Pedro Benítez (ALN).- En vísperas del VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), su primer secretario, Raúl Castro, reemplazó al ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), general Leopoldo Cintra Frías, de 79 años, por el jefe del Estado Mayor, Álvaro López Miera, de 77. Con esto Raúl Castro espera asegurarse un retiro sin sobresaltos del poder, mientras Cuba está sumida en su peor crisis económica desde el fin del Periodo Especial y con las protestas de una nueva generación que demanda más libertad multiplicándose.
Raúl Castro cumplió, al menos, con una promesa. En el marco del VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PPC), que se efectuó en La Habana este fin de semana, hizo efectivo su retiro del cargo de primer secretario del Comité Central de esa organización, el auténtico poder en la isla. Se había comprometido con eso desde 2018, cuando le entregó la presidencia del Consejo de Estado a Miguel Díaz-Canel, con lo que empezó el relevo por etapas del poder.
De manera significativa, a pocas horas del inicio de ese evento, el Consejo de Estado decidió reemplazar sorpresivamente al ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), general Leopoldo Cintra Frías. Según informó la televisión cubana esto fue a propuesta de Castro y de Díaz-Canel. De 79 años, Cintra fue el tercer ministro de Defensa de Cuba en 62 años.
Lo sustituyó el también general, y veterano de las guerras de Etiopía y Angola, Álvaro López Miera, exjefe del Estado Mayor, y que con 77 años de edad es uno de los más jóvenes miembros de la cúpula gobernante.
Según informan observadores externos bien informados, Cintra Frías era “un hombre de Fidel”. Un ortodoxo. Un inmovilista opuesto a los cambios. Por el contrario, López Miera es “más cercano a Raúl”. De ser esto cierto, sería entonces una movida de piezas por parte de este último para facilitarle las cosas a Díaz-Canel dentro de la trama de poder del régimen castrista.
Sin embargo, estas movidas políticas han ocurrido ante la mirada indiferente del pueblo cubano, más pendiente de sus padecimientos cotidianos, agravados ahora por la peor crisis económica desde el fin del Periodo Especial en 1999. Al menos, esta es la conclusión a la que se puede llegar al leer un texto que este fin semana, a propósito del referido Congreso del PCC, ha circulado en las redes sociales con la autoría de Leonardo Padura, el novelista cubano vivo más conocido hoy en lengua española.
Sin el petróleo venezolano para rescatar el quebrado modelo socialista, la pandemia ha paralizado el turismo europeo y golpeado de lleno la frágil economía de Cuba. Se estima que el PIB cubano se contrajo en 11% durante 2020.
El Consejo de Estado suprimió el pasado mes de enero el llamado CUC, o peso convertible cubano, fijando el cambio oficial en 24 pesos por dólar. Es decir, una devaluación en toda regla del 2.400%. Los precios de algunos productos y servicios, como la electricidad, se han incrementado en lo que va de año en 500% de un solo golpe. Puede que en Cuba esté apareciendo un fenómeno desconocido para su población: la inflación.
Las reformas económicas que Raúl Castro prometió desde 2006 han sido o incumplidas, o incompletas, o contradictorias. Autorizó la compra y venta de autos y casas por primera vez desde 1960, permitió ampliar la propiedad extranjera en las empresas locales, el acceso a internet y a los teléfonos móviles de 2018 (lo que ha constituido una pequeña revolución). Pero al mismo tiempo, las desconfiadas fuerzas de la burocracia y el partido han ahogado al naciente sector privado con todo tipo de restricciones.
La cabeza de turco del agravamiento en el suministro de alimentos ha sido el ministro de agricultura, Gustavo Rodríguez Royero, quien hace una semana fue reemplazado de su cargo, en el cual no pudo lidiar exitosamente con los continuos fracasos del sector.
De modo que el interés del cubano de a pie, tal como comenta Padura, reside en las dificultades económicas o los rebrotes de covid-19, y no en los reemplazos de nombres en la cúpula de un régimen que se demuestra incapaz de cambiar, o aceptar los cambios, que cada vez más voces en la sociedad cubana reclaman de manera más o menos abierta.
Como por ejemplo ocurre con un nuevo tipo de oposición que parece surgir en grupos como el Movimiento San Isidro. Conformado por gente joven que nació inmediatamente antes del inicio del Periodo Especial (1991-1999), o a lo largo de esos años, es una generación inconformista que ve, y denuncia, la contradicción esencial entre lo que predica la jerarquía y lo que es la vida real de la población. Jóvenes que gracias a la conexión de internet pueden ver, y comentar, el privilegiado estilo de vida de uno de los nietos de la familia Castro y compararlo con sus propias vidas sometidas a todo tipo de privaciones materiales y limitaciones para manifestarse.
Es decir, lo que se ha visto en La Habana este fin de semana es la crónica (clásica) del divorcio total entre gobernantes y gobernados.
Cambiar para que nada cambie
Los gobernantes, es decir, el Partido Comunista, son presa también de su propia contradicción esencial. Para constatar esto basta con leer la resolución oficial sobre el informe del VIII Congreso que publicó el oficial diario Granma. Un ejercicio de galimatías para intentar conciliar lo que no puede ser conciliado.
Expresa un “sentido crítico” ante la labor del gobierno y el partido, reconociendo “las deficiencias propias del quehacer nacional, la burocracia, inercia y resistencia al cambio, al igual que la falta de firmeza, exigencia y de control”.
No obstante, insiste en que “el sistema empresarial estatal está llamado a demostrar en la práctica y afianzar que es y será la forma de gestión dominante en la economía”, alerta que “la ampliación de las actividades de las formas no estatales de gestión, no debe conducir a un proceso de privatización que barrería los cimientos y las esencias de la sociedad socialista, construida a lo largo de más de seis décadas”. Pero a continuación exige “la necesidad de defender el incremento de la producción nacional, en especial de los alimentos, desterrar el dañino hábito de importarlos y generar exportaciones diversificadas y competitivas”.
En resumen, admitimos que hay cosas que van mal pero seguiremos haciendo exactamente lo mismo de los últimos 60 años. Es decir, un régimen que no es capaz de satisfacer las necesidades de su población, pero tampoco de intentar nada distinto.
Este es el cuadro que Raúl Castro deja con su retiro formal del poder supremo. Está por verse si Díaz-Canel tendrá mayor margen de maniobra, o por el contrario seguirá “amarrado” como le ocurrió al propio Raúl por su hermano y las fuerzas inmovilistas.
En todo caso, entre la población cubana domina el escepticismo luego de décadas de abundantes promesas que nunca se cumplen. Desde el exterior nadie sabe si Díaz-Canel desea o puede ser un Deng Xiaoping o un Mijaíl Gorbachov.
Por su parte Raúl Castro se retira esperando haber dejado todo atado y bien atado, de modo que, tal como lo expresa la resolución oficial del informe del VIII Congreso, su sucesor cambie lo suficiente para que nada cambie.