Redacción (ALN).- Ser venezolano es, desde hace años, un ejercicio de resistencia. Lo hemos sufrido durante más de 25 años, pero fue entre 2016 y 2019 cuando la crisis económica golpeó con toda su fuerza: estantes vacíos, hospitales sin insumos, salarios destruidos por la inflación, miles de personas emprendiendo caminatas hacia otros países en busca de oportunidades. Una realidad que dejó cicatrices profundas en la mayoría de los hogares del país.
No podemos olvidar por qué llegamos a esta crisis. Es un modelo económico que con políticas erradas destruyeron la producción nacional, generaron hiperinflación y nos dejaron sin servicios básicos. El modelo ha fracasado en su deber de traer estabilidad, desarrollo y calidad de vida a los venezolanos; son más de 25 años de este sistema, que han sumido al país en el atraso. Pero en los años más duros, esa crisis se profundizó con las sanciones impuestas a Venezuela, que lejos de debilitar a quienes gobiernan, golpearon con más fuerza al ciudadano común.
Crisis y sanciones
La flexibilización de las sanciones permitió a Venezuela recuperar parte de su acceso a los mercados energéticos internacionales, facilitando ingresos en divisas y cierta estabilidad en el sector comercial y financiero. No fue la solución definitiva, pero evitó que volviéramos a la Venezuela de la escasez extrema. Sin embargo, con la reciente revocatoria de las licencias otorgadas por el gobierno de Estados Unidos, nos acercamos nuevamente a ese abismo.
Es un error pensar que estas medidas afectan únicamente a quienes gobiernan. No serán ellos quienes pasen horas en colas para comprar alimentos o gas, o laven y frieguen con agua de lluvia, o quienes sufran los apagones y la falta de transporte. Será el venezolano de a pie, el que gana sueldo mínimo, el que trabaja por cuenta propia, el que ya hoy lucha por llegar no a fin de mes, sino al fin de semana.
¿Cómo logramos un cambio real?
A los que están en el poder y a los enchufados eso les afecta, pero muy poco; el hambre la sufre es el pueblo, los profesionales que cada día ven mermadas sus oportunidades, las madres que hacen milagros para enviar a sus hijos a la escuela, los padres que ya no saben qué inventar para conseguir unos churupitos extra, los abuelos con pensiones y jubilaciones de hambre. No es verdad que los venezolanos estamos de acuerdo con las sanciones. Antes de ellas ya había crisis, pero con las sanciones se profundizaron las carencias y los problemas del venezolano de a pie.
Por eso, no podemos estar de acuerdo con medidas que terminan asfixiando al pueblo, las sanciones no tumban gobiernos, pero sí empobrecen a la gente, aumentan la diáspora y destruyen lo poco que queda de calidad de vida.
Ahora bien, si sabemos que el problema de fondo es el modelo de gobierno y que las sanciones solo agravan el sufrimiento de los más vulnerables, ¿Cómo logramos un cambio real?
Algunos han promovido la idea de que la salida está en la violencia, en un enfrentamiento directo que genere una ruptura; pero la historia nos ha demostrado que la violencia solo trae más sufrimiento y destrucción. No creo en la violencia como herramienta de cambio, este ha sido el recurso de quienes no tienen estrategia, de quienes buscan salidas rápidas sin medir las consecuencias y Venezuela ha sufrido demasiado como para pensar que ese es el camino.
La lucha por la democracia
El verdadero cambio se logra con organización y participación. Lo que más teme el poder es que la gente se movilice, que defienda sus espacios y que exija sus derechos en el terreno donde más les duele: el electoral.
El 28 de julio nos dejó claro que el problema no está en el sistema automatizado de votación. Las máquinas funcionaron y permitieron que cada mesa tuviera su acta con los resultados reales. No fue el sistema el que generó dudas sobre el proceso, sino la forma en que se administró y se anunciaron los resultados. Eso nos lleva a un punto clave: cuando la participación es masiva, el poder se ve obligado a actuar bajo la mirada de todos, la mayor prueba es que hoy sabemos lo que pasó porque la gente estuvo en cada centro, en cada mesa.
En cuanto al objetivo, no hay ninguna diferencia entre el 28 de julio y el 25 de mayo. Excepto que son unas elecciones en las estarán en juego más de 500 cargos principales, a los que se suman sus respectivos suplentes; no es un solo cargo, son más de 1000. Pero la estrategia no se trata solo de la lucha por los espacios, sino de la lucha por la democracia.
La abstención, un regalo
Sabemos que la abstención ha sido una de las mayores aliadas del chavismo y que cada vez que la oposición dejó espacios vacíos, el gobierno los ocupó sin resistencia, tenemos las pruebas en 2005, 2018 y 2020 donde la falta de participación permitió que consolidaran su control. ¿Vamos a repetir ese error? No podemos complacerlos. Hay que hacer lo que hicimos el 28 de julio: salir, votar y demostrar que somos mayoría.
Ojalá esto lo entendieran aquellos que, desde la comodidad de sus discursos, siguen apostando a sanciones que solo han empobrecido a los venezolanos, creyendo que el hambre traerá el cambio; y lo peor es que son los mismos que llaman a la abstención, los mismos que le dejan el camino libre al chavismo y luego esperan que porque la oposición decidió no participar ellos hagan maletas y nos digan “ahí les dejamos el país para que gobiernen”. La abstención el único resultado que trae es la consolidación de quienes están en el poder.
La democracia no nos la van a regalar. No vendrá nadie de afuera a dárnosla en bandeja de plata. Nos toca a nosotros seguir luchando, organizándonos y participando.
Rendirse no es opción. No les dejemos el camino libre, no les regalemos el país sin seguir peleando en todos los terrenos. Que paguen el precio del rechazo de la mayoría de los venezolanos, y eso lo hacemos en las urnas electorales. La Venezuela que queremos nos necesita a todos movilizados y sin ceder ante el poder.