Leticia Núñez (ALN).- El economista venezolano Ricardo Hausmann, profesor en la Universidad de Harvard, sostiene que la crisis de Venezuela ya no se puede resolver sólo con una reestructuración más profunda de la deuda ni con un rescate financiero de grandes proporciones por parte del FMI. Pero más allá de esto, Hausmann asegura a ALnavío que no se imagina “el fin de la pesadilla sin el fin del régimen”. Y avisa: “El plazo para rescatar a Venezuela ya está en el tiempo complementario”. (Esta nota fue publicada originalmente el 31 de julio de 2018.)
Una donación de 20.000 millones de dólares como la que se hizo a Haití entre 2009 y 2011. Un programa financiero de 60.000 millones de dólares, similar al que el Fondo Monetario Internacional (FMI) otorgó a Argentina el pasado junio. Y una reestructuración de la deuda como la que se realizó en Irak. Son las tres cosas que requiere Venezuela en estos momentos, según los economistas venezolanos Ricardo Hausmann, Miguel Ángel Santos y Douglas Barrios.
Así lo expresaron en un artículo publicado hace dos semanas en The New York Times bajo el título Cómo salvar a Venezuela, y así lo reitera Hausmann en declaraciones al diario ALnavío. Conforme pasa el tiempo, el grupo de expertos de la Universidad de Harvard, que desde 2013 trabaja en un plan de rescate para “el día después” del fin del régimen chavista, incorpora nuevos requisitos. Eso sí, en todos sus lineamientos hay una variable que no cambia: el fin del régimen chavista.
“No me puedo imaginar el fin de la pesadilla sin el fin del régimen”, declara Hausmann a ALnavío. Entre sus argumentos figuran los siguientes: “El chavismo controla el poder desempoderando a la sociedad. Ve en la producción privada y en el talento una amenaza a su control. No puede permitir la empresa privada, pero tampoco puede crear o mantener una meritocracia necesaria para administrar las empresas públicas, las cuales han colapsado por el peso de la incompetencia y la corrupción”.
“Venezuela no sería el único país que se recupera luego de una hecatombe, como lo hizo Albania”
Hay más. El economista, uno de los más influyentes de América Latina, también apunta que el régimen chavista “destruyó no sólo las empresas estatizadas como el acero, el cemento, los supermercados, los bancos y las fincas agrícolas. También destruyeron las empresas del Estado que heredaron como la petrolera, el sector eléctrico, el agua o el Banco Central. Los valores necesarios para hacer funcionar cualquier organización productiva les son ajenos”.
Hausmann, Santos y Douglas aseguran en el artículo de The New York Times que “20 años de chavismo han dejado a Venezuela en una condición de invalidez tal que rescatarla va a requerir ayuda internacional en la acepción más clásica del término”. Por ello, piden que América Latina y la comunidad internacional asuman el rescate de Venezuela “como una urgencia”.
Preguntado por los plazos de tiempo que requerirían tales medidas, Hausmann es rotundo al responder a ALnavío: “Cada día que pasa representa más vidas perdidas, más sufrimiento innecesario, más destrucción”. Por ello, zanja: “El plazo para rescatar a Venezuela ya está en el tiempo complementario”.
Según Hausmann, hay dos elementos claves en la recuperación. “El primero es devolver a la sociedad sus derechos, incluidos los económicos”, dice.
En segundo lugar, “hace falta un gran influjo de divisas con dos objetivos: primero, financiar el incremento en la disponibilidad de materias primas, alimentos y medicinas. Y segundo, estos recursos financiarán el déficit fiscal con dinero real y por esa vía permitirán acabar con el financiamiento mediante la emisión inorgánica de dinero del Banco Central, que es la causa de la hiperinflación”.
Los tres economistas propusieron en septiembre de 2014 una reestructuración de la deuda “con el fin de evitar el colapso inminente y compartir las cargas del ajuste de manera más equitativa entre los venezolanos y los acreedores de deuda pública externa”, según señalan en The New York Times. Después, a finales de 2015, alertaron sobre la catástrofe humanitaria que se acercaba. A principios de 2016, su propuesta fue acompañar la reestructuración con un programa de asistencia extraordinaria del FMI. Entonces calcularon que se requerían 54.000 millones de dólares en cinco años.
Hoy, dicen, esos 54.000 millones de dólares ya no alcanzan. De ahí la estimación de que Venezuela requerirá de donaciones de rápido desembolso por unos 20.000 millones de dólares. Es una cantidad similar a las donaciones que recibió Zambia entre 2005 y 2007 y Siria entre 2013 y 2015.
Sin embargo, el gobierno de Nicolás Maduro sigue en lo suyo. La semana pasada anunció que finalmente se le quitarán cinco ceros al bolívar en lugar de los tres ceros anunciados anteriormente. Todo ello en medio de una galopante inflación que el FMI pronostica rondará 1.000.000% este año.
– Dicen que América Latina y la comunidad internacional deben asumir el rescate de Venezuela como una urgencia. ¿De qué plazo de tiempo hablamos?
