Daniel Gómez (ALN).- Miedo. Zozobra. Muertos. Decenas de muertos. Convoyes militares. Presos comunes armados. Colectivos. “Disparos sin ton ni son”. “Contra todos”. Efectivos de Nicolás Maduro que dieron el tiro de gracia. A los pemones, la etnia indígena que vive en la frontera de Venezuela con Brasil y que fue atacada por el régimen hace un mes. Todo esto lo presenció José Trujillo, uno de 18 diputados que acudieron a Santa Elena de Uairén a acompañar la ayuda humanitaria, y que ahora cuenta su relato a ALnavío.
¿Qué pasó con los indígenas venezolanos en la frontera con Brasil? Puede que sea uno de los sucesos más oscuros de los acontecimientos que rodearon el 23 de febrero, el día en el que Nicolás Maduro le enseñó al mundo que no quiere ayuda humanitaria para los venezolanos.
Se lo enseñó al mundo porque las cámaras se pararon en el municipio colombiano de Cúcuta, escenario ese día de un bloqueo a los camiones con un escudo de policías, los cuales atacaron a los ciudadanos con gases lacrimógenos y perdigones.
Lo que el mundo no vio fue lo ocurrido en Santa Elena de Uairén, en la frontera con Brasil. Allí no había cámaras. Pero sí hubo testigos. Como el diputado José Trujillo, quien en conversación con ALnavío revela que allí sí que tuvo lugar una matanza.
Una matanza con “convoyes disparando sin ton ni son”, con presos armados ejerciendo de paramilitares, persiguiendo a indígenas, disparándoles, dándoles incluso el tiro de gracia. Sembrando el miedo. La muerte. La zozobra…
El largo camino hasta la frontera
El miércoles 20 de febrero, Trujillo, junto a otros 17 diputados, partieron de Caracas a la frontera con Brasil para acompañar el ingreso de la ayuda humanitaria, pactada para el sábado.
La noche del miércoles durmieron en Puerto Ordaz, estado Bolívar, para ya el jueves dirigirse hacia Santa Elena de Uairén. Fue un largo viaje en autobús. Duró 16 horas. No sólo por los kilómetros recorridos, sino porque en el trayecto la policía los detuvo en hasta 28 puntos de control.
“En las alcabalas nos pedían que diéramos nombres y que los anotáramos, mientras nos abrían los equipajes para revisar lo que llevábamos”, comentó Trujillo.
Un municipio tranquilo y a oscuras
Cuando los diputados llegaron a la frontera todo era oscuridad. El reloj marcaba las 10 de la noche y sólo brillaban las estrellas. “Estábamos sin luz, sin internet, sin agua…”. Lo habitual en una Venezuela cuyo sistema eléctrico, en especial el de las periferias, acumula más de siete años sin mantenimiento.
Pese a la falta de luz, la comitiva de diputados se adentró en Santa Elena de Uairén. De allí se dirigieron al territorio de los pemones, una etnia indígena de Venezuela a la que, por ley, “y así lo dice la Constitución”, le corresponde un espacio de la Gran Sabana, la cual dibuja uno de los paisajes más singulares, pero a la vez, menos conocidos de Venezuela.
Al territorio Pemón no se puede entrar sin la autorización de su gente, por lo que los diputados primero tuvieron que solicitar permiso a los indígenas. Estos rápidamente lo concedieron.
“Ricardo, el cacique, como se llama allí al jefe, al capitán de la alcabala, nos atendió muy bien y nos brindó toda la ayuda”.
Hechos los trámites, los diputados se fueron a descansar. Como eran 18, tuvieron que dividirse entre los distintos hoteles del lugar. Como ocurrió desde que llegaron, no había internet, no había agua, no había luz… Esa noche, en la oscuridad más absoluta, a orillas de la Gran Sabana, fue el último momento de tranquilidad que vivió la delegación de los diputados.
Disparos, heridos, muertos…
“En la mañana el convoy entró en la alcabala territorial y llegaron disparándole a toda la gente. Inclusive a una pemona que estaba en su casa cocinando para vender. La mataron porque entraron disparándole a todos los que estaban”.
Comenzaba la matanza. La pemona muerta. Al menos otros tres indígenas más. Se contaron 15 heridos, quienes colapsaron el hospital de Santa Elena de Uairén porque “no tenía insumos para atenderlos”. Otros cincos, con heridas más profundas, “fueron llevados a Boa Vista [en Brasil] porque no había manera de operarlos”.
La actuación del régimen de Maduro agitó a los pemones. La muerte de la indígena, los heridos, las balas, el olor a gas, el asalto a su territorio sin permiso alguno… Todo sembró un caos que unió a dos pueblos.
