Sergio Dahbar (ALN).- Una artista de Pamplona busca seres extraordinarios para proteger su exposición de arte contemporáneo. Cruel manera de llamar la atención.
Se llama Elba Martínez y proviene de Pamplona. Se dedica al arte. Se desconoce aún el impacto que tiene su obra. Lo que sí se sabe es que escribe avisos clasificados perturbadores. Tendría futuro en una agencia de publicidad. Ha presentado ya 15 muestras individuales y ha participado en 30 colectivas. Su obra pareciera gravitar, si uno le hace caso a la promoción vía web, sobre cierta necesidad de llamar la atención ante la hipocresía de la vida actual.
Para crear se apoya en la fotografía, el video y la palabra escrita. “No hay monos en la costa / me dijiste refiriéndote a tus padres / y subí con Aitor / a follar en el barrio de La Peña / un polvo a muerte de los que no se olvidan jamás”, poema titulado “Aitor”.
Se llama Elba Martínez y proviene de Pamplona. Se dedica al arte. Se desconoce aún el impacto que tiene su obra. Lo que sí se sabe es que escribe avisos clasificados perturbadores. Tendría futuro en una agencia de publicidad
En 2011 presentó una obra sobre su propio cuerpo: les pedía a miembros de grupos musicales que le dejaran marcas en el cuello de unos besos apasionados, chupones, todo frente al público. Algo así como las cicatrices del amor loco.
Días atrás publicó en una web de anuncios de trabajo la siguiente necesidad. “Busco una persona enana chica o chico para vigilar una obra de arte contemporáneo”. El trabajo duraría más o menos 45 días, en la Ciudadela de Pamplona, de mayo a junio.
El aviso no se quedaba sólo en la búsqueda de un enano. “También me vale gente con minusvalía psíquica que puedan hacer una pregunta sencilla a los espectadores que se acerquen a ver la obra. Lo que busco es un vigilante de aspecto extraño o raro, que genere rareza a la obra, es decir, un poco loco. Podrían ser también travestis, payasos y gente del circo o de la vida loca: prostitutas, drogadictos, etc”.
Entrevistada por diferentes medios, Martínez agregó que el trabajo sería pagado, “en especias naturales y biológicas y obras de arte, no en dinero. No pago en dinero porque esta vez no lo tengo”. Estas últimas palabras se las comentó a Peio H Riaño, de El País.
Elba Martínez tuvo que retirar el anuncio debido a la polémica que se desató en las redes. Pasto fértil para temas hondos. Y se justificó. “Adoro a los enanos, me parecen seres estéticamente adorables y en mi obra siempre busco un halo de rareza. Para mí la belleza está en lo raro, en lo extraño y muchas veces lo excluido”. Martínez le aclaró a Riaño que no intentaba burlarse ni faltarle el respeto a nadie. “La gente con minusvalías psíquicas normalmente ha sufrido y las personas que hemos sufrido somos más humanas, menos sabelotodo y prepotentes. Soy muy sensible al tema de la enfermedad mental”.
Sorprendida por la polémica, Martínez declaró estas líneas ante un periodista de Noticias de Gipuzkoa. “Admiro y amo la belleza que nuestra sociedad descarta: una sociedad corrupta, falsa, materialista y machista, donde encajan más las barbies americanas y los futbolistas prepotentes, por no mencionar a los mentirosos de la mayoría de los políticos”.
No deja de ser una curiosidad contemporánea semejante acting de Elba Martínez. En un tiempo en el que no se le perdona un mal chiste a nadie, ya sea Premio Nobel o gestor cultural, el aviso de esta persona sensible al tema de la enfermedad mental merece una categoría especial entre quienes quieren llamar la atención para revestir de polémica una obra de arte que muchas veces no interesa o no posee entidad propia.
Julia Pastrana
A este cronista le ha recordado una historia del pasado, que viene a cuento para reflexionar sobre quienes se lucran de lo que es diferente. 30.000 flores recibieron a la mexicana Julia Pastrana, después de un largo camino de regreso a casa. Gladiolos y alhelíes de color blanco para celebrar -después de un periplo de siglo y medio- que fuera enterrada en las tierras de Sinaloa, donde nació en 1834.
Pastrana fue vendida, exhibida por varios países, su cadáver derivó en el sótano de la Universidad de Oslo y finalmente fue enterrado el 13 de febrero de 2013 con honores en Sinaloa. No era cualquier habitante mexicano que volvía a casa. Por años fue conocida como “la mujer más fea del mundo”, “mujer mona” e “híbrido maravilloso”.
