Pedro Benítez (ALN).- La historia contemporánea de las sociedades está repleta de situaciones en la cuales es menos importante recordar “el cómo llegamos a esto”, que saber “el cómo salir de esto”. En ese sentido, Venezuela se encuentra ante una oportunidad que, a su vez, es una encrucijada crítica.
Esa oportunidad lo constituyen los dos acuerdos sobre “la promoción de derechos políticos y garantías electorales para todos” y “la protección de los intereses vitales de la Nación”, que firmaron los delegados del gobierno de Nicolas Maduro y de los partidos opositores congregados en la Plataforma Unitaria (PU) el 17 de octubre pasado en Bridgetown, capital de Barbados, siendo testigos de buena fe los representantes diplomáticos del país anfitrión, de Noruega, Rusia, Países Bajos, Colombia, México y Estados Unidos.
La encrucijada consiste en si se cumplen o no.
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Una medida de la trascendencia de ese compromiso asumido en presencia, insistamos, de buena parte de la comunidad internacional, la dio el propio Maduro el jueves 26 de octubre siguiente cuando convocó y encabezó “La Conferencia Nacional por el Diálogo, la Paz y la Convivencia, en ratificación de los Acuerdos de Barbados”.
El evento, efectuado en un conocido hotel de la ciudad de Caracas y ampliamente difundido por la red de medios públicos, contó con la presencia de diversos sectores políticos y empresariales que, en la misma línea, manifestaron su respaldo a los acuerdos suscritos, insistiendo en la solicitud de levantar por completo “todas las sanciones impuestas”.
Sólo por recordar, mencionemos que entre los asistentes destacaron el presidente del parlamento, Jorge Rodríguez, la vicepresidente ejecutiva, Delcy Rodríguez; los alcaldes de Caracas y Chacao, Carmen Meléndez y Gustavo Duque respectivamente; así como el Alto Mando Militar, el presidente de Fedecámaras, Adán Celis, directivos de cámaras industriales, de la Central Bolivariana de Trabajadores, de diversas organizaciones religiosas, empresarios; y representantes de partidos políticos no afectos a la PU como Alianza Lápiz, Avanzada Progresista, Cambiemos y Fuerza Vecinal. Es decir, todos esos sectores con los cuales Maduro y Jorge Rodríguez han intentado (o pretendido) erigir, desde la elección de la Asamblea Nacional de 2020, una imagen de normalización política, social y económica.
La firma de los Acuerdos de Barbados
De modo, que (en teoría) la firma de los Acuerdos de Barbados fue (o debe haber sido) un momento muy importante para Maduro. Todos los gobiernos del mundo buscan el reconocimiento de sus pares; esa es una de las fuentes de su poder interno. El suyo no es la excepción.
Además, en este caso en concreto, esos acuerdos son la oportunidad de cambiar radicalmente las expectativas económicas en Venezuela al normalizar sus relaciones con el resto del mundo, concretamente con Estados Unidos, cuyo gobierno es el valedor de los mismos.
Para decirlo claramente, los Acuerdos de Barbados se dan en el marco de otra negociación (la negociación clave) entre los enviados del inquilino de la Casa Blanca, que tiene el poder para imponer, quitar o flexibilizar las sanciones que afectan, en particular, a la alicaída industria petrolera venezolana, y Miraflores. En el trato PDVSA (es decir, el gobierno) mejoraría su flujo de caja en divisas para la campaña electoral de 2024, mientras que el regreso de las compañías petroleras estadounidenses al país cambiaría, de manera muy importante, sus expectativas económicas en el largo plazo. En su intento reeleccionista esa debería haber sido, se supone, la gran oferta de Maduro a los electores venezolanos y, en concreto, a los grupos empresariales que con los que se ha acercado en los últimos tiempos. Estabilidad y recuperación. Yo me quedo, pero esta vez prometo hacer las cosas mejor.
Estados Unidos y México
A cambio, la firma de los acuerdos del 17 de octubre le dio a la PU la oportunidad de efectuar el siguiente fin de semana la primaria para elegir su candidatura. ¿Qué obtenía la administración Biden a cambio? Nuevamente, el cambio de las exceptivas en Venezuela, su estabilización, y, con ello, una disminución importante en el flujo de venezolanos que alimentan la crisis migratoria en la frontera sur de Estados Unidos, un tema central en el año electoral allá.
De hecho, en el citado acto del 26 de octubre, Maduro aseguró haberle prometido al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador: “…que una vez que se levanten todas las sanciones contra Venezuela, yo garantizo y le doy mi palabra que en un año a partir de ese momento nosotros revertiremos todas las corrientes migratorias”. El asunto estaba sobre la mesa.
Nos puede parecer muy mal la decisiva influencia que Estados Unidos tiene sobre la economía venezolana y, por consiguiente, en su destino; pero las cosas son como son y no como deberían ser, o nos gustaría que fueran. El país se encuentra al final de un ciclo de 25 años en el cual el régimen chavista ha fracasado en la mil veces proclamada pretensión de contribuir a un “mundo multicéntrico y pluripolar”, y “convertir a Venezuela en un país potencia”.
