Pedro Benítez (ALN).- La revolución cubana continuó siendo un factor de agitación dentro del país en aquel violento año 1960. Nuevos y serios disturbios callejeros ocurrieron frente al Capitolio cuando la Cámara de Diputados discutió y aprobó una declaración de apoyo al régimen de Fidel Castro. Para entonces era evidente la coincidencia de miras entre el Partido Comunista (PCV), el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y un sector radicalizado de Unión Republicana Democrática (URD), que comandaba Fabricio Ojeda.
En el aniversario del 26 de julio se produjeron nuevas manifestaciones tumultuosas y la policía efectuó redadas con un balance de centenares de jóvenes detenidos y heridos. El ministro del Interior, Luis Augusto Dubuc, para entonces secundado por su viceministro Carlos Andrés Pérez, informó que no se permitirían más manifestaciones sin permiso de la autoridad competente.
La coalición puntofijista se rompió a fines de agosto de 1960 con la salida de URD del gobierno. Se alegó el desacuerdo del ministro de Relaciones Exteriores, Ignacio Luis Arcaya, con la línea fijada por el presidente Rómulo Betancourt a propósito de la VII Conferencia de Cancilleres de la OEA (22 al 29 de agosto), donde se condenó la interferencia extracontinental soviética en Cuba. URD transmitió instrucciones al doctor Arcaya para que no firmara la llamada Declaración de San José.
Jóvito Villalba expuso ante la prensa la posición de su partido y alegó que el pronunciamiento de los cancilleres en Costa Rica lesionaba la soberanía de Venezuela y justificaba la intervención en Cuba. Puso los cargos en el gabinete y las gobernaciones a disposición del presidente. Esta vez, no hubo muchas gestiones para evitar la ruptura. Tal vez, en su fuero íntimo, Betancourt celebró la salida de URD. Era parte de su vieja y entrañable disputa con Jóvito.
La “guanábana”
Arcaya fue sustituido por Marcos Falcón Briceño. Desde ese momento gobernaron AD y Copei en la coalición que el ingenio venezolano bautizó como la “guanábana”.
A partir de entonces recrudecieron las manifestaciones, los tumultos en la calle, las huelgas, los paros, la violencia y la represión. Los dirigentes adecos de la Confederación de Trabajadores (CTV) convocaban manifestaciones en El Silencio para apoyar al gobierno. Los enfrentamientos callejeros entre los grupos de choque de AD y PCV se hicieron frecuentes.
Para completar el cuadro, la economía atravesaba dificultades y desde Fedecámaras solicitaban la destitución de José Antonio Mayobre, ministro de Hacienda.
Noviembre de 1960 cerró con una nueva suspensión de las garantías constitucionales. Se empieza a hablar en Caracas de “insurrección popular” siguiendo el esquema cubano. Acusando a Betancourt de haberse puesto “en manos de la oligarquía”, el MIR se lanza por ese camino (Antonio García Ponce; Sangre, Locura y Fantasía, Libros Marcados, 2010).
«Cambio de gobierno»
Comienzan a circular panfletos en la ciudad que decían: “No hay solución dentro del marco de la situación actual. No puede haber otra salida que el cambio de gobierno por otro que responda a los intereses del pueblo. No somos los dirigentes políticos los que vamos a determinar el día y la hora de la caída del gobierno. Son las propias masas las que tienen la última palabra”.
Pompeyo Márquez, dirigente del PCV, llegó a decir entonces que el gobierno de Betancourt llevaba al país hacia la guerra civil. Años después, “Santos Yorme” admitió que su máximo error en la política había consistido en contribuir a la línea insurreccional.
Betancourt, endurecido en el ánimo después del atentado contra su vida, resolvió dar la pelea en los dos frentes. Dominó el intento de alzamiento militar de febrero de 1961, que acaudillaba el coronel Edito Ramírez. En junio del mismo año ocurrió otro intento de golpe castrense. Los oficiales Luis Alberto Vivas Ramírez, Rubén Massó Perdomo y Tesalio Murillo tomaron por la fuerza el cuartel “Pedro María Freites” en Barcelona e hicieron presos al gobernador Solórzano Bruce y a su joven secretario Carlos Canache Mata; pero al cabo de unas horas se rindieron y entregaron a los prisioneros de aquella abortada conjura militar.
