Pedro Benítez (ALN).- De los datos más recientes difundidos por dos de las más prestigiosas encuestadoras venezolanas (Datincorp y Delphos) se puede concluir que Nicolás Maduro tiene perdida la elección presidencial del venidero 28 de julio; incluso en las actuales condiciones institucionales, absolutamente injustas y desequilibradas en contra de la oposición, arbitrariamente ventajistas en favor del aspirante a la re-reelección y en medio de un contexto represivo.
En resumidas cuentas, el 80% de los electores venezolanos lo quieren fuera de la Presidencia (las razones son harto conocidas), 70% dice que votará por quien diga María Corina Machado (MCM), la ganadora de primaria del pasado 22 de octubre posteriormente inhabilitada, y preferiblemente si ese candidato (“llámese como se llame”) es seleccionado de manera unitaria. Otro dato: la mitad de los consultados que se autodenominan como chavistas (alrededor del 30%) rechazan la continuidad de Maduro en el Gobierno, sumándose así al generalizado deseo de cambio.
Las opciones se van agotando
A estas alturas del partido las opciones del ocupante de Miraflores se van agotando, dado que parece claro que su principal apuesta no se va a dar; es decir, la Plataforma Unitaria (PU), a la que la mayoría del electorado identifica como la oposición, no se va a dividir y MCM no luce con intención de lanzarse al terreno de la abstención.
Sin embargo, eso no quiere decir que todavía no le quedan cartas por sacar debajo de la manga. Una de ellas podría consistir en intentar provocar un revulsivo electoral que le permita al chavismo reanimar sus alicaídas filas y recortar la abrumadora ventaja que le lleva la candidatura opositora, en estos momentos representada por Edmundo González Urrutia.
Suponiendo que Maduro opta por atender el prudente consejo que le han formulado los presidentes Lula Da Silva y Gustavo Petro de someterse al veredicto de la urnas electorales, desechando entonces el escenario Nicaragua, y partiendo nosotros de la premisa que, luego de tantos años en el poder, no se está chupado el dedo, necesitaría buscarse un dirigente dentro del oficialismo en el que pueda confiar y que tenga la capacidad de atraer un porción sustancial de votantes fuera del chavismo, particularmente entre los jóvenes y nuevos electores.
Rafael Lacava
¿Qué figura reúne estos dos atributos? El gobernador del estado Carabobo, Rafael Lacava. Por razones de espacio no nos detendremos a considerar aquí las causas de la popularidad del excéntrico y controversial personaje, particularmente entre las nuevas generaciones, ni su capacidad para llamar la atención en esta era de las redes sociales. Tampoco estamos en capacidad de evaluar la efectividad o no de su gestión administrativa, cuestión que sólo podría hacer con propiedad un habitante de esa importante entidad del centro occidente venezolano. Baste con recordar que hasta hace unos pocos meses, cuando misteriosamente su nombre dejó de mencionarse, aparecía cómodamente ubicado en todos los estudios de opinión pública como el mandatario regional con más aceptación tanto en su estado como en el resto del país, contando, de lejos, con una popularidad bastante superior a la de Maduro y no se diga ya a la de cualquier otro dirigente de la tolda roja.
De modo que, (insistamos) en ese escenario, y puesto a escoger entre perder él abrumadoramente y perder con otro de manera menos aparatosa, Maduro prefiera la segunda alternativa, en cuyo resultado el 29 de julio no amanecería tan menoscabada su autoridad presidencial y dispondría de mayor margen de maniobra para manejar lo que (no hay que ser quiromante para saber) será una complicada transición de gobierno.
Otra posibilidad es que Maduro crea que, como candidato de reemplazo, el ex alcalde de Puerto Cabello pueda incluso imponerse el 28 de julio, haciendo uso de los símbolos vamperiles (sic) en vez de los ojitos del ex comandante/presidente en la propaganda semiótica, así como con las demás ventajas que le pueda aportar el TSJ, el Plan República y lo que queda del averiado Estado venezolano. En este caso (porque la esperanza es lo último que se pierde en la vida) es razonable que se incline por entregar la silla presidencial a uno de los suyos que le brinde protección e impunidad por los próximos años, que a un opositor. Lacava sería el Carlos Menem del chavismo, su deriva lógica y natural; la profundización de la apertura económica, del acercamiento a Estados Unidos (con sus compañías petroleras) y del levantamiento de todas las sanciones, en relativa calma y sin riesgos de rupturas. Un caso clásico de transición.
Además, así como MCM aceptó tragarse las ruedas de molino de su sobrevenida inhabilitación y del bloqueo de su nominada a reemplazarla, Corina Yoris, también es posible que Maduro sea lo suficientemente pragmático como para tragarse sus propios sapos.
