Pedro Benítez (ALN).- El regreso del PSUV a la Asamblea Nacional sería una victoria para Juan Guaidó, una derrota para Diosdado Cabello y un problema para Nicolás Maduro. Para el ala radical del chavismo gobernante que encabeza Diosdado Cabello implica una derrota. Es reconocer la inutilidad de la Constituyente que hace dos años se vendió como plenipotenciaria, supraconstitucional y todopoderosa. Pues bien, ella se pierde en sus manos. Razón por la cual no es de extrañar que ya haya empezado con sus tácticas de saboteo a los planes de Maduro.
A lo largo de los años el chavismo ha tenido la gran habilidad de presentar como victorias lo que en realidad son derrotas. La oposición por su lado ha hecho exactamente lo contrario. La asesoría cubana ha llevado ventaja en el campo de las percepciones.
Un ejemplo es lo que está a punto de ocurrir: el retorno de los diputados del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) a la Asamblea Nacional (AN) que preside Juan Guaidó.
También implica que Diosdado Cabello descienda de su pedestal en la presidencia de la Constituyente, cruce el pasillo principal del Palacio Federal Legislativo y se incorpore a la Cámara que preside Juan Guaidó, que a su vez es reconocido por la mayoría de las democracias del mundo como el presidente interino de Venezuela. Algo bastante difícil de tragar para él y los constituyentes, aunque no vaya sino que mande a su suplente.
Desde el mismo momento en que fue electa en diciembre de 2015 Nicolás Maduro y Diosdado Cabello se dedicaron a intentar anularla. Nada distinto a lo que en el pasado hizo el expresidente Hugo Chávez con las gobernaciones y alcaldías que ganaba la oposición, sólo que en esta ocasión las circunstancias cambiaron.
Primero por medio de una seria de sentencias del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), elegido a espaldas de ese Parlamento, se despojó a la mayoría opositora de los tres diputados con los que alcanzaba la mayoría calificada y luego se inventaron lo del desacato.
Como nada de eso resultó para suprimir la beligerancia del Parlamento Maduro hace dos años se sacó de debajo de la manga lo de una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) de carácter corporativo. Tampoco le dio resultados. Por el contrario, desde enero pasado la AN le disputa las competencias del Poder Ejecutivo con el apoyo de una inédita alianza internacional.
De modo que como no ha podido anularla con el TSJ, ni reemplazarla con su ANC, ahora intenta tomarla por dentro. Su idea es que el bloque de diputados del PSUV retorne a las sesiones de la Asamblea en alianza con un grupo de parlamentarios disidentes de la mayoría opositora, sacar del juego suficientes diputados leales de esa mayoría por medio de la persecución política y en enero elegir un presidente de la AN distinto a Juan Guaidó. Con lo que la comunidad democrática internacional que le adversa no tendría a una institución legítima dentro de Venezuela a la cual apoyar.
Esta es una jugada que Maduro viene cocinando desde hace meses en paralelo al proceso de negociación promovido por el gobierno de Noruega. Consciente de que la dinámica del mismo lo llevaría inevitablemente a la pérdida del poder, se inventa esta enrevesada maniobra, típica, por cierto, del chavismo tan dado a enredar las cosas. Sin embargo, esas artimañas no suelen desarrollase como se planifican. En este caso en concreto porque tiene un costo.
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Que el PSUV retorne a la Asamblea implicaría admitir la legitimidad de esta. Que ella sigue siendo el centro de la lucha política en Venezuela. Que nunca tuvo que estar en desacato y que la Constituyente es un inútil parapeto con el cual Maduro no se puede servir ni siquiera para elegir a los rectores del Consejo Nacional Electoral (CNE).
También implica que Diosdado Cabello descienda de su pedestal en la presidencia de la Constituyente, cruce el pasillo principal del Palacio Federal Legislativo y se incorpore a la Cámara que preside Juan Guaidó, que a su vez es reconocido por la mayoría de las democracias del mundo como el presidente interino de Venezuela. Algo bastante difícil de tragar para él y los constituyentes, aunque no vaya sino que mande a su suplente.
Pero esto es precisamente lo que Nicolás Maduro ha venido considerando hacer. Al extremo de comprometerse en ello con el pequeño grupo de políticos con los que ha conformado el “Grupo de Diálogo”.
Por lo tanto, la sola oferta es una victoria en toda línea para Guaidó y esa Asamblea que pese a todos los pesares ha conseguido sobrevivir y ser el principal obstáculo al régimen de Maduro.
Para el ala radical del chavismo gobernante que encabeza Diosdado Cabello implica una derrota. Es reconocer la inutilidad de la Constituyente que hace dos años se vendió como plenipotenciaria, supraconstitucional y todopoderosa. Pues bien, ella se pierde en sus manos. Razón por la cual no es de extrañar que ya haya empezado con sus tácticas de saboteo a los planes de Maduro.
Aunque la operación de retorno del PSUV a la AN no se concrete, ya eso en sí mismo es un revés para Maduro, quien hace años no gobierna y cada vez manda menos, atrapado en la madeja de intereses y conflictos de los grupos que componen su régimen.
Maduro fue (en contra de su voluntad) al proceso de negociación de Oslo/Barbados presionado fundamentalmente por la corporación militar; el grupo (todavía) mejor organizado, más armado e importante dentro del régimen, que espera que se le cumpla la promesa de un acuerdo estabilizador, que, entre otras cosas, implique levantar las sanciones internacionales o impedir que vengan más.
Se buscó la primera excusa que encontró para salirse de ese proceso, pero tiene que simular que negocia con alguien más. Pero eso a su vez ha implicado afectar los intereses de su ala radical. El desenlace de esta puja interna está por verse.
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Por lo visto, a donde quiera que Maduro se mueva hoy pierde. Él, que ha apostado al inmovilismo. No cambiar nada (ni las políticas económicas, ni las estructuras de poder heredadas de Chávez) precisamente para que nada cambie. Dejar que el tiempo corra en contra de los venezolanos y que él gane un día tras otro.
Pero el cartón de huevos en las calles de Caracas va rumbo a los 100.000 bolívares, los trenes del metro se descarrilan, los apagones continúan, la presión internacional se incrementa. El mundo se mueve.