Pedro Benítez (ALN).- Primero Andrés Manuel López Obrador en México, ahora la formula Alberto Fernández/Cristina Kirchner en Argentina. Parece que el péndulo político latinoamericano se vuelve a mover hacia el populismo de izquierda. Ese que hace una década se asoció con el castrochavismo y dominó políticamente casi toda la región. No obstante, ni los personajes ni las circunstancias no son las mismas. El tiempo y los hechos no pasan en vano.
El día siguiente a las elecciones primarias argentinas el diario Clarín de Buenos Aires filtró un mensaje que circuló en los chats de los ministros del gabinete del presidente, Mauricio Macri.
En medio de la desazón provocada por los resultados electorales, parte de este decía: “La gente que representamos puede perdonar nuestros errores, festejar nuestros éxitos y disimular nuestros defectos. Pero no nos van a perdonar si los dejamos huérfanos e indefensos frente al poder populista (…) Nos estamos jugando no solo la elección de octubre sino la posibilidad de construir una alternativa por muchos años para la Argentina”.
Aunque en política (particularmente en materia electoral) nada está escrito y en el caso concreto del actual proceso electoral argentino todavía queda tela por cortar, el sorprendente (por su magnitud) pero no inesperado éxito del candidato apoyado por la expresidente Cristina Kirchner, Alberto Fernández, en las primarias generales hace que la opción más realista para el macrismo hoy sea aguantar con sus siete millones de votantes de cara a la primera vuelta electoral de octubre y luego prepararse para otro ciclo populista de cuatro años.
La estrategia de largo plazo que contiene planteamiento es la correcta ante lo que parece ser el inevitable retorno (como en 1973, 1989 y 2003) del populismo peronista en Argentina, pero ahora con la dosis más elevada que caracteriza al kirchnerismo contaminado por sus otrora estrechas relaciones con el castrochavismo caribeño.
Macri y su coalición han recibido un duro revés, pero todavía cuentan con el apoyo de millones de argentinos. Una base electoral importantísima para retornar más tarde al poder. Tal como lo ha hecho una y otra vez el peronismo.
Aunque en política (particularmente en materia electoral) nada está escrito y en el caso concreto del actual proceso electoral argentino todavía queda tela por cortar, el sorprendente (por su magnitud) pero no inesperado éxito del candidato apoyado por la expresidenta Cristina Kirchner, Alberto Fernández, en las primarias generales hace que la opción más realista para el macrismo hoy sea aguantar con sus siete millones de votantes de cara a la primera vuelta electoral de octubre y luego prepararse para otro ciclo populista de cuatro años.
Por lo pronto, las consecuencias del posible retorno del peronismo kirchnerista a la Casa Rosada no se han hecho esperar con una caída de la bolsa en Buenos Aires, una fuerte devaluación del peso y la reacción destemplada del presidente de Brasil y principal socio comercial de Argentina, Jair Bolsonaro, quien pronostica una crisis migratoria como la que tiene en el norte de su país con Venezuela.
El temor de los críticos del populismo, y de los inversionistas es que una mayoría del electorado argentino le está dando otra oportunidad a la peor versión del peronismo que representa el kirchnerismo. Tal como ha ocurrido en México con la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador el fantasma del castro chavismo se asoma a la Argentina.
¿Pero es cierto?
Para responder a esta pregunta hay que repasar la historia de unas relaciones muy particulares que empezaron con Néstor Kirchner y Hugo Chávez.
Los dos fueron socios políticos y comerciales, no aliados ideológicos. Nunca tuvieron la relación que por ejemplo el venezolano sostuvo con Luiz Inácio Lula Da Silva o Rafael Correa, entre otras cosas porque de por medio no estaba Fidel Castro como sumo sacerdote.
