Pedro Benítez (ALN).- Por estos días una nueva purga está en desarrollo en Cuba. Hace un mes fue defenestrado de sus cargos de viceprimer ministro y ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, uno de los hombres de más confianza del presidente Miguel Díaz-Canel. Con él fueron destituidos los ministros de Industrias Alimentarias y de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, en un “movimiento de cuadros”.
La decisión fue acompañada, según se informó oficialmente, con la suspensión de la serie de medidas económicas que tanto malestar y protestas provocaron en la población. Entre ellas, una nueva y drástica devaluación del peso cubano; el incremento de las tarifas a “las importaciones realizadas por los actores económicos no estatales”, que pretendía pechar los 1.000 millones de dólares en importaciones efectuados por particulares (lo único que ha conseguido paliar el habitual desabastecimiento de la isla frente a la ruina e ineficacia de las siempre subsidiadas empresas estatales); así como suprimir el subsidio universal a los alimentos, la célebre cartilla de racionamiento. Un intento desesperado por cerrar un déficit fiscal del 18% del PIB y contener la inflación.
En la última edición del 2023 de Mesa Redonda, el único programa de “opinión” de la televisión cubana, Gil Fernández le preguntó a la audiencia si era factible “mantener el mismo nivel de subsidio en los productos para toda la población (…) cuando no todos están en la misma situación de solvencia económica”. Una manera de admitir públicamente lo que es obvio para todos, en Cuba no todos son iguales.
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El plan que le costó el cargo
En las primeras de cambio el polémico Plan de Estabilización Macroeconómica le costó el cargo, aunque dejó intactos los problemas que pretendía atender. Pero la cuestión no paró allí, la semana pasada un comunicado oficial firmado por Díaz-Canel anunciaba que el ex ministro había cometido “graves errores” y, por tanto, se encuentra bajo investigación. El comunicado agregaba que el Ministerio del Interior iniciaría “las actuaciones correspondientes para el esclarecimiento total de estas conductas” y que “habrá tolerancia cero”, puesto que “…la invariable ética de la Revolución cubana durante estos 65 años (…) nunca ha permitido, ni permitirá jamás, la proliferación de la corrupción, la simulación y la insensibilidad”. Sin embargo, el citado texto no detalla los errores concretos en los cuales habría incurrido el funcionario caído en desgracia, de cuyo paradero no se ha vuelto a saber y que dejó de escribir por su cuenta X.
En medio de los rumores y la desinformación que caracterizan al régimen, varios sitios digitales publicaron que la esposa y la hija de Gil Fernández se encontraría detenidas. Para completar el cuadro, esto ocurre en medio de una nueva ola de manifestaciones provocadas por los continuos cortes en el servicio eléctrico que padece la población, consecuencia, a su vez, de la escasez de combustible. Según datos de la agencia Reuters, Venezuela, su principal proveedor, envió a la isla entre 32 y 34 mil barriles diarios de petróleo (bdp), respectivamente, en enero y febrero de este año; 40% por debajo de su promedio de 55-57.000 (bdp) de los últimos años. Disminución que los aportes de México y Rusia no compensan. Ha sido esa la razón por la cual la empresa estatal Unión Eléctrica de Cuba anunció nuevas medidas de racionamiento, mientras que las demostraciones de descontento popular en San Antonio de los Baños y Holguín provocaron la militarización de esas poblaciones. Además, el gobierno ha solicitado por primera vez de manera formal la asistencia al Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, a fin de garantizar el suministro de leche para los niños. Así están las cosas.
Cuba ha vivido durante décadas en crisis económica. Una situación permanente que, no obstante, tiene picos de agudización. Todo indica que desde 2020, en ocasión de la pandemia, estamos siendo testigos externos del más agudo de todos.
Raúl Castro y Díaz-Canel
Aspirando a un retiro tranquilo Raúl Castro entregó el cargo de primer secretario del Partido Comunista cubano (PCC) en abril de 2021 a Díaz-Canel, que este pasó a detentar junto con el de presidente de Cuba que ejerce desde 2018. Pero su paso por el gobierno (que no del poder supremo) ha sido desafortunado.
De sus antecesores heredó una paupérrima situación económica que, desde 2019, se ha sumergido en una crisis todavía peor como consecuencia de la drástica disminución del suministro petrolero venezolano, a lo que se sumó el impacto de la pandemia que paralizó su vital sector turístico durante 2020.
Se estima que el PIB cubano se contrajo en 11% ese año. En respuesta, a inicios de 2021, se suprimió el peso convertible cubano, lo que implicó una devaluación en toda regla del 2.400%. Los precios de algunos productos y servicios, como la electricidad, se incrementaron en 500% y la inflación apareció como un fenómeno desconocido para la población. Para todos los observadores externos esa fue una reforma económica desastrosa que no implicó ninguna apertura o flexibilización.
Como ocurrió en otros países, el pésimo manejo de la pandemia de Covid-19 fue la gota que derramó el vaso. Fue en ese contexto en el que se dio la ola de protestas de julio de 2021, que protagonizó el Movimiento San Isidro (MSI), un grupo de periodistas, poetas, raperos, artistas plásticos e intelectuales que desafiaron al autoritarismo con un sorprendente apoyo popular. A su favor jugó un factor inédito en el país, la difusión de teléfonos móviles y la conexión de internet que ha permitido a los activistas dentro y fuera de la isla contrastar el privilegiado estilo de vida de los miembros de las familias de la gerontocracia y compararlos con las del cubano promedio, sometido a todo tipo de privaciones materiales y limitaciones para manifestarse.
Las protestas
Las protestas populares recorrieron Cuba como nunca antes desde enero de 1959. De manera masiva miles de cubanos salieron a las calles, en las principales ciudades, de un extremo a otro de la isla, simultáneamente, con unas mismas consignas, en una actitud de claro rechazo político al régimen.
El malestar, que por lo visto se mantiene, apunta a quien da la cara, Díaz-Canel. Y no deja de tener sentido que este desvié la atención entregando a sus colaboradores. Tampoco que apele al tema de la corrupción como coartada que justifique el sacrificio de turno. Esa fue una de las tácticas usadas por los hermanos Castro Ruz en el pasado, como el célebre caso de la destitución y fusilamiento del general Arnaldo Ochoa en 1989. No es casualidad, después de todo, como lo indican los politólogos norteamericanos Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith en su libro de 2011, El manual del dictador, la corrupción siempre se encuentra en la médula misma de este tipo de regímenes. De hecho, es lo que los hace funcionar; sirve como mecanismo de control mediante la distribución de premios y castigos.
Por cierto, en curioso paralelismo, el gobierno ruso le ha exigido al cubano realizar reformas económicas serias y disminuir la corrupción en la gestión pública si quiere recibir ayudas e inversiones sustanciales; lo mismo que las autoridades de la República Popular China llevan años requiriendo a Nicolas Maduro en Venezuela. Pero si atendemos a la versión que dan por estos días los medios oficiales cubanos, ese problema se encuentra profundamente enquistado.
Llama también la atención la escueta nota de Díaz-Canel sobre quien fue su más estrecho colaborador desde que llegó al gobierno en 2018, y no parece casualidad que el tema lo maneje el Ministerio del Interior desde donde opera, al frente de la Dirección de Inteligencia, Alejandro Castro Espín, hijo de Raúl; en otras épocas, sobrino preferido de Fidel.
No ha podido, pues, Raúl Castro tener el retiro tranquilo que a su edad cualquiera desearía. Es el precio de tener un gobierno de incapaces pero sumisos. Lo que él y su hermano siempre prefirieron.