Zenaida Amador (ALN).- Al ritmo al que se suceden los hechos en Venezuela es difícil seguirles el pulso. Tampoco es sencillo advertir todas las variaciones que ocurren en el accionar de los distintos actores nacionales e internacionales ante la coyuntura. Sin embargo, toda esta vorágine deja claro que hay un cúmulo de intereses de geopolítica en juego y que, más allá de lo que trasciende a la opinión pública, se está desarrollando una apretada agenda de conversaciones y de negociaciones de toda índole que puede añadir matices a la evolución de los acontecimientos.
Aunque está claro que Venezuela vive un proceso inédito que marca un antes y un después, pudiera ocurrir que el añorado cambio de Gobierno y de modelo de país no resulte totalmente como muchos esperan. Hay demasiados factores e intereses sobre el tablero y cada uno pesa en la evolución del momento y en la determinación de las características que finalmente tendrá la transición, ya sea porque la oposición logre imponerse o porque, a fin de garantizar su sobrevivencia política, el chavismo encuentre vías de sostenimiento, con todas las demás variantes intermedias que eventualmente se podrían concretar.
¿Qué elementos son determinantes en la evolución de la coyuntura?
Las grandes potencias
Estados Unidos ha asumido un rol clave en la actual coyuntura venezolana. Entre otros factores está el hecho de que el gobierno de Nicolás Maduro está ligado internacionalmente con flujos ilícitos, incluyendo el tráfico de drogas, lo que genera movimientos de lavado de dinero con impacto global. Además, el territorio venezolano ha servido para acoger fuerzas especiales cubanas y a la guerrilla colombiana, entre otras, con el movimiento de armas asociado.
Maduro alardea siempre de las alianzas estratégicas con Cuba, Rusia, China y Turquía, algo que no puede perderse de vista en este contexto. Washington y Moscú viven lo que muchos identifican como una nueva versión de la guerra fría
“Los cubanos, los rusos, Irán y Hezbollah están en Venezuela”, señaló Mike Pompeo, cuando estaba en la CIA, al explicar las razones por las que EEUU no descartaba una “opción militar” en el país.
Adicionalmente, la mala gestión del chavismo generó una crisis económica que ha repercutido en el hemisferio, con un flujo migratorio de más de tres millones de personas y que, en EEUU, les abrió las puertas a los rusos para eventualmente tomar parte de Citgo y entrar al mercado petrolero estadounidense.
Además, el chavismo suele asociarse a regímenes autoritarios, donde el pluralismo político está ausente y los abusos de poder y las violaciones a las libertades civiles son la cotidianidad.
Maduro alardea siempre de las alianzas estratégicas con Cuba, Rusia, China y Turquía, algo que no puede perderse de vista en este contexto. Washington y Moscú viven lo que muchos identifican como una nueva versión de la guerra fría. También Estados Unidos tiene serias tensiones comerciales con China, y entre Turquía y EEUU se han escrito recientes capítulos de tensión diplomática.
Cuba, por su parte, es clave. Además del dilatado conflicto ideológico con EEUU, a través del chavismo La Habana ha irradiado sus redes de contrainteligencia a la región con los riesgos que esto implica para Washington.
Ninguna acción vinculada con Venezuela puede verse fuera de este juego de poderes, porque la situación trasciende al país y sus conflictos locales, e implica decisiones de peso global y la afectación de grandes intereses.
La izquierda
El chavismo se convirtió en una fuerza porque fue un revitalizador de la izquierda, no sólo en Venezuela sino a nivel latinoamericano con proyección global. De la mano de Cuba y gracias a la petrochequera venezolana, Hugo Chávez se dedicó a exportar el socialismo del siglo XXI y construyó no sólo alianzas sino también dependencias estratégicas entre algunos países que, por años, jugaron a su favor en la geopolítica mundial y que le permitieron seguir en el poder pese a las diversas presiones externas y al rechazo interno.
Pero en el último lustro el chavismo ha perdido brillo, así como poder económico para sostener sus alianzas. La corrupción, las violaciones a los derechos humanos, el narcotráfico, la destrucción del aparato productivo y el impago de deudas, entre otros muchos elementos en dos décadas en el poder, han terminado por enlodar a la izquierda.
Una muestra clara se vio en el reciente Consejo de la Internacional Socialista, donde se reconoció el esfuerzo de Juan Guaidó por “conducir una transición hacia la democracia” y Pedro Sánchez llamó “tirano” a Maduro.
Es decir, que en este momento el chavismo es un peso en el ala para la izquierda. Quienes quieren oxigenarla -dentro y fuera de Venezuela- saben que hay que deslindarse, sacrificar algunas cuotas, como Nicolás Maduro y sus cuadros cercanos de poder. Quizá así hasta el chavismo sobreviva a la crisis para trabajar en un reacomodo político posterior.
La crisis económica
Si bien la crisis económica y el elevado costo en la calidad de vida del venezolano sirvieron de estímulo para potenciar el rechazo a Maduro y el respaldo popular a Guaidó, como presidente interino, la misma crisis puede jugar en contra.