Kirchner nunca fue un dirigente de la izquierda argentina. Junto con su esposa y sucesora en el cargo presidencial, Cristina Fernández, pasó con tranquilidad los años de la dictadura militar (1976-1983) dedicado a sus asuntos privados en el remoto sur del país sin involucrase en la política. Su arribo a la presidencia argentina en 2003 coincidió con los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela y Lula Da Silva en Brasil, y como buen oportunista aprovechó de montarse en el tren del ciclo político ganador. Se incorporó al sindicato de presidentes que con la bendición de Fidel Castro desde La Habana se daban apoyo mutuo, compartía complicidades y contratos con la constructora brasileña Odebrecht y la petrolera estatal de Venezuela, PDVSA.
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Sin embargo, cuando Chávez intercedió a favor del gobierno de Irán para que Argentina aceptara compartir su tecnología nuclear con los iraníes y, de paso, no solicitara ante Interpol la captura de ciudadanos iraníes sospechosos de estar detrás del atentado terrorista contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) ocurrido en Buenos Aires en 1994, Kirchner se negó.
Pero sí le aceptó el apoyo financiero para rescatar la deuda argentina en 2003.
La de ellos fue una relación muy pragmática. Muy al estilo (y gusto) de Néstor Kirchner y su entonces jefe de Gabinete, y hoy candidato presidencial peronista, Alberto Fernández.
Lo que Chávez no consiguió con Kirchner sí lo logró con su viuda y sucesora, en lo que sería el origen de un escándalo cuyo capítulo más dramático fue el asesinato del fiscal Alberto Nisman quien acusó a la expresidenta de encubrimiento.
Mientras tanto Alberto Fernández se peleó con Cristina Fernández de Kirchner (le renunció como jefe de Gabinete), se pasó a la oposición, para luego reconciliarse con ella el año pasado en el propósito muto de derrotar a Mauricio Macri y retornar al poder.
Esta es otra relación que promete no aburrir. Alberto Fernández necesitaba la base de apoyo del kirchnerismo (aproximadamente un tercio del electorado) para poder competir, y por su parte Cristina ha calculado acertadamente que un sector importante de los electores argentinos no la votarían para castigar a Macri. Por eso se buscó un candidato presidencial que le acercara al peronismo no kirchnerista, mientras ella se reservaba como candidata a la vicepresidencia en una alianza. ¿Qué consigue a cambio? No ir presa.
Una de las promesas de Alberto Fernández consiste en revisar sentencias de causas de corrupción de exfuncionarios kirchneristas.
Pero si a los electores argentinos que le apoyan (todavía faltan dos meses para la primera vuelta) no les importa el tema de la corrupción, no parece que ocurre con otros temas y personajes.
Así, por ejemplo, el pragmático y moderado Alberto Fernández ha tomado rápidamente distancia de Nicolás Maduro (antiguo amigo de Cristina) como no se tomó la molestia de hacerlo López Obrador en México cuando era candidato.
No es que (en caso de ser finalmente electo presidente) se vaya a hacer amigo de los adversarios del chavismo, pero probablemente ha llegado a la misma conclusión al que en su momento llegó Lenin Moreno: ser asociado con el heredero de Hugo Chávez sólo trae desventajas.
Recordemos que el hoy presidente del Ecuador fue el candidato en 2017 de Rafael Correa y por tanto del bloque castrochavista del continente, incluyendo a Maduro. Hoy está en la lista de los peores enemigos de Correa y de Maduro.
Las situaciones no se tienen que repetir, pero Rafael Correa creyó que podía controlar a Lenin Moreno tal como Cristina Kirchner (probablemente) piensa que lo puede hacer con Alberto Fernández.
Todo este recuento nos permite observar algo: la ola populista que barrió a Latinoamérica hace una década se agotó y ya no volverá. Los personajes no son los mismos (los principales ya no están en este mundo) y las circunstancias son otras. El tiempo y los hechos no pasan en vano.
En Argentina, así como el peronismo no había muerto, tampoco lo hará el antiperonismo. La tarea de Macri (si es que tiene visión de estadista) es dejar sembrada una alternativa. Porque después de todo, parafraseando la frase célebre de Winston Churchill, en política el éxito no es definitivo, el fracaso no es fatal.
No obstante, lo que sí está muerto en América Latina es el castrochavismo. Tan muerto como Fidel Castro y Hugo Chávez. Y eso no tiene remedio.