Días atrás publicó en una web de anuncios de trabajo la siguiente necesidad: “Busco una persona enana chica o chico para vigilar una obra de arte contemporáneo”. El trabajo duraría más o menos 45 días
Padecía una enfermedad: hipertricosis lanuginosa e hiperplasia gingival. Tenía vello excesivo en todo el cuerpo y la mandíbula pronunciada. Poseía voz de mezzosoprano, bailaba muy bien, tocaba la guitarra y se desenvolvía con naturalidad en tres idiomas.
Esta criatura especial derivó muy rápido en excepción de feria. Cuando tenía 20 años fue vendida a un negociante inescrupuloso mexicano que la hizo recorrer Canadá y Estados Unidos. Actuaba en circos y ferias de pueblo que la anunciaban como el eslabón perdido entre un ser humano y un orangután. Julia Pastrana no tuvo suerte con sus maridos. Se casó en Nueva York con un hombre que se convirtió en su agente y comercializó su diferencia.
Pastrana falleció en 1860, muy lejos de casa, de gira por territorio ruso, poco después de tener un hijo que heredó su enfermedad y sobrevivió algunas horas. Su viudo exhibió los cadáveres embalsamados de ambos hasta que el cuerpo no aguantó más. El final no pudo ser menos sombrío que el resto de su vida. Los restos pasaron a manos de comerciantes noruegos. A ellos les robaron el cuerpo del bebé, que finalmente quedó irreconocible.
Julia fue adquirida por la Colección Schneider del Instituto de Ciencias Médicas de la Universidad de Oslo, que lo conservó. Por años quedó engavetado en un sótano burocrático del que por fin regresó a Sinaloa para descansar.
El negro de Banyoles
Hay otro caso que merece una anotación debida en la historia universal de las atrocidades. Se trata del célebre negro de Banyoles, que fue enterrado en el año 2000 con honores en un parque de Gaborone, capital de Botsuana. Ese año desapareció la polémica suscitada por la exhibición de su cuerpo disecado en el Museo Darder de Banyoles, en España.
Su historia fue conocida gracias a la investigación obsesiva del escritor holandés Frank Westerman en su reportaje El negro y yo, reflexión sobre temas como la raza, la cultura, la identidad y el racismo latente en cierta antropología. A partir del primer encuentro, Westerman reconstruye la trayectoria del negro de Banyoles, desde que fue cazado en el sur de África, hacia 1830, hasta su traslado al Museo Darder, donde permaneció expuesto entre 1916 y 1997.
Frank Westerman reconstruye la mirada colonialista que concibe la exhibición de un ser humano para que otros vean sus características más notorias. Y documenta la captura por los naturalistas franceses Verreaux y las operaciones comerciales posteriores que lo llevaron a la Exposición Universal de Barcelona de 1888, al Gran Café Novedades y a la colección de Darder.
“Lo que busco es un vigilante de aspecto extraño o raro, que genere rareza a la obra, es decir, un poco loco. Podrían ser también travestis, payasos y gente del circo o de la vida loca: prostitutas, drogadictos, etc”
Westerman viajó a Botsuana. Quería ver el lugar donde fue enterrado el objeto de su investigación. Encontró una tumba abandonada. La grama crecía salvajemente y los niños jugaban al fútbol. Un panorama desolador. En Banyoles las cosas no lucen mejores. Los habitantes tampoco quedaron contentos. Consideran que el pueblo ya no es el mismo sin ese negro que se había vuelto una curiosidad, en un pueblo sin demasiada gracia.
Volvamos a Julia Pastrana. El milagro de repatriar sus restos a México tiene nombre y apellido. Laura Anderson Barbata. Artista mexicana, quien hizo justicia con esta mexicana que sufrió suficiente en vida como para mantenerse lejos de casa. Laura vio una vez el cuerpo de Julia: cuando la reconoció en Oslo, antes de viajar a Sinaloa.
Julia Pastrana llegó a México en un féretro blanco de zinc. Así fue enterrada en Sinaloa de Leyva. En una tumba que tiene el doble de profundidad. Sobre ese cajón impoluto cayó el cemento que la resguardará de todos los tormentos de los seres humanos, que ya bastante daño le hizo a esta mujer desprevenida que vino al mundo en 1834.
Así se cierran las historias de Julia Pastrana y la del negro de Banyoles, ambos ejemplos aterradores de la exhibición de diferencias para el divertimento de las masas. Y para clausurar el episodio de Elba Martínez quizás nada mejor que sus propias palabras. “No me interesa la masa, me interesa la minoría. Tengo tendencia al lumpen y eso se manifiesta claramente en mi obra. Soy de izquierdas y voto a Podemos. Me siento cómoda entre los seres rechazados por la sociedad”. A confesión de parte, relevo de pruebas.