Pedro Benítez (ALN).- Otra pieza del entramado de la internacional de la corrupción chavista ha salido a la luz: el exembajador de España en Caracas entre 2004 y 2008, Raúl Morodo. Aliado y operador del expresidente Hugo Chávez dentro y fuera de Venezuela. Más leal a él que al país que representaba. Una prueba de que la corrupción chavista no sólo recorrió el continente americano de norte a sur, sino que además cruzó al Atlántico. Fue mucho más audaz que el entramado de Odebrecht. Y una demostración de cómo sus tentáculos contribuyen a sostener aun hoy a Nicolás Maduro en el poder.
Que el exembajador de España en Caracas en la Presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, el socialista Raúl Morodo, esté siendo encausado por la Audiencia Nacional y la Fiscalía Anticorrupción de España, acusado de blanqueo de capitales de dinero proveniente de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) no debería sorprender. Con él se repite un modus operandi conocido por los interesados en la realidad venezolana de los últimos lustros.
Hoy sabemos por qué Morodo fungió más como operador político al servicio del expresidente Hugo Chávez que como embajador español entre 2004 y 2008. Según las pruebas presentadas por la justicia española su lealtad tenía precio.
“El ex embajador de España en Venezuela, Raúl Morodo, usó testaferros habituales de los denominados papeles de Panamá para esconderse en una sociedad del país centroamericano desde la que cobrar comisiones millonarias del régimen de Hugo Chávez”… “La presidenta formal de la sociedad instrumental Furnival Barristers fue desde su inicio Edith Olivé Bocanegra, una fiduciaria presente en el caso de los papeles de Panamá, documentación proveniente del despacho Mossack & Fonseca.”
El Mundo (Madrid)
En esos años fue el representante diplomático más cercano al régimen chavista y en privado se ufana ante los dirigentes políticos venezolanos opositores de su amistad personal con Chávez.
Según las pruebas presentadas por la justicia española, desde que abandonó su cargo diplomático y hasta 2013 su hijo Alejo Morodo recibió decenas de transferencias a cuenta de PDVSA por supuestas labores de “asesoría jurídica” a través de una sociedad instrumental panameña. No fue casualidad que detrás de su ferviente apoyo al chavismo existiera un interés personal corrupto.
Un esquema muy parecido a la relación que se estableció en Venezuela con Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias justamente en esos años.
Tampoco es casualidad que los fondos que presuntamente lavó fueran de PDVSA. La única empresa latinoamericana que por lo visto puede competir (y cuando se saquen las cuentas superará con creces) a Odebrecht en el terreno de los sobornos.
En siglo XX el apoyo incondicional de los viejos comunistas a la Unión Soviética, incluyendo sus números crímenes, era de carácter casi religioso. Era una cuestión de fe, no de dinero. Con el chavismo es, y ha sido, exactamente al revés. El dinero ha ido primero que la fe. En realidad los petrodólares compraron la fe de muchos.
Hugo Chávez no instauró su régimen fusilando opositores como hicieron Fidel Castro y el Che Guevara en la fortaleza de La Cabaña en los inicios de la revolución cubana (aunque había un plan muy parecido si el intento de golpe de Estado de Chávez hubiera tenido éxito en 1992). Lo hizo comprando conciencias.
Tuvo la fortuna histórica para él (mas no para los venezolanos) de disfrutar del más grande y extenso auge de precios petroleros de todos los tiempos (2003-2014). Eso explica en buena medida su popularidad dentro de Venezuela, sus sucesivas victorias electorales, pero también el apoyo político (y complicidad) en el resto del mundo.
Aprovechándose de la ola política hacia la izquierda en la región y del uso discrecional que podía hacer del ingreso petrolero de Venezuela, Chávez apoyó sin tapujos ni disimulos a cuanto político se autoproclamase antimperialista (es decir, antiestadounidense), prometiera barrer con la clase política anterior, hablara con admiración de Fidel Castro, tuviera suficientes credenciales izquierdistas (caso de Lula) o simplemente quisiera ser su amigo.
En la tarea de extender su influencia al otro lado del Atlántico contó con varios generosos aliados, entre los que se cuentan el exalcalde de Londres, Ken Livingstone, los fundadores de Podemos en España, Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias, y el embajador Raúl Modoro. Ellos, entre otros, operaron además activamente para que Chávez reforzara el control autoritario en Venezuela, ese mismo contra el que todavía hoy luchan los venezolanos.
La red de relaciones que el expresidente Chávez tejió incluyó a Lucio Gutiérrez y Rafael Correa en Ecuador, Ollanta Humala en Perú, Evo Morales en Bolivia, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Daniel Ortega en Nicaragua, Mel Zelaya en Honduras. En Colombia desde Piedad Córdoba pasando por Gustavo Petro hasta las FARC. En Uruguay y Chile a las distintas franquicias del Frente Amplio. A prácticamente todos los líderes de las islas del Caribe y a varios miembros del Congreso de los Estados Unidos como Joseph P. Kennedy II. Y por supuesto, y por encima de todos, a los hermanos Castro en Cuba.
Todos estos fueron beneficiarios directos, copartícipes y cómplices del saqueo que se perpetró contra la renta petrolera venezolana a cuenta de PDVSA, asaltada sistemáticamente en beneficio de un proyecto de poder megalómano y estructuralmente corrupto.
Una versión de las internacionales socialistas de hace un siglo, sólo que bajo el amparo del Foro de Sao Paulo, pagado con los petrodólares venezolanos y con la bendición de La Habana.
Así el exembajador Morodo y PDVSA blanquearon 4 millones de euros en España
Otra punta del iceberg
Nicolás Maduro (que no ha sido más que la continuidad degradada de su antecesor) ha querido seguir con la táctica de comprar amor con dinero. De hecho Citgo, filial de PDVSA en Estados Unidos, aportó 500.000 dólares a los festejos con motivo de la toma de posesión del presidente Donald Trump en enero de 2017.
Es decir, Maduro no tendría ningún prurito en pagar por el apoyo del “imperio” norteamericano, incluyendo generosas concesiones petroleras, gasíferas y mineras a sus corporaciones, si con eso garantiza su perpetuidad en el poder.
Se trata, pues, de un asunto de manejo desnudo y cínico del poder. Todo lo demás es retórica de la vieja izquierda.
Este recuento hace que hoy cualquier defensor del heredero de Hugo Chávez esté bajo sospecha. Con los petrodólares venezolanos éste lubricó generosamente afinidades ideológicas sin ningún rubor. Lo que, por cierto, ha llevado a un hecho novedoso en la historia de la izquierda mundial: no avergonzarse por su corrupción, sino lo contrario.
Raúl Morodo fue otra pieza del entramado de esa internacional de la corrupción. Otra punta del iceberg. Parte de la explicación de la resistencia de Nicolás Maduro en el poder.
Esto lo saben en Washington Elliot Abrams y John Bolton. Por eso la estrategia que vienen desplegando para forzar la salida de Maduro del poder es la de golpear las lealtades provenientes del dinero.
De cómo esos tentáculos envolvieron al gobierno español que presidía José Luis Rodríguez Zapatero no se sabe aún ni la sombra. Pero se sabrá. Tal vez el exembajador Morodo sea el hilo que deshaga ese mantel.