Rafael Alba (ALN).- Los servicios de marketing digital a la carta para músicos y productores proliferan en internet. Invertir en clicks, visualizaciones y escuchas puede llegar a ser un negocio rentable, según algunos expertos.
Dejen de creer en cuentos de hadas. Inmediatamente. Ya sé que lo ha oído muchas veces y que la mística de la suerte, la idea de que tal vez pueda pasarle a usted alguna vez es demasiado atractiva como para dejarla correr así, sin más. En este mundo maravilloso que las nuevas tecnologías han construido para usted, aparentemente, todo es posible.
Y se lo han contado mil veces. Un chaval, y hasta un senior, se graba un vídeo en su habitación con el móvil, cantando un bonito tema de su autoría, o una versión muy muy muy personal del último gran hit global y como por arte de magia, le llueven las visitas, los clicks se acumulan en su perfil de YouTube y las productoras llaman a su puerta. Y eso está al alcance de cualquiera. De todos. Porque internet ha democratizado el mundo y todos podemos aspirar a todo.
Pues no, amigo. Lo lamento. Es cierto que hay rumores por el mundo que indican que algunos sufridos ciudadanos se han hecho millonarios de un día para otro gracias a un premio de la lotería. Y pasar pasa, como podría acreditar algún inspector de Hacienda. Pero, ¿a qué usted no conoce a ninguno? Pues eso. No sufra amigo. Por duro que le resulte. Este asunto de las visitas de YouTube y las escuchas en Spotify es muy parecido a todo lo demás. Puede conseguirse. Sí. Y muy rápido. Aunque, como siempre pasa en estos asuntos, hay que tirar de talonario.
Una inversión masiva de dinero destinada a aumentar las visitas en YouTube puede ser también un gran negocio
Y ya. No es necesario hacer nada más. Sólo pagar. Al menos si lo que se pretende es acumular seguidores, escuchas, visualizaciones y visitas en un tiempo récord. Los rumores al respecto siempre han estado ahí. Difundidos por esas lenguas viperinas, como la de quien esto suscribe, empeñadas siempre en quitarle la ilusión al personal. Pero eran eso. Simples rumores. Puras teorías de la conspiración esbozadas por los descontentos de siempre. Por esos tipos frustrados y sin talento que nunca van a llegar a nada.
El experimento de Tin Incham
¿Son así las cosas? No del todo. Siempre hay, para colmo, algún aguafiestas que se lo toma en serio. Como, por ejemplo, un tal Tim Incham, analista y columnista del portal especializado Music Business Worldwide, una página de referencia que se ha convertido en la gran bestia negra de la industria discográfica moderna. Incham, armado simplemente de un ordenador portátil, paciencia, y el buscador de Google, encontró en un rato un buen puñado de portales de internet, de apariencia legal, que prometen a su clientela potencial un número casi infinito de escuchas, visualizaciones o clicks, en YouTube, Spotify y plataformas similares por un módico precio. O eso es lo que él cuenta en un delicioso artículo reciente de recomendable lectura.
El listado es amplio. Y en él, aparecen entre otros portales como www.massmediaplus.com, www.streamko.com, www.streamify.me o www.feature.fm. Hasta hay algunas, www.fiverr.com, por ejemplo, que ofrecen al cliente potencial la posibilidad de que sus canciones sean incluidas en una de esas playlist de éxito que acumulan millones de seguidores. Y el precio, al parecer, no resulta prohibitivo del todo. Y la inversión puede recuperarse luego. Cuando llegue el pago correspondiente a los clicks, proporcionado por la plataforma de streaming correspondiente.
Pero, ¿y si se trata de un fraude? Incham, como buen periodista, decidió hacer la prueba y gastar su propio dinero para comprobar la eficacia de estas curiosas ofertas. Creó un perfil falso de artista, un tal Pinky Hue, y subió su música a Spotify por medio del servicio Tunecore. Invirtió cinco dólares (alrededor de 4,15 euros) y consiguió 1.000 visitas en un día. Subió la inversión paulatinamente y aumentó en la misma proporción el número de escuchas.
Eso sí, al parecer, conviene hacerlo de 5.000 en 5.000 para no ser detectado por los guardianes de la pureza de las estadísticas de estas plataformas. Por ejemplo, los sistemas de detención de la compañía sueca que, según explicaron a este periodista guerrillero, se toman muy en serio el asunto y luchan con fuerza contra el fraude. Y quizá lo hagan. Pero cada vez hay más dudas de que todo este entramado sea tan limpio como debería.
Tras su experimento, Incham plantea un par de cuestiones interesantes. Una, desde luego, tiene que ver con la mística de las métricas. Con el hecho de que la actual medida del éxito, y de muchos contratos publicitarios y otras formas de ganar dinero de los nuevos profetas musicales del siglo XXI se relacionan con sus macrocifras de seguidores, escuchas, visitas y clicks. Y quizá no debiera haber ningún problema en que fuera así. Pero no estaría mal admitir que también la fama en la Red cuesta. Una buena pasta, por cierto.
Inversión y rentabilidad
Hay más. Una inversión masiva de dinero destinada a aumentar las escuchas o las visitas en YouTube puede ser también un gran negocio. Y de nuevo Incham, gracias por lo que nos toca colega, ha hecho la cuenta por nosotros.
Él eligió la plataforma Streamify para su experimento con Pinky Hue. Un portal que promete que todas las escuchas que proporciona a sus clientes son remuneradas posteriormente cuando Spotify paga a los titulares de los derechos de las canciones. Así que los 50 dólares (41,5 euros) que pagó por sus 10.000 escuchas, le dan derecho a una retribución de 60 dólares (49,8 euros), siempre que sea cierto, como se dice, que los responsables de Spotify pagan una media de 0,006 dólares (0,0049 euros) por click.
Cada vez hay más dudas de que todo este entramado sea tan limpio como debería
Así que ya ven. Hasta se puede ganar dinero con el asunto. Y mucho. Sobre todo si empezamos a añadir ceros a las cantidades correspondientes a la inversión, las escuchas y el retorno. Pero, claro, ¿quién va a ser tan mal pensado como para figurarse que esos grandes artistas que tienen miles de millones de seguidores, escuchas y visitas, van a recurrir a un truco tan barato para aumentar los ingresos de sus cuentas corrientes? Seguro que no lo hacen. Y que juegan limpio. Aunque, tal vez, no estuviera mal del todo establecer algún control antidoping.
Pero no. Sólo los conspiranoicos de los que hablábamos antes son capaces de pensar que las grandes discográficas, esos inmaculados conglomerados empresariales que jamás pagaron una payola ni sobornaron a un disc-jockey van a ser capaces de jugar un juego tan sucio como este.
O que lo van a hacer las propias plataformas de streaming, cuyos altos ejecutivos son, en realidad, unos benditos que han salvado de la indigencia a los músicos, al terminar gracias a su oferta de servicios limpios con la peligrosa costumbre de los internautas de descargarse la música gratis.