Mientras tanto, desde la prensa y las bancas del Congreso Nacional se atacaba al gobierno por las medidas económicas de urgencia y la política de austeridad, congelamiento de salarios y de contratos colectivos, con la que enfrentaba la crisis financiera y fiscal.
Competencia
El surgimiento del MIR originó una competencia con el PCV. Dirigentes comunistas como Guillermo García Ponce, Antonio José Urbina y Douglas Bravo aplicaron la política de hechos cumplidos. En contra del criterio de veteranos lideres como Gustavo Machado y Pedro Ortega Diaz, el III Congreso del PCV efectuado en Caracas entre el 10 y el 18 de marzo de 1961 adopta formalmente la lucha armada contra el gobierno, alegando que: “…El caso de Cuba es un ejemplo contundente de la victoria popular de un solo país frente a un poderoso enemigo…” (Juan Bautista Fuenmayor; Historia de la Venezuela Política Contemporánea 1899-1969, tomo XIII, 1987).
En noviembre de 1961 se agudizó el conflicto político cuando se rompieron relaciones con Cuba aplicando la llamada “doctrina Betancourt” de no tener lazos con los gobiernos que habían llegado al poder por medios no electorales. Eso desató una ola de protestas callejeras y violentas manifestaciones en varias ciudades del país. Pero Betancourt se mantuvo inflexible.
Se produce una acción semi-insurreccional en Caracas y el Batallón Bolívar sitia la Ciudad Universitaria.
En el MIR se impone la tesis de la estrategia guerrillera para combatir al gobierno. Repetir la experiencia de la Sierra Maestra. Surgieron así los primeros focos de violencia armada en las zonas rurales de Lara, Portuguesa, Trujillo y Falcón, en particular en este último encabezado por Argimiro Gabaldón. Es entonces cuando aparecieron consignas y pintas del FALN (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional) y la policía política empieza a allanar locales del PCV y del MIR. El ministro del Interior habló de 1.053 detenidos por actividades subversivas.
“Yo soy un presidente que ni renuncia ni lo renuncian”
La división política en Venezuela por el tema cubano llegó a tales extremos que la Cámara de Diputados aprobó un acuerdo de “respaldo caluroso al gobierno de Cuba”, en el que exigía al Ejecutivo “adoptar su política al principio de que el pueblo cubano tiene derecho a conformar su destino libre de toda extraña injerencia”. Las fracciones de AD y de Copei habían perdido el control de la Cámara Baja. Fabricio Ojeda renunció a su investidura de diputado y anunció su incorporación a la guerrilla. En los sitios más visibles de la ciudad de Caracas comenzaron a aparecer letreros que decían: ¡Rómulo Renuncia! o simplemente R.R.
El 13 de febrero de 1962, en una gigantesca concentración efectuada en la plaza de El Silencio, en ocasión del tercer aniversario de su toma de posesión, Betancourt respondió: “Yo soy un presidente que ni renuncia ni lo renuncian”.
La ofensiva en contra de su gobierno no se detuvo, el 4 de mayo de 1962 ocurrió la sublevación de la guarnición de Carúpano con participación de líderes civiles y la jefatura de los oficiales de Marina, Jesús Molina Villegas y Pedro Vegas Castejón. Se expidieron decretos prohibiendo las actividades del PCV y del MIR. Algunos parlamentarios comunistas, como Guillermo García Ponce, defendieron desde su curul en el Congreso el movimiento insurreccional.
Pocos días después, el 2 de junio de 1962, ocurrió la más importante y sangrienta de todas las insurrecciones. La base naval de Puerto Cabello, siguiendo órdenes de los capitanes de navío Víctor Hugo Morales y Manuel Ponte Rodríguez y del capitán de corbeta Pedro Medina Silva, se levantó. Más de cien guerrilleros participaron en la acción, pero los insurrectos no consiguieron el apoyo de la Marina ni del cuartel de la Guardia Nacional. Hubo combates muy intensos y sangrientos que culminaron con la intervención de fuerzas leales al régimen constitucional que llegaron desde Barquisimeto, Valencia y Maracay, dejando más de 400 muertos y 700 heridos, de uno y otro bando, con numerosos prisioneros de parte de los rebeldes.
