Redacción (ALN).- Cuando se habla de los peores dolores que puede experimentar el ser humano, lo habitual es pensar en un parto sin anestesia, en una fractura grave o en un cólico renal. Sin embargo, existe un tipo de dolor que supera con creces a todos ellos, y que, aunque es poco conocido, está perfectamente documentado por la ciencia.
Se trata de la cefalea en racimos, un trastorno neurológico que algunos describen como un “dolor insoportable que no se puede comparar con nada”. Quienes lo padecen aseguran que es como si una aguja ardiente atravesara el ojo una y otra vez, durante minutos que se hacen eternos.
Este tipo de dolor no solo es intenso, sino también impredecible y recurrente, lo que lo convierte en una verdadera tortura para quienes lo sufren. Los testimonios de los pacientes coinciden: nada se parece al infierno que supone una crisis de cefalea en racimos.
No es casualidad que muchos se refieran a esta dolencia como el “dolor suicida”. Su intensidad no solo es insoportable, sino que está vinculada a un grave deterioro emocional. De hecho, se ha asociado con un aumento significativo en los intentos de suicidio, lo que subraya la urgencia de visibilizar y tratar adecuadamente este tipo de cefalea, ni con café cargado se quita.
Los tratamientos no ayudan el dolor
Desde sumergirse en agua helada hasta consumir bebidas con altas dosis de cafeína o incluso provocarse dolor físico para desviar la atención del ataque, cualquier cosa parece válida cuando se busca aliviar, aunque sea por un momento, un sufrimiento insoportable.
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En los casos más graves, el miedo al dolor puede llegar a condicionar por completo la vida del paciente. Algunos desarrollan auténtico pánico a dormir, ya que los episodios suelen activarse durante la fase REM, impidiendo el descanso y alimentando un círculo vicioso de agotamiento y ansiedad.
Existen tratamientos con cierta eficacia comprobada, como la administración de oxígeno medicinal a alto flujo, que puede detener un ataque si se aplica a tiempo. Sin embargo, su acceso no siempre es sencillo: muchos profesionales desconocen cómo recetarlo y en algunos países ni siquiera está cubierto por los seguros médicos. También se utilizan triptanes, aunque su uso prolongado conlleva riesgos importantes, como daños orgánicos y un posible agravamiento del trastorno.
Con información de Diario La Península