Pedro Benítez (ALN).- Mientras que en medio hemisferio occidental, incluyendo la madre patria española, corre la indignación por el ajuste económico que el nuevo gobierno de Argentina ha puesto en marcha en ese país, pasa por debajo de la mesa el que ocurre en condiciones sociales y humanas mucho más dramáticas en Cuba, la mayor de la Antillas.
Cuba “celebró” los 65 años del triunfo de los barbudos de Sierra Maestra con el mayor ajuste macroeconómico que se tenga memoria. Incrementos muy importantes en el precio de los servicios públicos, como los de electricidad y agua que se han triplicado. Los cilindros de gas subieron un 25%. Con los combustibles al transporte público lo mismo; ahora los turistas tendrán que pagarlos en dólares. De paso, se ha suprimido el subsidio universal a los alimentos; la célebre cartilla de racionamiento (uno de los orgullos del sistema).
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Según algunas estimaciones el gobierno cubano necesitaba alrededor de 1.600 millones de dólares al año para subsidiar la cartilla de racionamiento. Pese que desde que los españoles llegaron en el siglo XVI Cuba ha tenido la bien ganada fama de ser la más fértil de las islas del Caribe, para alimentar a su población requiere importar cerca del 80% de lo que consume; 2.000 millones de dólares al año (la mayoría de Estados Unidos).
Incapacidad
Pero hoy no tiene capacidad para generar divisas fuertes. Por cierto, esos 1.600 millones es una cifra bastante parecida al monto del subsidio petrolero anual que recibió de Venezuela hasta 2016.
También se espera una nueva y drástica devaluación del peso cubano. Una corrección de la desastrosa reforma monetaria de 2021 que puso fin al peso convertible (CUC), que oficialmente equivalía a un dólar, y dio inicio a un proceso inflacionario desconocido para los cubanos. Desde entonces la tasa oficial se mantiene en 24 pesos cubanos por dólar, aunque para el público en general se encuentra ya en 120 pesos y en el mercado negro se cotiza en 265.
La inflación aumentó un 70% en 2021 y 39% en 2022 (cifras oficiales), pero el profesor Carmelo Mesa-Lago (más reconocido experto sobre el tema) estima que realmente se ubicó entre 270% y 470%.
Alta inflación
En un intento desesperado por suprimir esas distorsiones, cerrar un déficit fiscal del 18% del PIB y contener una inflación que, según cifras oficiales, en 2023 fue de 30% (72% en alimentos), el pasado mes de diciembre el primer ministro Manuel Marrero expuso ante la Asamblea Nacional cubana el denominado Plan de Estabilización Macroeconómica. Parte de la nueva política consiste en reemplazar los subsidios generalizados por otros dirigidos a priorizar a las personas “vulnerables”. Probablemente esto fuera de la Isla no se comprenda, pero es el reconocimiento por parte del régimen cubano de que en ese país no todos son iguales.
En la última edición del 2023 de Mesa Redonda, el único programa de “opinión” de la televisión cubana, el ministro de Economía, Alejandro Gil, le preguntaba a la audiencia si era factible “mantener el mismo nivel de subsidio en los productos para toda la población (…) cuando no todos están en la misma situación de solvencia económica”.
Eso sí, las autoridades, comenzando por el presidente Miguel Diaz-Canel, insisten mucho en aclarar que las medidas que han tomado no son neoliberales. Por el contrario, el ministro Gil Fernández asegura que: “Nosotros estamos hablando de aumentar el papel del Estado como ente regulador en la economía, de intervenir en el mercado cambiario. No estamos hablando de más privatización”.
La improvisación del Gobierno de Cuba
Pero en otra muestra de la improvisación que en materia económica ha caracterizado al gobierno cubano, se ha anunciado el incremento de las tarifas a “las importaciones realizadas por los actores económicos no estatales”, con el argumento según el cual: “eso no aporta valor agregado a nuestra economía” y, “debemos continuar estimulando y protegiendo (…) nuestras producciones en el mercado nacional”. Con lo cual van a pechar los 1.000 millones de dólares en importaciones efectuados por particulares sólo el año pasado; lo único que ha conseguido paliar el habitual desabastecimiento de la Isla, frente a la ruina e ineficacia de las siempre subsidiadas empresas estatales y un castigo adicional a una población que hace acrobacias para sobrevivir.
