David Placer (ALN).- Raúl Amundaray fue el rey de la telenovela venezolana en los años dorados de la industria de la televisión. Las fanáticas rompían sus camisas allá donde se presentaba y sus personajes llegaron a medio mundo cuando las novelas venezolanas abrían los noticieros en España o eran cruciales en la postguerra de los Balcanes
Raúl Amundaray ya era el galán de la novela venezolana antes de que la televisión llegara al país. En los años cincuenta, cuando el país daba el salto del mundo rural al urbano, al desarrollo de las industrias, a la modernización del país, Amundaray conmovía a la audiencia con sus primeros personajes en las radionovelas.
Su voz vigorosa le valió la entrada en ese género que hacía congregar a las familias venezolanas alrededor de la radio, ese aparato que concentraba el mayor entretenimiento de los hogares venezolanos.
Aquella sociedad se paralizaba con las historias de las muchachas pobres que conquistaban los corazones de los hombres adinerados y con posición social. Eran los espectadores conmovidos por el triunfo de la niña pobre que lograba el ascenso social.
Tras su paso por la radionovela, Raúl Amundaray, que ya se cotizaba como uno de los mejores intérpretes de la novela, obtuvo uno de los grandes papeles de su vida en la telenovela que marcó un hito en la historia de Venezuela: “El derecho de nacer”.
Era la adaptación de una radionovela y telenovela cubana homónima que obligó a cambiar los horarios de las sesiones del Congreso y hasta de las iglesias en un país aficionado a este tipo de historias antes de la llegada al poder de Fidel Castro. La telenovela, que fue versionada hasta en Japón, se estrenó en Venezuela a través de Radio Caracas Televisión en 1962. Para seleccionar al protagonista, la familia Phelps, propietaria de la cadena, ideó una encuesta para que el público eligiese al protagonista. Los televidentes participaban con el envío de cartas y el ganador fue Raúl Amundaray.
“Esa telenovela fue un éxito sin precedentes. Todo el país se paralizaba. Allí hice el papel protagónico como Albertico Limonta, un médico que estaba condenado a morir al nacer, porque su abuelo ordenó su asesinato (había sido fruto de una relación extramatrimonial) pero que pudo salvarse. En esa época no había videotape y se grababa en vivo. No había margen para el error. Fueron unos años maravillosos. Cuando iba a los estadios de béisbol, las muchachas me arrancaban la camisa. Mi madre quedaba sorprendida cada vez que llegaba a casa con la camisa rota”, explica Amundaray, en entrevista telefónica desde Houston.
Con poco más de veinte años, Amundaray se convirtió en el galán de referencia en Venezuela y se posicionó, años más tarde, como el rey de la telenovela. Alto, apuesto y con voz portentosa, se convirtió en el novio idealizado de medio país.
Eran los años del crecimiento petrolero, de la incipiente bonanza, de la creciente actividad artística y cultural, patrocinada por las multinacionales instaladas en Venezuela como Procter & Gamble que patrocinaba “El derecho de nacer”. Entonces, el joven actor ganaba 10.000 bolívares mensuales (unos 3.000 dólares de la época), un sueldo extraordinariamente alto que le permitió comprar de inmediato casa para él y para su madre y un carro.
A partir de ese momento, su carrera fue frenética. Amundaray participó en más de 30 telenovelas. Se había convertido en una de las estrellas mimadas de Radio Caracas Televisión, la cadena que fue clausurada en 2007 por órdenes del fallecido Hugo Chávez.
Del blanco y negro a “Cristal”
Después de exitosas telenovelas como “Historias de tres hermanas”, “Cristina” y “La usurpadora”, Amundaray, la joven promesa, el actor predilecto del canal y del público, fue madurando y a mediados de los años ochenta ya se había convertido en el padre del protagonista.
“En Cristal, en 1985, fui el papá de Carlos Mata. Entonces la telenovela venezolana todavía vivía un momento muy bueno. Esa novela fue un éxito sin precedentes en América Latina, en España y algunos países de Europa. Cuando viajé a Italia, las mujeres me gritaban y me saludaban desde los balcones. Cuando llegué al hotel, encendí el televisor y lo primero que veo es a mí mismo hablando en italiano”, explica Amundaray.
El final de la telenovela Cristal fue la noticia más importante en 1990 cuando los noticieros de televisión españoles cubrían tal acontecimiento con mucha más cobertura que cualquier otra noticia nacional. En la guerra de Bosnia, también marcó un hito. “La suspensión de la telenovela venezolana Kassandra (en la que no participó Amundaray)estuvo a punto de hacer peligrar la frágil paz de la ciudad bosnia de Banja Luka. Partidarios de la presidente serbio-bosnia Biljana Plavsic tomaron el control de una emisora local de televisión en medio de un episodio de la telenovela. Los televidentes se enfurecieron, amenazaron con disturbios y el Departamento de Estado tuvo que contactar al embajador venezolano para solucionar el impasse”, publicó la revista colombiana Semana el 20 de octubre de 1997.
Raúl Amundaray protagonizó más de 30 telenovelas y fue el protagonista más codiciado de los años sesenta y setenta. El galán de las historias de amor creció junto con la industria de la telenovela venezolana que traspasó fronteras en decenas de países. Hoy, vive su retiro en Houston pero sigue buscando telenovelas en el control remoto de su televisor
Pero la industria venezolana, que daba empleo a miles de trabajadores, comenzó su declive con el chavismo. Tras el cierre del canal que lo vio nacer, sólo quedaba la opción de Venevisión. La telenovela comenzaba a languidecer. La televisión venezolana prefería comprar “enlatados” antes que sostener las producciones propias. Los actores y actrices comenzaban a hacer monólogos, obras de teatro, pero también se vieron obligados a trabajar como taxistas, hacer tortas o vender trajes de baño a domicilio.
En sus últimos años en Venezuela, Amundaray se dedicó a enseñar actuación a las jóvenes promesas en su propia academia de actuación. Pero la situación del país lo obligó a emigrar como a buena parte de los artistas que vivieron los años dorados de la televisión venezolana.
Ahora vive en Houston con su hija y se resigna a su nueva vida en Estados Unidos, no sin añorar los años de juventud, de las historias gloriosas que le dieron fama, dinero y reconocimiento. Está retirado, pero no deja de pensar en su regreso a Venezuela. Sigue llevando la actuación y la interpretación en la sangre. Se mantiene activo, completamente lúcido y vestido de sombrero y chaqueta. Como el galán que quiere seguir siendo, recita poemas en eventos de la comunidad venezolana en Houston y recibe aplausos entusiastas del público que lo sigue admirando.
A veces, mata el tiempo ocioso frente al televisor. No pierde tiempo con las series de Netflix. Lo suyo son las novelas clásicas, los culebrones, las historias de amor de toda la vida. Ahora ya no puede disfrutar de las venezolanas, pero ya encontró sustitución ante la muerte de la industria nacional, que hace años fue el sello televisivo de todo un país y que también marcó su vida. “Ahora sólo veo las telenovelas colombianas”.