Pedro Benítez (ALN).- En sus ruedas de prensa matutinas, “las mañaneras”, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se empeña en que se recuerde a Hugo Chávez. No obstante, sin la renta de los petrodólares no puede emular al extinto comandante-presidente venezolano.
Pese a que desde México, empezando por el propio interesado, se ha aclarado una y otra vez que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no es el Hugo Chávez mexicano, las similitudes en el ideario y estilo político de los dos saltan a la vista.
Típico del populista de izquierda, AMLO se presenta como el redentor de los pobres, la encarnación del pueblo, el enemigo jurado de las oligarquías y crítico feroz del neoliberalismo. Todos los tópicos que los venezolanos comenzaron a conocer de su extinto expresidente hace dos décadas.
Pero hasta allí las similitudes, porque lo cierto es que López Obrador no es Chávez. Probablemente no porque no quiera, sino porque no puede. Esto se debe fundamentalmente a una circunstancia: el gobierno de México no dispone de la renta petrolera que sí tenía el de Venezuela hasta principios de esta década, ni la que ese mismo país tuvo hace 40 años.
Como hacía Chávez en su momento (y todos los populistas antes y después) López Obrador casi todos los días critica, alecciona sobre cómo hacer su trabajo y, si puede, se pelea con la prensa más o menos crítica de su gestión, como lo acaba de hacer con la revista Proceso porque “no se portó bien con nosotros”.
Al mismo tiempo, con la amplia mayoría alcanzada en las dos cámaras del Congreso mexicano su partido, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), da los pasos necesarios para asegurar su hegemonía en las instituciones, modificando, por ejemplo, las mismas reglas electorales que le permitieron ganar hace un año pero para evitar que otro grupo opositor mañana lo desplace.
Incluso la sagrada institución de la no-reelección de los cargos ejecutivos, una de las banderas de la Revolución mexicana (1910-1920) que le costó un millón de muertos a ese país, comienza a ser cuestionada desde las filas de la izquierda que apoya a AMLO.
Este además ha ofrecido replicar en México la posibilidad un revocatorio de su mandato a la mitad de su periodo presidencial; una idea originalmente patentada por Chávez en Venezuela y luego exportada a países como Ecuador y Bolivia. En ninguno de estos tres países se ha podido revocar el mandato de ningún presidente.
El estilo refundacional de AMLO es muy similar al de Hugo Chávez. Incluso su nada disimulada admiración por la Cuba castrista.
Pero hasta allí las similitudes, porque lo cierto es que López Obrador no es Chávez. Probablemente no porque no quiera, sino porque no puede. Esto se debe fundamentalmente a una circunstancia: el gobierno de México no dispone de la renta petrolera que sí tenía el de Venezuela hasta principios de esta década, ni la que ese mismo país tuvo hace 40 años.
Aunque en México sigue vivo el mito del petróleo (que López Obrador comparte) según el cual esa es la riqueza fundamental del país y motor del desarrollo nacional, razón por la cual debe ser protegido en aras de la soberanía por medio de un monopolio estatal, la realidad es muy distinta.
Desde hace años el petróleo dejó de ser la fuente de ingresos más importante para México. Hoy las exportaciones de aguacates a Estados Unidos, por ejemplo, generan más divisas a ese país que los hidrocarburos.
Gracias al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, la economía exportadora mexicana se ha hecho más compleja integrándose a la cadena de valor de sus vecinos más desarrollados. El 90% de sus exportaciones provienen del sector privado destacando renglones como los automotores, autopartes, computadoras y teléfonos. Además, es el segundo destino de las exportaciones de Estados Unidos por encima de China, Japón y de varios países europeos juntos; el primer destino de 28 estados de su vecino del norte; y sede de varias grandes transnacionales propiedad de ciudadanos mexicanos como Cemex o Bimbo.
Pese a las evidencias AMLO se aferra a la vieja idea tercermundista del petróleo como el instrumento de la transformación de su país.
En ese propósito se ha empeñado en lo que a estas alturas parece ser la causa perdida de salvar a Pemex, la estatal mexicana conocida por décadas como la petrolera peor administrada del mundo.
Para ello ha presentado un plan de negocios dividido en dos etapas de tres años con la meta de elevar la actual producción de crudo mexicano de 1,7 millones de barriles por día a 2,7 millones para 2024. Prevé en la primera etapa inyectar recursos públicos a Pemex (justo cuando recorta el gasto en sectores como la salud) y rebajarle la carga fiscal, para luego cosechar la renta que genere en los siguientes tres.
El objetivo desde el punto de vista ideológico y político es evidente: dotarse de una fuente de ingresos fiscales independiente de la sociedad. Lo mismo con lo que contó Chávez en Venezuela, lo mismo que intentó Cristina Fernández de Kirchner al nacionalizar YPF en 2012 y Evo Morales un poco antes en Bolivia. Según esa lógica el petróleo es fuente de renta, por lo tanto hay que controlarlo pues da poder político.
Pero la industria petrolera mexicana de hoy dista mucho de ser la potente industria petrolera venezolana de 1998 con 3,3 millones de barriles al día de producción y tiene mucho menos impacto en México del que tenía en Venezuela en esa época. AMLO no está haciendo nada distinto a lo que varios de sus predecesores intentaron infructuosamente. Agotado el gigantesco pozo de Cantarell la producción no ha dejado de caer.
Vistas así las cosas, la opción que luce más viable es continuar la apertura al sector privado empezada por su antecesor, Enrique Peña Nieto. Pero eso está muy lejos de los deseos y propósitos de AMLO.
Hugo Chávez dio su primera gran batalla por controlar una industria petrolera que ya existía. A larga, como ya sabemos, sus decisiones arruinaron a PDVSA. Pero los líderes populistas no aprenden en cabeza ajena. La batalla de AMLO, sin embargo, es más compleja, pues no tiene esa gallina de los huevos de oro, y esta es con toda seguridad una muy buena noticia para los mexicanos.
(Publicado originalmente el 24 de julio de 2019)