Son esas consideraciones las que han dado verosimilitud al posteo/intriga que el pasado fin de semana puso a circular el ex ministro chavista Andrés Izarra en la red X. Efectivamente, esa es una posibilidad que no debe descartarse y que con toda seguridad se está analizando en alguna de las míticas salas situacionales.
No obstante, toda esta elucubración tiene dos inconvenientes:
En primer lugar, tal vez sea demasiado tarde. Puede que en términos político/electorales la primaria del 22 de octubre haya sido un antes y un después (aún está por verse) y, por tanto, al chavismo se encuentre en una irremisible debacle.
Ese rumor guarda similitud con aquellos difundidos a fines de 1998 que precedieron a las maniobras con las que se sustituyó la candidatura del senador Luis Alfaro Ucero, de quien se creyó le sería suficiente con ser candidato de la Acción Democrática (AD) de aquella época, la principal maquinaria electoral del país, para imponerse en la disputa presidencial. Los venezolanos que han pasado la cuarta década de vida tal vez recuerden que aquella aspiración, bien financiada, apoyada por 12 gobernadores de estado y más 200 alcaldes, respaldada por un partido con presencia hasta en el último rincón de la geografía nacional, nunca levantó vuelo en las encuestas (tal como ahora con Maduro), razón por la cual fue retirada a última hora en favor de un tercer aspirante, sin poder, pese a todo, evitar lo inevitable.
A un cuarto de siglo de distancia se puede decir que para AD (partido del sistema, junto con Copei) hubiera sido preferible perder con un mejor candidato, que haberse sumergido en las maniobras casi desesperadas con las que culminó el régimen político de la democracia representativa. De hecho, el partido blanco tenía opciones más populares, pero Alfaro era la única figura cuya jefatura era aceptada por los demás dirigentes. No podía ganar, pero los unía.
Muy similar a la situación que hoy tiene el PSUV con Maduro, y el segundo inconveniente que tiene la eventual y salvadora candidatura presidencial de Lacava. El ala “radical” del chavismo no la aceptaría y no sabemos si Maduro tenga el poder para imponerla.
En ese sentido llama la atención la declaración que el pasado lunes dio en su rueda de prensa semanal el primer vicepresidente del PSUV, el diputado Diosdado Cabello, quién reiteró que el chavismo está “muy unido, más unido que nunca (..)Arrancaron una campaña, tratando de dividir (…) no van a lograrlo…”
ÚLTIMA HORA | Diosdado Cabello reitera que el chavismo está "muy unido, más unido que nunca".
"Arrancaron una campaña, tratando de dividir (…) no van a lograrlo, por ahí no es, ellos hacen sus planes basados en la división del chavismo" https://t.co/8M4kBOkBgq pic.twitter.com/JIcXnd1btB
— AlbertoRodNews (@AlbertoRodNews) April 22, 2024
El chavismo tradicional
Afirmación curiosa puesto que, por estos días, de lo que se ha hablado, es de las divisiones (ficticias o reales) del campo opositor y para nada de las del chavismo. ¿Mencionado la soga en la casa del ahorcado?
Para nadie es un secreto que el poco ortodoxo, pero efectivo, estilo de la Lacava incomodá a lo que podemos denominar como el chavismo tradicional. Fue en la primaria del oficialismo para elegir al candidato a gobernador en junio de 2021 cuando José Gregorio Vielma Mora, miembro originario del ala del 4 de febrero de 1992, dijo aquello de: “El pueblo bravo, valiente y revolucionario de Carabobo, está arrecho y molesto porque están cambiando los ojos de Chávez por murciélagos”.
Y no faltará quien recuerde aquella ocasión durante un mitin en Valencia cuando el ex comandante/presidente, algo irritado, dejó clara su preferencia para el cargo de gobernador cuando aseguró que: “aquí no se trata de Rafael Lacava o Ameliach, yo he dicho Ameliach”. Otro miembro de la logia golpista.
Pues el murciélago le pasó por encima a Vielma Mora, a la oposición carabobeña y al legado; todo con la complacencia de Maduro a quien todos los comacates del 92 rinden sumisa obediencia, al menos en apariencia. En la procesión que va por dentro, Lacava es de su grupo fiel; le es cómodo porque no tiene nada que ver con el chavismo originario y porque, a fin de cuentas, es la encarnación del aburguesamiento de una élite que hace rato no cree el cuento del socialismo, no pretende hacer ninguna revolución, ni salvar el planeta; lo que sí desea es que le levanten las sanciones y disfrutar con tranquilidad de las mieles del capitalismo.
En eso no se distingue en nada del ala militar que se rasga las vestiduras en nombre de Chávez, pero cuyo verdadero interés es la disputa por el poder que se va cocinando puertas adentro, mientras espera Maduro en la bajadita.