Rafael Alba (ALN).- Tras interpretar en la última gala de los Goya el clásico ‘Me quedo contigo’ de Los Chunguitos, la diva catalana ha insistido con versiones de otras joyas del género. Los hallazgos de artistas hispanos como Peret o Antonio González, El Pescaílla, han sido rentabilizados por bandas internacionales como los Gipsy Kings.
Lo sabemos. Y quizá lo sepan también ustedes. O lo sospechen. Es evidente que Rosalía no ha sido la primera artista contemporánea que ha reivindicado frente al mundo la inmarchitable riqueza musical atesorada en la rumba. Ni será la última, por supuesto. Pero tampoco podemos negar su mérito. Al fin y al cabo, es probable que sin su impulso y la transcendencia monumental que alcanza todo lo que hace, los esfuerzos de los múltiples francotiradores que, desde diferentes posiciones estilísticas e ideológicas, han intentado sacar del ostracismo a este género marginado en los medios y calificado de hortera por la crítica más esnob y anglosajonizante, hubieran continuado siendo simples brindis al sol. Pero ahora, después de que internet y las redes sociales convirtiera en viral la interpretación que hizo la joven diva catalana en la última gala de los Premios Goya de Me quedo contigo, el clásico de Los Chunguitos escrito por Crescencio Ramos Prada y Enrique Salazar, las cosas podrían estar por fin a punto de cambiar para la rumba y los rumberos y las rumberas que hicieron grande al estilo.
Según se deduce de los cientos de comentarios en las redes sociales en los días posteriores al evento, muchos millenials parecieron quedarse estupefactos tras oír el tema en la voz de la chica de moda del momento, fascinados por la intensidad de ese número cumbre de la canción romántica que es Me quedo contigo, que Rosalía cantó espléndidamente en los Goya, al menos en mi opinión, con una interpretación elegante y sofisticada en la que aparecía acompañada por el Coro Joven del Orfeón Catalán y que se benefició también de un arreglo espectacular de El Guincho, el principal productor de la artista. Y nunca viene mal volver a oírla, pero quizá esta canción no haya llegado a olvidarse del todo nunca y sea un caso aislado entre las de su clase, porque de una u otra forma, década tras década, ha contado con versiones actualizadas, según las modas de la época y ha sonado en voces tan acreditadas e ilustres en la nómina del pop español como las de Antonio Vega en 2004 o María Rodés hace sólo tres años.
Sucede que este tema es una excepción a la regla, porque consiguió una inesperada difusión internacional, gracias a haber sido la canción central de la película Deprisa, Deprisa, dirigida por Carlos Saura, que consiguió el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 1981. El filme puede considerarse quizá la obra cumbre de un género, el cine quinqui, que abarrotaba las salas a finales de la década de los 70 y que solía estar basado en las aventuras, más o menos peligrosas, de los jóvenes delincuentes del extrarradio de las grandes ciudades españolas. La crítica solía ignorarlas, pero no pudo quedar indiferente ante el trabajo de Saura, un autor de gran prestigio, con pedigrí antifranquista. El éxito de la película en la Berlinale sirvió para que Me quedo contigo tuviera una gran difusión en Europa, especialmente en Francia y Alemania, y para que algunos artistas galos, con querencia por la música española, como Ricky Amigos, Ana D o Manu Chao, la interpretarán también en versiones bastante alejadas de los arreglos originales del maestro Alfredo Doménech.
Rosalía y Las Grecas
Pero la apuesta de Rosalía y sus productores por estos sonidos rítmicos y mestizos, en los que puede encontrarse un claro antecedente de su trabajo actual, no ha quedado sólo ahí. Hay más tela que cortar. En sus últimos conciertos, algunos de ellos celebrados en grandes festivales internacionales, como el Coachella californiano y el Lollapalooza chileno, la artista incluye en su repertorio otras gemas del flamenco-pop. Entre ellas, una versión modernizada de Te estoy amando locamente, el gran éxito de Las Grecas, compuesto por Felipe Campuzano, que produjo José Luis de Carlos y vendió más de 500.000 discos en 1974. Otro gran tema que parece a punto de tener una nueva oportunidad de cautivar a las masas. Y otro impulso para una tendencia creciente que nos permite sentirnos moderadamente optimistas y atrevernos a aventurar que, según las señales que se perciben en el horizonte mediático, parece que por fin muchos de estos artistas injustamente denostados y de estas canciones tan poco valoradas por casi tres generaciones sucesivas de aficionados pueden llegar a ocupar el lugar que verdaderamente merecen.