– Cada día que pasa representa más vidas perdidas, más sufrimiento innecesario, más destrucción. El plazo para rescatar a Venezuela ya está en el tiempo complementario. Cáritas estima que este año morirán 280.000 niños de hambre. ¿Cuántos niños muertos se requieren para que los que pueden actuar asuman sus responsabilidades?
“Creo que hay mucha disposición por parte de todos de ayudar a un futuro gobierno de Venezuela”
– ¿Ve a la comunidad internacional dispuesta a asumir ese rescate? ¿Cree que hay voluntad de llevarlo a cabo?
– Creo que habría mucha disposición a ayudar financieramente a un gobierno que convoque a la sociedad venezolana a emprender la recuperación del país. Creo que hay menos voluntad de actuar para facilitar el cambio de régimen necesario para salir de esta pesadilla.
– Conforme actualizan los estimados, van sumando requisitos. En todos ellos contemplan el final del chavismo. ¿Sin final del chavismo no habrá rescate ni posibilidad de superar la catástrofe?
– No me puedo imaginar el fin de la pesadilla sin el fin del régimen. El chavismo controla el poder desempoderando a la sociedad. Ve en la producción privada y en el talento una amenaza a su control. No puede permitir la empresa privada pero tampoco puede crear o mantener una meritocracia necesaria para administrar las empresas públicas, las cuales han colapsado por el peso de la incompetencia y la corrupción. Destruyeron no sólo las empresas estatizadas por ellos como el acero, el cemento, los supermercados, los bancos o las fincas agrícolas. También destruyeron las empresas del Estado que heredaron, como la empresa petrolera, el sector eléctrico, el agua o el Banco Central. Los valores necesarios para hacer funcionar cualquier organización productiva les son ajenos. El talento es sinónimo de privilegio y de independencia. Y la independencia es sinónimo de amenaza al poder.
– A la reestructuración de la deuda y la asistencia del FMI suman las donaciones. ¿En qué consisten?
– Las donaciones son un instrumento ordinario de la ayuda al desarrollo. A menudo, los países tienen tan baja capacidad económica que ayudarlos con préstamos los hace financieramente inviables. El primer ejemplo de esto en el siglo XX fue el Plan Marshall en 1948. Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial los países estaban tan sobreendeudados con obligaciones y reparaciones de guerra que nadie estaba dispuesto a invertir o a prestar. Para romper este impasse, EEUU diseñó un plan de donaciones y exigió que le perdonasen las reparaciones a Alemania porque de otra forma colapsaría. En el año 2000, los países miembros del Banco Mundial decidieron perdonar la deuda de los países pobres y convertir los nuevos préstamos en donaciones para evitar repetir el ciclo de sobreendeudamiento. Las donaciones han sido la base de la ayuda a Afganistán, Irak, Palestina, Jordania y Haití, entre otros. La catástrofe económica de Venezuela es similar o superior a las de estos países, por lo que el tratamiento necesario también se asemeja.
– ¿Cualquier país puede realizar estas donaciones? ¿Qué condiciones llevan implícitas?
– Típicamente, los donantes apoyan programas que acuerdan con los países receptores, siempre y cuando estos muestren un plan coherente. Unos donantes se concentran en el sistema educativo, otros en los programas de salud, otros en infraestructura, según sea el caso. A menudo exigen que haya un acuerdo marco con el FMI para asegurarse que el plan sea coherente.
– ¿Es realista que el FMI por un lado y la comunidad internacional por otro decidan ayudar a Venezuela?
– Creo que hay mucha disposición por parte de todos de ayudar a un futuro gobierno de Venezuela y así lo han dicho públicamente. El FMI no es un ente separado de la comunidad internacional. Es un ente propiedad de la comunidad internacional creado explícitamente para estas situaciones. Me remito a las declaraciones públicas de Christine Lagarde y otros funcionarios.
– Ante un panorama de tal magnitud, ¿por dónde habría que empezar la recuperación?
– Hay dos elementos claves de la recuperación. El primero es devolverle a la sociedad sus derechos, incluidos los económicos, que son imprescindibles para convertir las necesidades de unos en la fuente de ingresos de los que las suplen. En segundo lugar, hace falta un gran influjo de divisas con dos objetivos simultáneos: primero, financiar el incremento en la disponibilidad de materias primas, insumos intermedios, repuestos, alimentos y medicinas necesarios para que el aparato productivo y el sistema de salud puedan arrancar y para que la gente coma. En segundo lugar, estos recursos financiarán el déficit fiscal con dinero real y por esa vía permitirán acabar con el financiamiento mediante la emisión inorgánica de dinero del Banco Central, que es la causa de la hiperinflación.
– ¿Está Venezuela debatiéndose entre la vida y la muerte?
– Está debatiéndose entre distintas cantidades de muertos.
– ¿Hasta qué punto confía en la salvación del país?
– No sé si se trata de confiar. Se trata de actuar. La confianza puede llevar a la falta de salvación por pensar que esta es inevitable. No seríamos el único país que se recupera luego de una hecatombe, como lo hizo Albania, país en el que trabajo desde hace cinco años. Pero tampoco seríamos el único que nunca logró recuperarse y que será un país infinitamente más pobre de lo que fue hace 30 años, como Liberia. Es nuestra responsabilidad obrar para que el futuro sea uno y no el otro.