Según el plan Siembra Petrolera (concebido por allá en 2005) hoy el país debería encontrarse en los seis millones de barriles de producción por día (b/d). En cambio, la industria petrolera nacional difícilmente supera los 800 mil barriles b/d y todo indica que, si el día de mañana, el Departamento del Tesoro levantara unilateralmente y sin condiciones todas las sanciones comerciales y financieras, su situación no cambiaría mucho dando el nivel destrucción del tejido productivo nacional y de la masiva expulsión de capital humano que el país ha padecido. Por ejemplo, con continuos apagones eléctricos no hay recuperación económica posible. Pero hay otro detalle no menor que se pasa por alto: desde noviembre de 2017 el país se encuentra en cesación de pagos de su deuda externa. Sin las licencias petroleras estadounidenses, los acreedores, bonistas y sus asesores (muchos de los cuales se lamentan en las redes sociales de las consecuencias humanas de las mismas) caerían como hienas sobre los cargamentos de crudo venezolano y los pocos activos que le quedan al país en el exterior.
De paso, en una de sus acciones más desquiciadas y estúpidas, el régimen chavista se ha dedicado a desmantelar la base industrial de Guayana a la que todos los gobiernos venezolanos de la segunda mitad del siglo XX apostaron como alternativa de desarrollo al país petrolero.
La Venezuela del 2024
En resumidas cuentas, la Venezuela del 2024 es un país arruinado, con un Estado quebrado, dominado por una elite cleptocrática insaciable. Tanto es así, que desde el año 2016 el gobierno de la República Popular China no le ha concedido al régimen chavista ni medio dólar, ni medio yuan, de crédito. En el Banco de Desarrollo de China saben, mejor que nadie, con quién han tratado. Durante los años 2012 y 2013 el embajador chino en Caracas se quejaba abiertamente ante el resto del cuerpo diplomático por los incumplimientos del gobierno chavista.
Venezuela está dominada por un grupo de poder que se ha ganado bien la fama de no honrar sus compromisos internacionales (excepto a Cuba, donde también se quejan). Y nadie le va a prestar o invertir en serio en un país cuyo gobierno actúa de esa manera. Allí está el detalle.
Más allá de las sanciones estadounidenses, los Acuerdos de Barbados son importante por eso. Si no se cumplen, en (y sobre) Venezuela las expectativas de salir del túnel se hundirán y sobrevendrá una hecatombe social. Menos inversiones y más emigración. El retorno de la hiperinflación será algo casi inevitable puesto que la actual (y absurda) política cambiaria, mediante la cual se suministra continuamente dólares a fin de evitar una devaluación súbita, es una bomba de tiempo que más temprano que tarde explotará. Ese es el cuadro.
Pero resulta que los herederos del poder chavista son prisioneros de sí mismos. Al parecer no pueden evadir su naturaleza. Un día montan un acto a todo trapo para reiterar su compromiso con un convenio que firmaron en presencia de la comunidad internacional, para al día siguiente, en medio de un repentino ataque de nacionalismo, escalar un conflicto con Guyana. A la semana siguiente se olvidan del asunto, “descubren” cinco conspiraciones de cuya existencia “sabían” y en las que estarían involucrados los mismos actores con los que negociaban ese mismo compromiso. Y así.
Puede que se hayan creído el cuento según el cual el petróleo venezolano es vital para Estados Unidos. Información errada. Como el primer productor mundial de hidrocarburos (de lejos) y primer exportador de gas natural, casi ha alcanzado la autosuficiencia en esa materia. En cambio, en el mapa energético mundial Venezuela hoy por hoy es casi irrelevante…gracias al chavismo. También es probable que persistan en desestimar la auténtica magnitud del descontento nacional, lo que explica la desagradable sorpresa que se llevaron el 22 de octubre pasado.
Aferrarse al poder
Como sea, los herederos parecen lanzados en una carrera frenética por aferrarse al poder a toda costa, apostándolo todo a que su capacidad para la maniobra y la intriga (que incluye el uso de grupos de WhatsApp) termine por volar en los aires la unidad del campo democrático y que María Corina Machado se lance nuevamente a los caminos verdes de la abstención electoral. Y si eso no resultara, pueden intentar efectuar una elección tipo referéndum del pasado 3 de diciembre con el aplauso de sus satélites.
No nos engañemos, esto no se trata de la inhabilitación de María Corina Machado. Aquí lo que se busca es que Maduro se perpetúe en el poder, evadiendo la voluntad de la mayoría de los venezolanos, y con la complacencia de muchos que creen que una tercera parte no puede ser peor que las dos primeras. Pero el plan final no es muy distinto a 2018; seguir en Miraflores así el país sea arrasado una vez más.
Las opciones para Venezuela hoy son muy claras: ante la eventualidad de perder unas elecciones presidenciales más o menos presentables, el poder chavista tiene la opción de organizar una salida ordenada y sin sobresaltos del poder. Sin perseguidos ni perseguidores. El Acuerdo de Barbados es el primer escalón que garantiza eso.
La alternativa es el camino a lo desconocido.
Un escenario en el cual, Nicaragua será un paraíso. Managua, un buen lugar para vivir.