecto para la renegociación de la deuda con el FMI.
El candidato presidencial kirchnerista navega, mientras tanto, entre Escila (la moderación para no asustar al votante de centro desencantado con Macri) y Caribdis (mantener el mensaje hipercrítico muy del gusto del votante más a la izquierda que reniega del gobierno y de los organismos internacionales).
Por esa razón, en las semanas que han seguido a su espectacular victoria en las PASO, Alberto Fernández ha mostrado dos caras diferentes: una de hombre responsable con la intención de ser visto como un “estadista” y otro en tono más mitinero.
Para halagar el oído de los sectores más kirchneristas no ha dudado en defender al régimen de Nicolás Maduro pues, según él, “es difícil calificar de dictadura a un gobierno elegido. Un gobierno elegido puede devenir en un gobierno autoritario (pero) las instituciones están funcionando en Venezuela, después discutimos cómo funcionan”.
Además, no sólo ha reivindicado su idea de renegociar con el FMI sino que ha señalado a este organismo (bestia negra de la izquierda argentina y latinoamericana) como el culpable de la crisis económica que padece Argentina. Tras una reunión entre Alberto Fernández y los enviados del FMI calificada como “cordial” por los colaboradores del candidato y “productiva” por el FMI, el jefe del frente opositor emitió un duro comunicado, en el que afirmaba que “quienes han generado esta crisis, el Gobierno y el FMI, tienen la responsabilidad de poner fin y revertir la catástrofe social que hoy atraviesa a una porción cada vez mayor de la sociedad argentina. Para ello deberían arbitrar todos y cada uno de los medios y las políticas necesarias”.
Estos movimientos contrastan con la otra imagen que ha buscado ofrecer Alberto Fernández, de estadista y hombre dispuesto a ayudar al gobierno de Macri para que no se hunda Argentina, lo cual, por otro lado, dificultaría el arranque de su hipotético futuro gobierno. Hubo un primer diálogo telefónico con Macri, a quien comunicó que él necesitaba que aCambiemos le vaya bien para que Argentina crezca en 2020. Su objetivo fue calmar los mercados ya que “los dos estamos preocupados por que esta realidad no siga golpeando a los argentinos. Tuvimos una buena charla con Macri para llevar tranquilidad al país y a los mercados. Todos queremos que la economía se estabilice”.
Para avalar ese giro al centro Cristina Fernández de Kirchner está cumpliendo un papel mucho más que secundario –casi no habla-. Como gráficamente apunta el analista Fernando Laborda, “Alberto Fernández busca dar señales de correrse hacia el centro ideológico, mientras Cristina Kirchner directamente se corre del centro de la escena electoral, en lugar de salir al ruedo como desearía Macri”.
Sin embargo, cuando Macri intenta levantar la cabeza, sale el Alberto Fernández menos condescendiente y finaliza la tregua no firmada ni declarada. De hecho, el candidato ha saboteado el “plan de emergencia” que promueve el presidente para reprogramar (aplazar en realidad) el pago de la deuda y el shock con el dólar cuando no dudó en afirmar que “Argentina está en una suspensión de pagos virtual y oculta. No hay quien quiera comprar deuda argentina, y no hay quien pueda pagarla”.
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¿Qué esconde esta estrategia? Joaquín Morales Solá, en La Nación, encuentra la razón a todos estos bandazos: “¿Por qué Alberto Fernández cambió el rumbo moderado que había elegido en las semanas posteriores a las elecciones del 11 de agosto? Alberto se regodeaba con un Macri deprimido, casi resignado a la derrota después del 11 de agosto. Pero el sábado último sucedió algo que no estaba en los planes de nadie. La Plaza de Mayo, y otras plazas del país, se llenaron de simpatizantes del presidente. No sólo pedían la continuidad de Macri, sino también, y sobre todo, la vigencia del sistema de libertades y garantías”.
Y es que la Argentina de 2019, como la de anteriores crisis (las de 1989 o 2001), se va a caracterizar por los bandazos, los vaivenes y, sobre todo, la incertidumbre (económica y política). ¿Conseguirá Macri revertir el resultado el 27 de octubre? ¿Si la economía sigue empeorando, llegará a diciembre? ¿Cómo gobernaría el kirchnerismo, con el viejo estilo de Cristina Fernández de Kirchner (polarizador y resentido) o con las maneras suaves y pragmáticas que en ocasiones exhibe Alberto Fernández? La única certeza en todo este mar de zozobras es que si Macri no logra triunfar como presidente (controlar la marcha de la economía) fracasará como candidato y el resultado del 27 de octubre será una nueva y rotunda victoria de Alberto Fernández.