El logro de Betancourt
En las acciones de Carúpano y de Puerto Cabello se evidenció la coordinación de oficiales activos del Ejército y la Marina con dirigentes del PCV, así como la prédica marxista en las Fuerzas Armadas.
No obstante, Teodoro Petkoff afirmó años después que había una afinidad más política que ideológica, ya que lo que estaba planteado era la lucha contra Betancourt. Él y otros actores de aquella etapa admitirían años después que esos levantamientos solo sirvieron para liquidar la presencia de la izquierda en las Fuerzas Armadas.
Betancourt le había partido el espinazo a la insurgencia militar. Venezuela no volvió a vivir una situación similar hasta el 4 de febrero de 1992, casi treinta años después.
En esos días de tremendas convulsiones demostró una entereza a toda prueba y su capacidad política para aislar, militar y socialmente, a las fuerzas rebeldes. El 12 de octubre de 1962 solicitó ante la Corte Suprema de Justicia cancelar la vida legal del PCV y del MIR; y anunció igualmente el allanamiento de parlamentarios comprometidos en las diversas sublevaciones. Betancourt expresó entonces, con respecto a las acusaciones contra él en el sentido de haber vulnerado la legitimidad democrática: “Nadie puede en Venezuela temer intenciones, ni arrebatos dictatoriales de quien ha ejercido el poder constitucionalmente durante los tres años y medio más difíciles del período”.
En resumidas cuentas, fue un presidente que no se dejó tumbar.
Represión y críticas
La izquierda siempre cuestionó a Betancourt, no solo por la represión, sino por haber optado por la llamada democracia formal y no por la revolución. Fue ese el principal planteamiento en el cisma del MIR.
La reforma agraria, cuya ley fue firmada el 5 de marzo de 1960 en el Campo de Carabobo, fue criticada por sus concesiones a los propietarios de tierra y por el poder que otorgó a la Federación Campesina, controlada por AD.
Moisés Moleiro cuestionó las licencias a empresas como Reynolds Metal y a la Corporación de Economía Básica de Nelson Rockefeller. Se puso en duda la bondad del proyecto de la Corporación Venezolana de Petróleo (CVP); la labor del ministro de Minas, Juan Pablo Pérez Alfonzo; así como la presencia en el gabinete de Andrés Germán Otero (Hacienda) y de Luis Vallenilla Meneses (en la Corporación de Fomento).
Los teóricos de la izquierda comunista y mirista, como Domingo Alberto Rangel, Petkoff, J. R. Núñez Tenorio, Américo Martín, Moisés Moleiro y Manuel Caballero, se dedicaron a combatir al gobierno de Betancourt por sus supuestas anuencias y retrocesos, tanto en artículos de prensa, discursos en el Parlamento, en los mítines de calle, así como en numerosos libros.
Excesos
Sin duda, su gobierno cometió excesos y arbitrariedades, pero Betancourt estaba determinado a no dejarse derrocar, ni por la izquierda ni por la derecha.
Logró galvanizar al país con una propaganda anticubana y anticomunista que caló en el seno de las Fuerzas Armadas, las cuales admitieron la evidencia de una penetración cada vez mayor del gobierno cubano en la insurrección. Su liderazgo sobre el movimiento sindical, los campesinos y la institución militar resultaron determinantes.
“… La historia contemporánea (decía Rómulo en sus discursos) está plagada de ejemplos de regímenes que, por profesar una concepción liberal y cobardona, fueron aniquilados y pulverizados por minorías totalitarias audaces. Eso sucedió ayer con el fascismo y sucede hoy con el comunismo. Y orgulloso me siento, y orgullosos deben sentirse mis colaboradores en todos los escalones de la administración pública, de que el gobierno aprendiera las lecciones de la historia y por eso no se dejara intimidar, acorralar ni derrocar por minorías antidemocráticas, ya fueran las del clásico estilo autocrático latinoamericano o las revestidas del paramento novedoso de ideologías seudo-revolucionarias, y en definitiva integradas por quintacolumnas de potencias que aspiran a regimentar el mundo para su propio y exclusivo beneficio, con estructuras autoritarias de gobierno”. (Alfredo Tarre Murzi; Rómulo, Colección Criterios, 1984)
Betancourt logró su meta de llegar a las elecciones de diciembre de 1963. Aquel fue un proceso electoral en medio de la violencia y de la represión, pero su gobierno tuvo buen cuidado de no coartar a la oposición legal que participaba con sus efectivos en la campaña electoral y se cuidaba de no coincidir con la oposición armada, al tiempo que condenaba los diversos atentados.