Para los que siguen la realidad de Cuba desde hace años es conocido que esta situación no es nueva y mucho menos repentina. La crisis cubana se ha cronificado, junto con la manifiesta incompetencia de su élite gobernante para administrar el país. El año 2021 comenzó con colas para comprar azúcar y pan en La Habana por primera vez desde el fin del Periodo Especial de 1999, cuando el gobierno venezolano llegó como salvador del régimen. Asimismo, los cortes de servicio eléctrico y la escasez de combustible se agravaron.
Siempre presto en buscar excusas, el gobierno de Díaz-Canel se la atribuyó entonces a la inestabilidad económica mundial consecuencia de la pandemia, a la interrupción del apoyo ruso, a la caída del turismo, así como al paquete de sanciones impuestas por la administración Trump (que dificultaron la llegada de las imprescindibles remesas que se envían desde el otro lado del estrecho de la Florida). Todo eso era cierto y fue una combinación catastrófica de factores que entorpecieron la recuperación de la economía cubana luego del parón del año 2020.
Recesión
No obstante, hay un factor fundamental en la situación de crisis permanente en la que vive Cuba: la significativa disminución del suministro petrolero venezolano desde el año 2016. Esto, más que cualquier otro, es el elemento central en las presentes dificultades del país. La economía cubana entró formalmente en recesión (de la cual aún no ha salido) ese año cuando los despachos de PDVSA empezaron a disminuir progresivamente. Desde allá para acá se han implementado restricciones en el alumbrado público y en el uso de aires acondicionados. En 2019 se impusieron recortes al transporte, a la producción industrial y se “animó” a la población a aprovechar al máximo la luz natural. También regresaron las largas filas de autos en las estaciones de combustible de La Habana.
Entre 1999 y 2016 PDVSA envió a la isla un promedio de 120 mil barriles diarios de petróleo. Todo a fondo perdido. Un 60% de las necesidades energéticas de la isla y un 20% de su PIB, y la mitad de lo que la Unión Soviética enviaba entre 1972 y 1990, época en la cual Cuba fue parte del Comecon. ¿Qué hicieron Fidel y Raúl Castro con toda esa fortuna?
Dos décadas desperdiciadas en Cuba
Desperdiciaron dos décadas de subsidios venezolanos que pudieron haber aprovechado para seguir los pasos de sus camaradas chinos y vietnamitas. La debacle petrolera venezolana, previsible por lo menos desde 2013, fue el motivo principal en la decisión de Raúl Castro (presidente del Consejo de Estado y de Ministros desde 2008) de acercarse a Estados Unidos y renovar sus promesas de reformas económicas. No concretó ninguna significativa. En consecuencia, Cuba sigue siendo una economía pobre, estancada y desesperadamente necesitada de la asistencia externa.
Que las autoridades cubanas hayan visto impasibles cómo se derrumbaba la industria petrolera venezolana, mientras no hacían nada por su propio país, es una muestra de la incompetencia que la caracteriza.
Resulta paradójico constatar cómo un país tan pobre tiene, al mismo tiempo, una influencia externa tan desproporcionada. Es muy profesional y práctico en su política exterior, pero al mismo tiempo es profundamente dogmático e inepto en su gestión económica interna.
Economía precaria
Cuba es una economía extremadamente precaria, cuya zafra azucarera fue de 420.000 toneladas métricas en 2022, apenas una fracción de los 8 millones de toneladas que llegaron a producir en la década del ochenta, que ya entonces no era muy superior a la producción previa a 1959.
Hay un dato que puede ser bastante revelador aportado por el profesor Mesa-Lago: la tasa de mortalidad materna por 100,000 niños nacidos vivos, que en 2017 era de 39,1, en 2021 se disparó a 176,6. Un regreso a cifras anteriores a 1959.
Todo esto explica que el año pasado más de 330.000 cubanos hayan emigrado. Una cifra que supera cualquier otra ola migratoria anterior; mayor a la de los primeros años del régimen castrista cuando se fue el grueso de la clase media profesional, superior al éxodo del Mariel en 1980 y a la de los balseros en 1994.