Pedro Benítez (ALN).- Para Brasil esta ha sido una tormentosa semana política. Las polémicas declaraciones, así como el trato dispensado, por el presidente Luis Ignacio Lula Da Silva a su homólogo venezolano Nicolás Maduro, en ocasión de la visita de éste a ese país para participar en la reunión de mandatarios suramericanos convocada por el brasileño, no solo desataron una lluvia críticas desde el exterior sino que también le han dado munición a la oposición interna que no dejó pasar la oportunidad para armar un sonoro escándalo en la Cámara de Diputados en Brasilia y propinarle una de las primeras derrotas parlamentarias a la coalición lulista.
Este miércoles, la Comisión de Relaciones Exteriores y Defensa de esa instancia aprobó, por 21 votos contra 11 rechazos y 2 abstenciones, una moción de repudio a la visita Maduro, justo en el momento en el cual las relaciones entre un sector de los ministros de Lula con el Congreso se han ido agriando. Ese mismo día la mayoría parlamentaria de la Cámara también aprobó un proyecto de ley que modifica las competencias de los ministerios de Medio Ambiente y de Pueblos Indígenas en la supervisión y la demarcación de las tierras aborígenes. El Gobierno se oponía a dicho texto pero en el último minuto uno de sus partidos aliados autorizó a sus diputados votar libremente. De modo que la polémica desatada por la visita de Maduro terminó perturbando el lobby de la ministra Marina Silva.
Todo eso en medio de un marco en el cual los medios brasileños se enfocaron en cubrir y opinar sobre la situación de Venezuela, el respaldo de Lula hacia Maduro, las respuestas que a su vez le dieron los presidentes Gabriel Boric y Luis Lacalle Pou, y que, como guinda de la torta, incluyó la agresión a una periodista de O’Globo por parte de los guardaespaldas del visitante en la entrada del Palacio de Itamaraty.
Mientras el mandatario uruguayo dio a conocer su crítica intervención en la reunión presidencial por medio de sus redes sociales, puesto que sabía que los organizadores no lo harían, el chileno lo hizo en un escenario abierto; por su lado el débil jefe de Estado argentino, Alberto Fernández, daba un también débil respaldo al gesto de Lula, aunque totalmente alineado con la política de Estados Unidos al que la crisis económica de su país lo tiene amarrado; y el resto de los colegas presentes hacían mutis ante el espinoso asunto.
Total es que, al final, quedó completamente opacado el motivo de la reunión de presidentes y pocos se acordaron del relanzamiento de Unasur (pretensión original de Lula, pero que no fue mencionado en la declaración final), ni de la migración o la crisis climática.
Por su parte, las críticas en Brasil por el affaire Maduro/Lula se dividieron en dos grupos: los que vieron el asunto en términos de absolutismo moral e indignación, principalmente los sectores ligados al bolsonarismo; y los que apreciaron la cuestión desde un punto de vista más racional, admitiendo que, después de todo, Lula da el paso adecuado, y esperado, en el sentido de contribuir a modificar la estrategia de aislamiento internacional y “máxima presión” contra el gobierno de Maduro, que todos saben que no ha dado resultado y que no está llevado a ningún lado, pero al mismo tiempo considerando como innecesario y contraproducente el trato deferente (distinto al dispensado a los demás presidentes de la citada reunión) que le concedió, así como su argumento según el cual el tema venezolano es una cuestión de “narrativa construida”. En particular ha resultado preocupante la dura crítica formulada por la organización Human Rights Watch a esa declaración del presidente brasileño.
De modo que, en las primeras de cambio, no luce como un resultado positivo para Lula esa tarde de faena en la arena política suramericana en la que, obviamente, pretendía exhibir las destrezas de su liderazgo. Por el contrario, no logró consenso para relanzar Unasur por parte de sus colegas; su trato personal hacia Maduro fue interpretado en su país, por parte de los observadores más equilibrados, como otro paso en falso en la escena internacional pues, como se recordará, hace pocas semanas dio otras controversiales declaraciones acerca de la invasión rusa a Ucrania que en Europa no cayeron nada bien; y, de paso, puso en evidencia que Brasil es un país políticamente muy dividido. Esto último es fundamental, porque como bien se sabe si en algún aspecto en los países debe haber consenso es en su política exterior. Pues bien, como signo de los tiempos que corren, en ese tema en particular, en el Brasil de Lula consenso no habrá.
