Zenaida Amador (ALN).- Existe la posibilidad de que se acabe la gasolina más barata del mundo, que se expende en Venezuela, pero no por un incremento tarifario sino porque simplemente dejará de producirse y no habrá posibilidad de importar el combustible suficiente para atender al país, añadiendo así un elemento más a la crisis que lo azota.
En el interior de Venezuela, que es el país con las mayores reservas petroleras del mundo, la distribución de gasolina es precaria. Hay zonas, como el estado Táchira, donde las colas para surtirse pueden durar hasta 20 horas y aunque en Caracas el exiguo suministro del combustible se refuerza por la decisión de Nicolás Maduro de que haya una aparente normalidad en la capital, las estaciones de servicio disponen de poco inventario y casi siempre la oferta se limita a un solo tipo de gasolina.
Los funcionarios de Maduro lo atribuyen a las sanciones dictadas contra el régimen por la comunidad internacional, aunque en verdad se trata del alto precio que pagan los venezolanos por las deficiencias internas de la industria petrolera que se han acumulado tras décadas de mala gerencia, desinversión y corrupción
Si bien la población lleva tiempo experimentando esta situación, la crisis se ha ido acentuando al punto de que fuentes sindicales de la industria petrolera indican que se está suministrando la mitad de lo que el mercado requiere y todo apunta a que el recorte aumentará. Los funcionarios de Maduro lo atribuyen a las sanciones dictadas contra el régimen por la comunidad internacional, aunque en verdad se trata del alto precio que pagan los venezolanos por las deficiencias internas de la industria petrolera que se han acumulado tras décadas de mala gerencia, desinversión y corrupción.
Ahora, cuando se complican las gestiones comerciales internacionales, salta a la vista la incapacidad de la industria para producir la gasolina que consume el país y que Maduro encubría con importaciones. De allí la trascendencia de recientes informaciones que apuntan a que, por efecto de las sanciones, petroleras como Repsol pudieran suspender sus intercambios de productos refinados por crudo venezolano, lo que dejaría seco de gasolina al mercado venezolano.
Sin maquillaje
En agosto de 2017 Estados Unidos aplicó las primeras sanciones contra el régimen de Maduro, pero para ese momento las importaciones ya se habían desplomado. En 2012 la nación reportó importaciones totales por 65.951 millones de dólares, pero en 2016 la cifra se ubicó por debajo de los 17.000 millones a consecuencia de la caída de los ingresos petroleros tanto por el retroceso en los precios como por la sustancial caída en la producción de crudo.
Así como descendieron las compras de insumos, materias primas y productos terminados no petroleros, también lo hicieron las compras petroleras con las que se garantizan los insumos básicos para el mejoramiento de crudo y para el mercado interno de combustibles. En 2017 las importaciones públicas petroleras rondaron los 4.500 millones de dólares y el año pasado llegaron a 3.200 millones. Aun así, 50% de la gasolina surtida en el país al cierre de 2018 era importada.
Al arreciar las sanciones internacionales este año, el régimen de Maduro comenzó a buscar opciones. Tuvo que reemplazar a Estados Unidos como proveedor fijo por compañías indias, españolas, chinas y rusas con las que pacta suministros. Según Argus, en febrero se reportaban entregas esporádicas de productos desde Europa y Asia que llegaban a los terminales de Punta Cardón y Amuay en el Complejo Refinador Paraguaná, en el estado Falcón, y en el terminal de Jose, en el estado Anzoátegui.
En esta línea de acción, PDVSA comenzó a buscar acuerdos de trueque para cambiar importaciones de gasolina y diésel por crudo venezolano, gracias a lo cual en marzo obtuvo 185.000 barriles diarios, según estimaciones de Reuters.
La rusa Rosneft se ha convertido en el principal suplidor de Venezuela, seguida por Reliance de India y la española Repsol. Dada la postura política de Moscú ante Washington en defensa del régimen de Maduro, Rusia prevalece como el gran aliado estratégico, pues el peso de EEUU se ha hecho sentir sobre los demás involucrados.
De hecho, Reliance anunció recientemente que paralizó parte de sus negocios con PDVSA en atención a las sanciones y Repsol ha estado en el tapete tras la visita a Madrid del enviado especial de EEUU para Venezuela, Elliott Abrams, quien dijo que el caso de la petrolera española se analiza en Washington. A propósito de esto, Reuters señaló que Repsol habría decidido suspender temporalmente sus intercambios de productos refinados por crudo venezolano.
Si se cierra aún más el cerco petrolero sobre Venezuela se reduciría drásticamente el suministro interno de gasolina, ya que cada día se importan menos diluyentes y más combustible terminado, porque el sistema refinador está prácticamente paralizado, según denuncias de la Federación Única de Trabajadores Petroleros de Venezuela. De hecho, aunque tiene la capacidad para procesar 1,2 millones de barriles diarios el sistema tan sólo procesa 70.000.
Problemas de fondo
Parte del desmantelamiento productivo responde a la política con la que se ha manejado PDVSA en las últimas décadas. El precio de la gasolina está congelado desde 1996, una decisión que ha desangrado a la nación y que puso a la industria a producir a pérdida.
Se estiman en 12.000 millones de dólares las pérdidas generadas en los años de mayor consumo interno de combustibles, cuando la economía todavía tenía dinamismo, ahora -con seis años continuos de recesión- las pérdidas anuales están alrededor de los 5.500 millones de dólares.
Salta a la vista la incapacidad de la industria para producir la gasolina que consume el país y que Maduro encubría con importaciones. De allí la trascendencia de recientes informaciones que apuntan a que, por efecto de las sanciones, petroleras como Repsol pudieran suspender sus intercambios de productos refinados por crudo venezolano, lo que dejaría seco de gasolina al mercado venezolano
La magnitud de estas cifras salta a la vista al considerar que las reservas internacionales de Venezuela en la actualidad apenas se sostienen en 8.500 millones de dólares y que, según cálculos de firmas privadas, los ingresos en divisas de la nación tan sólo llegarán a 10.473 millones de dólares en 2019.
La realidad es que los venezolanos pagan por el combustible según el efectivo que cada uno lleve consigo al momento de surtir su vehículo, porque el precio es de 0,00006 bolívares por cada litro de gasolina de 95 octanos y no hay una moneda o billete con una denominación tan baja para ser equivalente al valor del llenado de un tanque.
Si bien Nicolás Maduro ha estado consciente de la necesidad de subir el precio de la gasolina, no ha sido capaz de tomar la decisión. En agosto de 2018 todo indicaba que Venezuela haría un aumento que llevaría el precio del combustible a niveles internacionales para dejar de tener la gasolina más barata del mundo. El anuncio lo hizo el propio Maduro, pero las razones políticas se impusieron una vez más por encima de la realidad económica y de las cuentas de la nación.
La población rechazó su idea de usar la gasolina como parte del sistema Patria, el mismo que aplica para el reparto de alimentos y otros beneficios, donde promete subsidios a quienes se sumen a lo que termina operando como un esquema de control social para silenciar protestas y sumar voluntades en consultas electorales. Esto, más el hecho de que transitaba la etapa final de su primer mandato y que la crisis económica asomaba su peor rostro, lo llevó a engavetar la medida y dejarla en la larga lista de medidas económicas pendientes.