No sólo Rosalía, hay otros artistas de las últimas generaciones que manifiestan también interés por estos sonidos. En la lista, cada vez más amplia, tendríamos que incluir a El Coleta, un rapero de Moratalaz, que basa casi toda su carrera en la reivindicación de la estética quinqui de la que hablábamos antes, o Soleá Morente, la más moderna de la dinastía del genial cantaor Enrique Morente, o la pianista y cantante María Toledo que ya en 2016, lanzó un álbum titulado Magnética en el que realizaba un competente homenaje a estos estilos aflamencados y mestizos. Hasta las nuevas estrellas del trap, quizá el sonido más de moda en este momento, como La Zowi, Yung Beef y Dellafuente, cuya estética, aparentemente, estaría muy alejada de este tipo de música, han hecho más de un guiño a este género vintage, del que les alejan las herramientas de grabación digitales, pero con el que comparten algunas otras características, como la reivindicación de la vida de barrio, la rebeldía o las letras en las que se abordan historias cuyos protagonistas pasean por el borde del abismo, golpeados por las adicciones y la dureza del entorno.
La explosión se ha producido ahora, pero tiene unos cuantos antecedentes a considerar. Porque lo cierto es que hace más de una década que algunos cantantes y un par de activistas ya llevaban tiempo dando la matraca con la reivindicación de estos sonidos injustamente olvidados. O más bien, como decíamos en párrafos anteriores, sepultados en una profunda tumba de olvido por una generación de críticos musicales, muy bien colocada en los medios de comunicación a partir de la década de los 90 del pasado siglo, cuyo canon de estricta obediencia a las biblias internacionales del pop mundial, como la muy admirada Pitchfork.com, empieza a estar ahora en entredicho. Y en esta nómina de esforzados fans que se han jugado el crédito personal y el patrimonio en el intento, destacan un par de locos maravillosos que pusieron las primeras piedras. Mencionaremos primero a Carles Closa, también conocido como Txarly Brown, responsable de editar dos recopilaciones tituladas Achilifunk y Más Achilifunk, publicadas por la discográfica Lovemonk en 2007 y 2009, respectivamente, que pusieron a las nuevas generaciones sobre la pista del trabajo de Los Manolos, Chacho, Los Amaya, Dolores Vargas, Peret y otros monstruos.
David García, El Indio
Y, por supuesto, después hay que recordar a David García, El Indio, baterista de Vetusta Morla, quizá la banda indie de más éxito, con capacidad acreditada para reventar de público cualquier estadio que se le ponga a tiro. El Indio es un gran aficionado a este estilo y puso su sabiduría al servicio de otra recopilación más que interesante: titulada Gipsy Rhumba que fue editada por el sello británico Soul Jazz. Otra demostración de la facilidad con que la rumba y el flamenco-pop calan en los públicos internacionales que encuentran en esta oferta sonora el atractivo de un ritmo autóctono donde los haya, perteneciente a partes iguales a las raíces ancestrales de las poblaciones del Caribe, el pueblo gitano instalado en distintas regiones españolas y algunos productores payos que, en la década de los 70 del pasado siglo, supieron añadir a la sabrosa mezcla previa, las gotas de soul y pop necesarias para que el cóctel agitara las hormonas de los habitantes de cualquier pista de baile.
La música se basaba, además, en un poderoso ritmo de guitarra, denominado El Ventilador, inventado por Peret y Antonio Gónzalez, El Pescaílla, marido de la gran Lola Flores, que combinaba la percusión sobre la caja del instrumento con el rasgueo. Y dio lugar a grandes solistas, dúos y tríos masculinos y femeninos y hasta a cantautores de letras profundas como Gato Pérez o baladistas de voz ronca y excepcional estilo guitarrero como Manzanita. Muchos expertos creen que, con la promoción adecuada, aquel torbellino sonoro podría haber tenido tanto éxito como el que cosecharon otras opciones como el reggae jamaicano o la bossa nova brasileña. Pero no fue así, desde luego, a pesar de que en un primer momento, el milagro parecía posible y los temas de este estilo llegaron a acaparar los primeros puestos de aquellas listas de ventas de antaño que sí reflejaban cifras reales y eran la medida exacta de la popularidad.
Nadie sabe muy bien lo que pasó luego. Cuando aquella tromba que se había extendido por media Europa, gracias al apoyo que recibió por los emigrantes españoles de entonces, acabó sepultada en su propio país, coincidiendo con la llegada de la generación que inauguró la democracia que, tal vez por alejarse de los modelos culturales imperantes en el franquismo, se dejó demasiadas cosas en el tintero. Y justo ahora, 40 años después, la rumba y el flamenco-pop quizá tengan una nueva oportunidad. Una pena que algunos de los artistas que pusieron en marcha la máquina, como Dolores Vargas, La Terremoto, Peret, Enrique Salazar, Gato Pérez o Antonio González, no puedan participar de esta fiesta. Pero resulta esperanzador que se abra paso la justicia poética y algunas damas raciales de la segunda generación como Alazán o Las Negris, que nunca disfrutaron en realidad de un éxito verdaderamente masivo, aparezcan ahora en las revistas de moda femenina. Ver para creer.