Aunque sobre el tema Venezuela, todo hay que decirlo, difícilmente se pueda conseguir una democracia en el mundo donde haya consenso, empezando por Estados Unidos.
En resumidas cuentas, si el balance para Lula no fue positivo, en cambio para Maduro fue casi todo lo contrario; pese a salir algo aporreado, obtuvo un logro importante para él como es el de regresar a una cumbre presidencial latinoamericana de la mano de uno de los más destacados líderes mundiales.
Es en ese punto, donde varios analistas brasileños se preguntan: ¿Qué pretendía Lula?, y ¿cómo queda el prestigio internacional de Brasil?
En particular resultaron significativas las críticas formuladas por los presidentes de Chile y Uruguay, dos países que, pese a sus modestas dimensiones, gozan de prestigio en Brasil donde se les considera, con toda razón, las sociedades mejor estructuradas políticamente de la Suramérica y también las más prósperas.
Además, hay otro aspecto que para la opinión pública brasileña ha resultado desconcertante. Al referirse a “…la narrativa que han construido respecto de Venezuela, del autoritarismo, de la antidemocracia. Esa narrativa ustedes la tienen que deconstruir mostrando su propia narrativa para que la gente cambie de opinión”, Lula trazó un paralelo con su propia situación durante la década pasada, etapa en la cual siempre consideró los procesos judiciales abiertos en su contra como una persecución política.
Es más, tal como lo afirmó, él está muy imbuido en la idea de que tanto Chávez antes, como Maduro ahora, han sido víctimas del mismo tipo de narrativa negativa de la que él fue objeto. Por cierto, esa ha sido la misma cortada usada tanto por Cristina Kirchner en Argentina, como por Rafael Correa en Ecuador. Con los dos Lula también ha sido solidario.
En ese sentido ha interpretado su retorno al poder como una reivindicación personal ante la historia. Así que, si nos metemos en la piel del personaje, tiene sentido que él sea solidario (pese a todo) con quienes fueron solidarios con él en su travesía por el desierto y que al final del día han sido sus aliados y amigos en lo que va de siglo. Recordemos que Maduro fue el canciller de Chávez. Esa es su gente.
No lo es Boric, que aunque es un político de izquierda, pertenece a otra generación y viene de un país donde hay una sensibilidad muy fuerte con el tema de los Derechos Humanos y la migración venezolana; y tampoco Lacalle Pou por razones ideológicas.
Sin embargo, pese a su corazoncito y cinismo, Lula no es estúpido. Con medio siglo de lucha política a la espalda, seis campañas presidenciales, tres victorias, y líder de uno de los partidos políticos más grandes del hemisferio, conoce bien su oficio y tiene demasiadas horas de vuelo para que lo subestimemos. Él sabe perfectamente lo que acontece en Venezuela; es amigo del chavismo, pero también es consciente de que esa es una amistad costosa; y si este detalle se le había olvidado, esta semana se lo recordó. Durante la campaña presidencial del año pasado, Bolsonaro usó ese tema para golpearlo una y otra vez. Además, no ha dado este paso (no hablamos de la puesta en escena, sino del acercamiento político a Maduro) sin acordarse primero con Joe Biden. Un mes y diez días después de haber jurado como Presidente lo visitó en la Casa Blanca, antes, incluso, de ir a China.
En medio de los folclóricos enredos latinoamericanos, tanto él como Alberto Fernández le plantearon en público y en privado a Maduro el mismo pedimento de la Casa Blanca: elecciones libres. Esta es la clave de la cuestión. Por esas paradojas, Maduro debe estar en una situación política más incómoda hoy, con amigos que le tienden la mano, que en 2019 jugando al aislamiento y a la resistencia numantina.
Los próximos tres años serán cruciales para el futuro de Venezuela. Maduro no contará con el respaldo de China, cuyo gobierno no está dispuesto a dar dinero a fondo perdido a un régimen quebrado; tampoco con el de Rusia, al menos hasta el 2025; su respaldo más importante en el escenario internacional será el de Lula al frente de un Brasil dividido. Para bien o para mal esa puede ser la influencia decisiva. Si el líder brasileño la usa para facilitar una apertura democrática en Venezuela su dimensión política crecerá; si por el contrario, respalda o cínicamente mira para otro lado ante un giro autoritario eso en Brasil se lo van a cobrar.
@PedroBenitezf