En esa zona de la frontera los pemones comparten el día a día con los criollos, quienes son una mezcla entre indígenas y no indígenas. “Conviven, se entienden, pero en ocasiones se pelean”. Tras la irrupción de los militares, todo fue unidad.
“Los criollos salieron a protestar en todo el pueblo. Protestaron todo el día. Se fueron a controlar el aeropuerto. Incluso tomaron como rehenes a un general, a una subteniente, a dos suboficiales y a un soldado”, relató Trujillo.
Los pemones “combatieron como pudieron”. Se las arreglaron para retener a los militares y así presionar al régimen. Y, sobre todo, para conseguir que el general delatara a los militares que protagonizaron el asalto.
La presión de los pemones fue tal, que como le dijeron al diputado los allí presentes, “el general hasta lloró”. Lo terminaron soltando con la condición de que entregara a los que mataron a la pemona. Eso no calmó a los indígenas, quienes inmediatamente después “decretaron estado de guerra en el territorio”.
Presos armados en un ataque perverso
Trujillo insiste en que los militares de Maduro “les cayeron a tiros sin ton ni son”. De una forma “medio perversa”. Perversa también porque también vino gente del municipio Sifontes, en el estado Bolívar.
En Sifontes es donde se han engendrado la mayoría de las extintas enfermedades que hoy afectan a los venezolanos, como la malaria y la difteria. En Sifontes también se encuentra la cárcel de El Dorado, depositaria de malandros, asesinos y violadores. Reclusos que, según el diputado, fueron liberados por el régimen y traídos a la frontera para atacar a los pemones.
“Me cuesta creer que un militar haga lo que vimos allí. No se trata de que alguien me lo haya contado, sino que lo vi. Yo vi cómo los militares tumbaron a dos motorizados y en el suelo les dieron los tiros de gracia”.
¿Cuántos muertos hubo? Esa es la gran pregunta. Hasta ahora se habla de cinco, según las fuentes oficiales. “Los indígenas, que estuvieron de visita en el hospital, dicen que hubo al menos 15 más, pero yo no los puedo certificar. Ellos sí que lo certifican”.
La orden del régimen era disparar a todos
El viernes reinó el caos. Y el sábado también. Los pemones habían decretado el estado de guerra. Había tensión en Santa Elena de Uairén. Pero era el gran día. El día de la ayuda humanitaria. Por eso tres diputados de la delegación se acercaron a la frontera para acompañar el paso de los camiones.
A las 12 del mediodía del sábado, entraron dos camiones de ayuda humanitaria. Fue un acontecimiento celebrado, pero no por mucho tiempo. “Eso los enfadó y entonces llegaron una veintena de autobuses con colectivos y dispararon contra todo”.
La tensión se prolongó todo el fin de semana. Los días posteriores, lunes, martes y miércoles, los pemones estaban alerta por si los colectivos decidían interceptar los camiones con la ayuda humanitaria. Fue el grupo indígena el que los resguardó hasta que las autoridades de reparto pudiesen entregar las cajas de ayuda con seguridad.
¿Por qué tanto miedo? Trujillo conoce el relato de un miembro de la Guardia Nacional Bolivariana que huyó del régimen. “La orden era disparar a todo lo que se moviera y ellos (los guardias) no querían dispararles a sus hermanos. Por eso hay 26 que se refugiaron en Brasil”.
Los diputados como objetivo militar
Los días en Santa Elena de Uairén tampoco fueron fáciles para la comitiva de diputados. No sólo por lo que vieron, sino porque también fueron blanco de ataques. “Fueron contra todos y la prueba es que atacaron la alcaldía, rompiendo las puertas y los vidrios con los disparos. La orden era de Aristóbulo Istúriz [ministro de Educación] y no de Diosdado Cabello como se decía”.
Los diputados sintieron el miedo. Su suerte fue que los pemones los protegieron. “Nos salvaguardaron. Nos escondimos en las montañas, nos escondimos en casas… Fue una total odisea”.
Trujillo jugó un papel fundamental el domingo. Ante la amenaza de los militares, decidió que la comitiva no podía abandonar Santa Elena de Huairén en bloque. Entonces dividió a los diputados en grupos de tres o cuatro, y los iba sacando del lugar con coches que no levantaran demasiada sospecha.
“Cada 30 minutos un grupo se montaba en un carro. Yo fui el último en marcharme junto a tres compañeros más”, comentó.
Trujillo insiste que lo que se vivió en Santa Elena de Guairén fue “una guerra entre los pemones y el ejército venezolano”. ¿Qué motivó esta guerra? “Los indios no torturan a la naturaleza y el gobierno quiere explotar eso ahí”. Y es que la belleza de la Gran Sabana, admite el diputado, “es algo único en el mundo”.