Fue así como, el 11 de marzo de 1964, se convirtió en el primer presidente civil elegido democráticamente en la historia de Venezuela en entregar la banda presidencial a otro civil elegido de igual forma. Ese día se venció la maldición de José María Vargas, Manuel Felipe Tovar y Rómulo Gallegos. El suyo fue el primero de ocho gobiernos que, en cuarenta años de imperfecta democracia, se alternaron pacíficamente en el ejercicio del poder público mediante elecciones libres, justas y transparentes.
Costa Rica, Colombia y Venezuela
Un logro todavía más significativo si se toma en cuenta que entre 1962 y 1964 una cadena de golpes militares barrió con los gobiernos civiles de Arturo Frondizi (Argentina), Manuel Prado Ugarteche (Perú), Juan Bosch (Republica Dominicana), Carlos Julio Arosemena (Ecuador), Víctor Paz Estensoro (Bolivia) y João Goulart (Brasil).
Hacia el final de la vida de Betancourt solo había tres democracias en América Latina: Costa Rica, Colombia y Venezuela. En vida, varios observadores contemporáneos, como los historiadores Hugh Thomas y Robert J. Alexander, el filósofo Jean-François Revel, o el periodista Carlos Rangel, le atribuyeron buena parte de esa (por entonces) excepcionalidad venezolana.
El MIR fue inhabilitado en mayo de 1962. Rápidamente se dividió en agosto de ese año, cuando un sector del partido, liderado por Jorge Dáger, condenó sus acciones terroristas y fundó Fuerza Democrática Popular. En 1963 apoyó la candidatura presidencial de Wolfgang Larrazábal, obteniendo cerca del 10% de los sufragios.
Siendo diputado al Congreso Nacional, Domingo Alberto Rangel fue apresado a fines de 1963 a raíz del asalto al Tren del Encanto. Estuvo escondido dos meses en casa de una comadre adeca, muy amiga de Raúl Leoni candidato presidencial de AD.
Votantes no acatan llamado a la abstención
A raíz de las elecciones de 1963, cuando el 92% de los votantes no acataron el llamado a la abstención de las organizaciones armadas, fue el primer dirigente en advertir que la aventura insurreccional no tenía destino en Venezuela; el país respaldaba la democracia y se encaminaba a una nueva era de prosperidad. Desde la cárcel reniega de la violencia y se desentiende del movimiento. Se exilió en Italia hasta 1967. En sus memorias afirma: “La revolución cubana engendró, en cierto modo, al MIR, y el MIR engendró la lucha armada” (Alzado contra todo; Vadell hermanos editores, 2003). Dejó una extensa obra sobre la historia política venezolana.
No obstante, el MIR persistió en los actos de sabotaje, terrorismo y durante el gobierno de Leoni (1964-1969) organizó dos frentes guerrilleros: en el Cerro El Bachiller, en el estado Miranda, y en Oriente, con el respaldo de Cuba. Con el paso de los años se dividió y subdividió en varios grupos, algunos de los cuales se cuentan entre los más violentos de la subversión venezolana. El sector principal del MIR se acogió a la política de pacificación del presidente Rafael Caldera (1969-1974), participando sus dirigentes sin ninguna restricción en las elecciones de 1973, 1978, 1983 y 1988, eligiendo diputados al Congreso y siendo parte del debate público del país. En ese último año se fusionó con el MAS.
Fidel Castro instauró la dictadura más larga que haya conocido el hemisferio occidental. Dos de los principales comandantes del Movimiento 26 de Julio, Huber Matos y Eloy Gutiérrez Menoyo, pasaron más de dos décadas en sus cárceles, y a otro, William Alexander Morgan, lo fusilaron en marzo de 1961; los tres por discrepar del giro comunista que le dio a la revolución de 1959. Hasta el sol de hoy, los cubanos nunca más tuvieron oportunidad de elegir un gobierno distinto al del Partido Comunista. Todos los que disintieron de su régimen permanecieron largos años en presidios o se tuvieron que exiliar.
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