Pedro Benítez (ALN).- En su fuero íntimo el expresidente ecuatoriano Rafael Correa debe haber recordado la noche del pasado domingo aquella frase de Winston Churchill según la cual la derrota nunca es definitiva. Las elecciones presidenciales de su país han sido un inesperado y duro revés para él. No sólo por sus implicaciones para Ecuador sino para el resto de Suramérica. Sin embargo, aunque es previsible que a Correa le queden por lo menos cuatro años más de exilio, todavía tiene varias cartas fuertes por jugar.
Luego de haber sido derrotado en primera vuelta por Rafael Correa en 2013 y cuatro años después, en 2017, por Lenín Moreno en segunda instancia, Guillermo Lasso ha protagonizado una remontada electoral épica infligiéndole al correísmo su primera derrota en unos comicios presidenciales.
Contra el pronóstico de casi todas las encuestas, el domingo pasado Lasso puso fin a la hegemonía electoral que Correa inauguró en 2006 y que este pretendía revalidar a control remoto desde su exilio en Bélgica. En dos meses consiguió aumentar en 30% su votación con respecto a la primera vuelta, imponiéndose en 17 de las 24 provincias de Ecuador.
En aquella primera cita apenas logró superar, con menos del 20% de los sufragios, el inesperado desempeño del candidato indigenista Yaku Pérez y por varios días la acusación de fraude electoral pareció liquidar las posibilidades de Pérez ante el candidato de Correa, Andrés Arauz, que con más del 32% lucía sólidamente posicionado para rematar la faena a su favor.
Pero con la asesoría de Jaime Durán Barba (el mismo consultor electoral del expresidente argentino Mauricio Macri), Lasso se las arregló para convertir sus debilidades en fortalezas y exprimir los errores del contrario.
La suerte en esta ocasión jugó a su favor porque su principal aliado (involuntario) de este tramo ha resultado ser el propio Rafael Correa. Preso de su protagonismo, el expresidente no ocultó que esta elección era sobre él. Se decidía en su contra o a su favor. Es decir, el error que Cristina Kirchner no cometió en Argentina en 2019.
A Correa se le olvidó (porque la soberbia siempre es mala consejera) que en Ecuador hay mucha gente que no deseaba su regreso al poder por medio de Andrés Arauz. Yaku Pérez, porque estuvo cuatro veces en la cárcel durante su gobierno; la combativa Confederación Nacional de Indígenas del Ecuador porque los reprimió y denigró; los partidos opositores tradicionales como el Socialcristiano e Izquierda Democrática porque se ven en el espejo de Argentina y Bolivia; la clase media por el temor a Venezuela; el actual presidente Lenín Moreno porque Correa directamente lo ha amenazado con meterlo preso.
Como siempre había hecho, Correa volvió a jugar a la polarización y esta vez perdió. En la primera vuelta fue el sostén de Arauz (él lo seleccionó) y en la segunda su principal rémora. Sintiendo la victoria en sus manos no dejó de hostigar y pelear. Un anunció de lo que vendría una vez que su pupilo se posesionara de la silla presidencial.
En cambio Lasso se movió astutamente hacia el centro. Cortejó al movimiento indigenista y a ese medio país que no quiere el regreso de Correa. Incorporó a su programa muchas de las propuestas de los demás candidatos derrotados que, sumados todos, eran casi la mitad del electorado.
De modo que para Lasso esta es una victoria personal. Sorpresiva pero previsible. El llamado al voto nulo (1.700.000) por parte de Yaku Pérez y su movimiento Pachakutik impidió que muchos votos de ese sector se fueran al correísmo.
Cuatro años más en el exilio
Sin embargo, aunque la foto es la que llama la atención y pone los titulares, lo importante es la película. Esta nos indica que Correa ha sido derrotado pero no liquidado. Sigue siendo una temible fuerza política en Ecuador.
Pese a todo lo que ha llovido su candidato presidencial alcanzó el 47% de los sufragios. Su partido, con 48 de los 137 diputados, será la primera bancada de la Asamblea Nacional ecuatoriana, frente a los 26 de Pachakutik, los 18 del Partido Social Cristiano (PSC) y los apenas 12 del movimiento del ahora presidente Lasso.
Por otra parte, la dolarizada economía ecuatoriana que se contrajo 7,8% en 2020 (para este año se espera que crezca un 3,5%) acumula varios años de mediocres resultados.
La conflictividad política y social (estimulada en parte por Correa desde el exterior) casi le cuesta la presidencia a Lenín Moreno a fines de 2019. Culmina su mandato casi de milagro. No será nada fácil ni sosegado lo que le espera a Lasso.
Correa cuenta con suficiente capital político y juventud para volverlo a intentar dentro de cuatro años.
Mientras tanto, si todo sale según lo previsto en la Constitución, en los próximos cuatro años seguirá en Bélgica sin poder cumplir su tan prometida venganza contra Lenín Moreno. Pero podemos apostar que no se quedará tranquilo.
La principal amenaza a su protagonismo no será Lasso, sino Yaku Pérez y todo movimiento político que crezca a la izquierda del suyo. Uno de los aprendizajes de esta última elección es que la izquierda ecuatoriana descubrió que se puede emancipar del correísmo.
No obstante, este resultado tendrá sus implicaciones para el resto de Suramérica. La derrota de Arauz ha sido un duro golpe para el proyecto continental de la antigua alianza chavista del continente que el propio Correa ha intentado reconstituir con el apoyo del presidente ruso Vladimir Putin.
De todos los expresidentes de aquel grupo que han sobrevivido, Correa es el más brillante y ambicioso. Pero le esperan cuatro años más en el desierto por cortesía de los electores ecuatorianos.
En Bolivia, Colombia, Chile, Brasil y Argentina la centro-derecha política (si es un poco perspicaz) debería sacar las debidas lecciones del triunfo de Lasso. Otra demostración de que en política no hay derrotas definitivas ni victorias eternas.