Aunque por años el chavismo culpó de la crisis al empresariado y a la oposición, mientras la usaba para hacer que la población dependiera del Estado, en este momento el grueso de los ciudadanos responsabiliza a la gestión de Maduro de los problemas y por eso pide su salida.
La tropa y los cuadros medios padecen las mismas penurias que el resto de la población, por lo que crece el rechazo a Maduro y al alto mando. De allí que la Fuerza Armada sea en verdad un cuerpo fragmentado del que puede esperarse cualquier cosa
Pero si la crisis se profundiza esto puede variar. El aparato productivo fue destruido por las políticas del chavismo y su cerco a la iniciativa privada, por lo que el país depende de las importaciones para surtirse de alimentos, medicinas e, incluso, de combustibles. De allí que las sanciones económicas y petroleras aplicadas por varios países, principalmente por EEUU, significan el estrangulamiento de la economía. Maduro lo sabe y por ello se dedica a lanzar mensajes para alimentar el miedo sobre las consecuencias de este “bloqueo”.
De no concretarse pronto el ingreso de ayuda humanitaria de la mano de Guaidó o si las estrategias de recuperación económica para la transición no se comienzan a observar con prontitud, pudiera acelerarse una explosión social totalmente anárquica, que cualquier grupo -y no necesariamente de la oposición- podría intentar capitalizar a su favor.
El poder de fuego
Desde que Chávez llegó al poder en 1999 les dio a las fuerzas armadas un rol protagónico en el país, colocando a militares al frente de cargos públicos y de la administración de los recursos de la nación. Maduro, con un liderazgo disminuido en relación a Chávez, profundizó esta distorsión para garantizar su sostenimiento en el poder.
Los militares del alto mando son actores económicos, muchos de ellos ligados a varios de los capítulos de corrupción que se han podido conocer. Por eso tienen mucho que perder si hay un cambio en la conducción política del país que interfiera con sus intereses.
Esta realidad es conocida en los cuarteles, donde la tropa y los cuadros medios padecen las mismas penurias que el resto de la población, por lo que crece el rechazo a Maduro y al alto mando. De allí que la Fuerza Armada sea en verdad un cuerpo fragmentado del que puede esperarse cualquier cosa, incluso que emerja alguna figura con apetito de poder que intente imponerse por la fuerza.
Pero el poder de fuego no está solo en manos de los militares. Desde la gestión de Chávez se facilitó el flujo de armas a grupos civiles de choque que le servían de escudo al chavismo y se cedieron cuotas de poder a líderes de bandas, muchos de los cuales manejan sus “negocios” desde el corrompido sistema penitenciario, y cercan e intimidan en muchas regiones del país. A la hora de un conflicto este armamento también jugará un rol importante, pero dada la coyuntura es difícil leer hacia qué lado se inclinará.
La propia oposición
Lo que se vive hoy en Venezuela le ha dado un nuevo impulso al liderazgo político opositor que prácticamente había sido disuelto tanto por las acciones neutralizadoras del chavismo (arresto de dirigentes, persecuciones, inhabilitaciones e ilegalizaciones) como por decisiones y actuaciones de la misma oposición.
Uno de los últimos momentos en los cuales los dirigentes opositores lograron conectar con la gente fue en 2017, en las protestas en defensa de la Asamblea Nacional (AN) tras dos sentencias del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) para asumir las funciones parlamentarias. Estas manifestaciones se extendieron por seis meses con un saldo de 163 fallecidos y más de 5.000 detenidos. Si bien se logró frenar la acción directa del TSJ, el gobierno de Maduro impuso una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) -saltándose los procedimientos legales- y, en la práctica, anuló operativamente a la AN, pues se creó un cuerpo legislativo a su medida.
Esto desinfló el ímpetu popular, sin dejar de mencionar que las otras exigencias (cambio de autoridades electorales, elecciones libres y liberación de presos políticos) quedaron en el aire. En el camino varios líderes opositores entraron en una fase de diálogo y negociación con el Gobierno, con mediación internacional (con figuras como José Luis Rodríguez Zapatero), que terminó sin resultados y exponiendo al descrédito a quienes participaron en el proceso.
El precio político fue muy alto, al punto de que en los estudios de opinión el rechazo popular a los dirigentes opositores llegó casi a equipararse con el rechazo a Maduro. En paralelo, se acentuaron las fracturas dentro de la unidad de los partidos que, sin una línea de acción común, terminaron por distanciar la lucha política del malestar popular por la gestión del Gobierno.
Ahora la oposición ha logrado unirse y reconectarse con la ciudadanía, incluso con las clases más pobres. No obstante, tanto la unión interna como la conexión son circunstanciales y pueden desinflarse. Los grandes riesgos son que en la estrategia se impongan las agendas de cada partido o las ansias individuales de poder, que se pierda el momento y el foco en las respuestas que se les dan a las grandes necesidades de la población, o que por torpeza política se precipiten o enlentezcan decisiones cruciales para la transición.