Pedro Benítez (ALN).- Las elecciones municipales del pasado domingo en Brasil tuvieron dos grandes derrotados: Jair Bolsonaro y Lula da Silva. Ninguno de los candidatos respaldados por el presidente brasileño ganó en alguna ciudad importante, incluyendo su bastión de Río de Janeiro, donde un cercano aliado fue derrotado. Por su parte, el Partido de los Trabajadores del expresidente Lula no gobernará ninguna de las 26 capitales de estado por primera vez desde el retorno de la democracia en 1985. ¿Los ganadores? Los tradicionales partidos políticos del país, encabezados por el Partido de la Socialdemocracia Brasileña del expresidente Fernando Henrique Cardoso, que gobernó Brasil entre 1995 y 2002.
¿Brasil gira al centro? Los resultados de las elecciones municipales que se efectuaron en primera y segunda vuelta los días 15 y 29 de noviembre pasado parecen indicar que sí.
En la segunda vuelta para disputar las capitales de estado el presidente Jair Bolsonaro dio apoyo público a 13 aspirantes a alcaldes, de los cuales 11 fueron derrotados, incluyendo el más emblemático de todos: el obispo evangélico Marcelo Crivella, de la Iglesia Universal del Reino de Dios, que no logró ser reelegido alcalde de Río de Janeiro.
El ganador, el exalcalde Eduardo Paes, se impuso al frente de una amplia alianza anti-bolsonarista con el 64% de los sufragios frente al 35% prometiendo que “Río va a volver a ser Río”. “Una ciudad abierta (donde) aceptamos todos los credos, todas las orientaciones, todos los colores”.
En Sao Paulo, la ciudad más poblada del país con nueve millones de habitantes, el candidato de Bolsonaro, Celso Russoman, no pasó la primera ronda electoral donde sólo obtuvo el 10 % de los sufragios. Esta disputa fue significativa pues fue reelecto el actual alcalde Bruno Covas, candidato del gobernador de ese estado, João Doria, quien lleva meses enfrentado con el presidente por el manejo sanitario de la pandemia.
Doria y Covas han desafiado abiertamente la actitud de Bolsonaro, que se opone al uso de las mascarillas y a las medidas de cuarentena de los gobernadores de estado.
Los candidatos identificados con el polémico estilo del presidente sólo consiguieron imponerse en Vitoria y Río Branco. El resto no pasó de la primera vuelta.
Estos reveses del bolsonarismo no han beneficiado, sin embargo, a su más enconado rival, el Partido de los Trabajadores (PT) del expresidente Lula Da Silva, que muy por el contrario ha sufrido un debacle histórica.
Por primera vez desde que se restauró la democracia en 1985 el partido de Lula no gobernará ninguna de las capitales brasileñas. Sus candidatos no consiguieron pasar la primera vuelta en Río, Sao Paulo y Minas, y perdieron en Recife y Vitoria (nordeste), las dos ciudades que el PT tenía bajo control.
La aliada y candidata a la vicepresidencia de Lula en 2018, la comunista Manuela D’Ávila, también fue derrotada, aunque por poco, en Porto Alegre.
Un dato interesante es el avance de grupos de izquierda alternativos al PT que se impusieron en ciudades importantes como Fortaleza, Recife y Belém do Pará. En la ciudad de Sao Paulo otro disidente del lulismo, Guilherme Boulos, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), no ganó pero acumuló el 40% de la votación y unió tras su aspiración a todos los grupos de izquierda.
Catarsis política
Los grandes ganadores de la jornada fueron los tradicionales partidos brasileños a los que se identifica como de centro o derecha moderada, en particular el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) del también expresidente Fernando Henrique Cardoso, que gobernó Brasil entre 1995 y 2002.
Su principal referente, João Doria, gobernador del estado de Sao Paulo, se ha convertido en los últimos meses en el más visible opositor a Bolsonaro.
La victoria de su pupilo en la alcaldía de la ciudad es un paso importante en la posible confrontación electoral por la presidencia de Brasil que sostendría Doria con el actual mandatario en 2022.
En 2018 el PSDB sufrió un descalabro cuando su candidato presidencial, Geraldo Alckmin, favorito de los grandes medios y los empresarios, no logró pasar a la segunda vuelta por primera vez desde 1994. Los dirigentes nacionales y estadales se vieron señalados por la gigantesca trama de corrupción de la constructora Odebrecht que sacudió a toda la clase política del país y por supuesto lo pagaron en votos.
El partido del tucano (símbolo del PSDB) fue desplazado de su papel de principal rival del PT por un Bolsonaro montado en el voto de protesta de los brasileños contra la corrupción. Esa elección presidencial no fue un voto ideológico, fue un castigo.
Pero ahora Brasil puede estar en la etapa final de una catarsis política que abre una oportunidad para que el PSDB pueda retornar luego de 20 años al gobierno nacional.
Sin embargo, no es el único partido que se perfila con oportunidades: los Demócratas, un partido de la derecha liberal, se impuso en Salvador de Bahía, Curitiba, Florianópolis y en particular Río, haciendo campaña abiertamente contra el fundamentalismo religioso.
Se podría decir, con bastante razón, que estas elecciones municipales no necesariamente se pueden considerar como un indicador definitivo de la preferencia política de la mayoría de los brasileños, después de todo las elecciones municipales de 1988 que le dieron sus primeros éxitos a la izquierda de Brasil no impidieron que un año después Fernando Collor de Mello derrotara en segunda vuelta a Lula da Silva. Pero sí muestran claramente los limitados alcances electorales del efecto Bolsonaro, de sus aliados en las iglesias evangélicas y de la polarización con el PT.
Así, la tradicional clase política brasileña se anota un triunfo. Ha sabido lidiar con el intemperante Bolsonaro, que después de todo tiene una ínfima representación en las dos Cámaras del Congreso y no cuenta con ningún aliado importante entre los gobernadores de estado.
Por el contrario, Bolsonaro se ha peleado con todo el que ha podido, empezando por la propia formación política que lo postuló a la presidencia, el Partido Social Liberal (PSL). Se ha peleado con los gobernadores de los estados más ricos y poblados, con los grandes medios, con el presidente Francia, Emmanuel Macron, por el Amazonas, y ahora promete hacer lo mismo con Joe Biden. Cuando no es él, la pelea la buscan sus hijos, como la actual polémica que ha desatado Eduardo Bolsonaro al acusar al gobierno de China de espionaje cibernético.
El único sector en el que Bolsonaro no ha causado polémicas es en la economía, donde ha cumplido su promesa de dejar las manos libres a su ministro, el liberal Paulo Guedes, lo que ha colocado a la economía de Brasil en buenas perspectivas de aprovechar la inestabilidad de Argentina.
Por ahora Brasil ve futuro más allá de la polarización populista.