Juan Carlos Zapata (ALN).- Estaba haciendo Nicolás Maduro planes de restructuración en Petróleos de Venezuela, PDVSA, cuando lo alcanza el problema del coronavirus. Otro problema que no estaba en las cuentas. La caída del precio del petróleo. Estaba Maduro entretenido persiguiendo trabajadores y ejecutivos de PDVSA, acusándolos de petroespías, cuando alguien lo alerta: Se derrumban los precios del petróleo. Maduro que no sabe nada del negocio petrolero al menos entiende como todo venezolano, qué significa que los precios caigan por debajo de los 30 dólares. Y se lleva las manos a la cabeza. Y piensa en otros tiempos.
A Maduro se le derrumbó la producción petrolera de más de 2 millones a 700.000 barriles diarios. Maduro sacó a Venezuela del mapa petrolero mundial. Maduro postró la empresa. Maduro persiguió y sigue persiguiendo ejecutivos. Porque Nicolás Maduro no se siente responsable del desastre. Siempre son los otros. Esto lo aprendió de Hugo Chávez. Pero a Chávez le sobraba dinero, y con el dinero tapaba huecos y vendía ilusiones. Maduro ni tiene dinero y ni siquiera vende petróleo, menos ilusiones. El fracaso lo llevó a entregarle todas las operaciones petroleras a las multinacionales que por ahora se mantienen en el país. Hoy se derrumban los precios del petróleo. Todavía no han tocado piso. Y a Maduro lo coge este escenario sin capacidad de respuesta.
Maduro piensa que si se va le hace un favor a los que lo quieren entregar y no se atreven a entregarlo. Que si se va ellos negociarán con el imperio, con la burguesía, y acomodarán su propia situación.
Entonces piensa Maduro en las empresas básicas que destruyó el chavismo. Por allí no habrá ingresos de divisas. Ahora piensa en las empresas que estatizó y destruyó el chavismo. Por allí no habrá producción nacional. Ahora piensa en las arcas vacías del Banco Central de Venezuela, y piensa cómo en 2012 se gastó al extremo para reelegir a Chávez moribundo; y piensa cómo en 2013 se siguió gastando para elegirlo a él, y cómo se vaciaron todos los fondos de ahorro. Allí no hay divisas. Piensa cómo persiguió a empresarios y comerciantes acusándolos de especuladores y acaparadores y esos son los empresarios que podrían invertir si es que hubiese garantías. Pero Maduro piensa que de todos modos, si pudiera, no daría marcha atrás, porque el modelo es el modelo, el socialismo es el socialismo, el poder es el poder, y ellos, la burguesía, la derecha, la oposición, no volverán, no volverán más nunca al Palacio de Miraflores, no volverán a gobernar al país.
Eso fue lo que le enseñaron a Maduro. El poder no se entrega. No se claudica. Hay que resistir. Hay que ganar tiempo. A Maduro le dijeron: Tú eres el pueblo. Tú eres Chávez. Tú eres el hijo de Chávez. Y Chávez dijo que “tenemos patria”. Que él levantó a Venezuela de la muerte, que como Lázaro la resucitó, y que nunca más volverán a liquidarla. Maduro se cree esto. Y piensa que esta coyuntura petrolera la va aguantar como ha aguantado todo estos casi 8 años que han transcurrido desde la muerte de Chávez, teniendo a Diosdado Cabello y a su grupo respirándole en la nuca; teniendo a Rafael Ramírez con su soberbia y ambición como primer enemigo desde antes de la purga y después de la purga; teniendo siempre a grupos de militares en las movidas conspirativas porque no lo consideran digno sucesor de Chávez; teniendo al imperio en contra, con las sanciones, con las amenazas, con las operaciones para sacarle gente, para que lo traicionen; teniendo el crédito mundial cerrado, la deuda en default; teniendo tan poco que casi no tiene nada, aislado en la escena internacional, haciendo de tripas corazones, buscando plata donde no la hay, clamando por unos cuantos dólares en la CAF, confiando en que Rusia no lo deje, ni China lo deje; teniendo, sí, a Cuba, a Raúl Castro, a Manuel Díaz-Canel, la solidaridad de Cuba, el lobby de Cuba; teniendo eso, que es lo que queda.
La caída del precio del petróleo por el coronavirus y las sanciones de Trump complican la supervivencia de Maduro en 2020
Maduro no se va. Lo que quiere el Alto Mando Militar es que se vaya. Y eso es lo que quiere Diosdado Cabello. Eso es lo que quisieran incluso Delcy y Jorge Rodríguez, su mano derecha y su mano izquierda. Eso es lo que quisiera el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno. Eso es lo que quisiera -seguro que sí- el boliburgués dueño de Globovisión, Raúl Gorrín. Eso es lo que quisieran millones de chavistas que le eran fieles a Chávez y a la revolución y ahora no lo son tanto. Los militares y Cabello no lo van a echar. No le van a dar el golpe de Estado. No quieren pasar a la historia como los golpistas que echaron del poder al que dejó Chávez para que continuara la revolución. No van a pasar a la historia Cabello y al general Vladimir Padrino López como los traidores de esta historia. Los traidores no tienen perdón.
Pero Maduro pretende resistir. Ha resistido. Y piensa que podrá resistir. Como Cuba ha resistido. En peores momentos. Maduro piensa (y ya ni siquiera comparte estos pensamientos con su esposa Cilia Flores), igual que Cabello e igual que los otros que si se va, entonces será él quien protagonice el capítulo trágico de la historia. Maduro piensa en la muerte. No puede ser menos que Chávez. Chávez es un mito, piensa Maduro. ¿Por qué no otro mito? No es el primero que se inmola. Y piensa en Salvador Allende. ¿Quién ha olvidado a Allende? ¿Cómo recuerdan a Allende? Que vengan por mí, piensa Maduro. Pero los otros dicen que no irán por Maduro. Maduro piensa que si se va le hace un favor a los que lo quieren entregar y no se atreven a entregarlo. Que si se va ellos negociarán con el imperio, con la burguesía, y acomodarán su propia situación. Maduro estaba pensando en todo esto cuando Tareck El Aissami, el vicepresidente del Area Económica, le dijo que los precios del crudo venezolano ya están por debajo de los 30 dólares. Entonces Maduro siguió pensando. En lo mismo. No tiene otra cosa en qué pensar.