Sergio Dahbar (ALN).- Elmyr de Hory no lo sabía, pero era un creador de Shanzhai, neologismo chino para denominar la imitación como una obra que completa el original. Entre las mejores frases del coleccionista húngaro, recogidas en el libro ‘Fraude’, se encuentra esta: “En mis buenos días pinté Matisses que son sin duda mejores que los que pintó el propio Matisse en sus malos días”.
Uno de los filósofos contemporáneos más iconoclastas, el coreano Byung-Chul Han -formado en Alemania y autor de una obra que ha desafiado el elitismo de los libros de filosofía- configuró unas ideas curiosas sobre la autenticidad y falsificación. Ya había escrito sobre política, budismo zen y sexo.
El libro se llama Shanzhai, el arte de la falsificación y la deconstrucción en China. Lo publicó la editorial Caja Negra en Argentina y se suma a una lista de libros de filosofía que el público global ha masificado por la osadía de su pensamiento.
Shanzhai es un neologismo chino que expresa la idea de apropiación de una marca (en realidad, se refiere a todos los terrenos de la vida), desestimando el concepto venerado en Occidente de que sólo lo original es lo que tiene sentido y valor. Por eso en China Shanzhai es una falsificación, una copia pirata, una suerte de parodia.
Lo que plantea Byung-Chul Han es que un Shanzhai no se define por la originalidad intrínseca, “sino por ser parte de un proceso anónimo y continuado de combinación y mutación”. He aquí el corazón de este libro que piensa problemas como la propiedad intelectual, la conservación patrimonial y la clonación.
El filósofo coreano Byung-Chul Han critica la idea occidental de que toda copia es detestable
Byung-Chul Han lo explica claramente: “Adidas se convierte en Adidos, Adadas, Adadis, Adis, Dasida, etcétera. Juegan con las marcas a la manera dadaísta, lo cual no solo se revela como una expresión de creatividad, sino que también tiene un efecto paródico o subversivo frente al poder económico y los monopolios”.
Lo interesante de este concepto es su capacidad de mutación para mejorar una idea primaria. “Existen teléfonos Shanzhai con una función adicional para reconocer dinero falso. Eso los convierte en un original. Lo nuevo emerge a partir de variaciones y combinaciones sorprendentes”. De esta manera Byung-Chul Han critica la idea occidental de que toda copia es detestable y que todos debemos perseguir aquello que es verdadero.
La literatura china actual ofrece una ventana para el término Shanzhai. Si una novela tiene éxito, surgen fakes inmediatamente. Lo escribe Byung-Chul Han: “Hay fakes que transforman el original, ubicándolo en un nuevo contexto o dotándolo de un giro sorprendente”. Ha ocurrido con un superéxito de ventas como Harry Potter, asimilado por la cultura china. Yandomort se llama el adversario oriental de Voldemort.
Quizás una de las ideas más potentes de Byung-Chul Han es que el maoismo chino es una forma de marxismo Shanzhai. Al carecer de un proletariado industrial y de unos trabajadores formales, hubo una mutación en China: el comunismo se apoderó del turbocapitalismo. “Los chinos no ven ninguna contradicción entre capitalismo y comunismo”.
El don fascinante de Elmyr de Hory
Las ideas de Byung-Chul Han me condujeron irremediablemente a uno de esos personajes irresistibles de todos los tiempos, uno de esos delincuentes que se convierten en personajes irresistibles: Elmyr de Hory. Este húngaro (1905-1976) vivió como un aristócrata, como un embaucador, como un coleccionista, pero por encima de todo como un imitador con un don fascinante.
Así como otros nacen con un olfato privilegiado, Hory vino al mundo con una capacidad infinita para imitar el estilo de los grandes artistas de la pintura. Pintó más de mil obras de Picasso, Modigliani, Matisse, Renoir, Toulusse-Lautrec, Gauguin, Chagal…
Aunque Hory aparece en la última película de Orson Welles, F for Fake, como protagonista deslumbrante, se merecía una ficción que sacara provecho de una vida irrepetible. Era un dandy que parecía no haber trabajado nunca en su vida (ni que nunca lo iba a hacer), se pasó buena parte de su vida huyendo de enemigos de cuidado: los nazis, el FBI, la justicia española, vengativos millonarios texanos embaucados…
El comienzo de su odisea tiene un ancla en una equivocación. A mediados de los años 40, Hory se encontraba en un pequeño estudio de la rue Jacob (París), sin dinero, tratando de ser reconocido como artista. Había pegado en la pared un pequeño ejercicio que él llamaba “a la manera de” y que repetía uno de los estilos conocidos de Picasso. Una amiga se lo compró por unos francos. A esa amiga se lo quitaron de las manos por una fortuna.
Así entendió Elmyr de Hory dos cosas: que podía vivir de esa travesura y que podía vengarse de quienes habían desechado su talento. Comenzó a jugar con las imitaciones y a venderlas por todo el mundo. Europa, Estados Unidos, hasta que encontró residencia en Ibiza, un mundo poblado por millonarios frívolos que deseaban tener a un rico coleccionista de obras de arte con un pasado aristocrático como parte de la fiesta inagotable.
En la película F for Fake, de Orson Welles; y en el libro Fraude que escribió sobre Hory el periodista y embaucador Clifford Irving, se encuentran las mejores frases de este personaje que parece salido de una ilusión. “En mis buenos días pinté Matisses que son sin duda mejores que los que pintó el propio Matisse en sus malos días”.
Dice que no era un falsificador
Elmyr de Hory le explica a Welles que él no es un falsificador. Jamás copió un cuadro de otro pintor. Su talento consistía en tocar de oído. Era capaz de apropiarse de un estilo, de una manera, y a partir de ahí, y con un conocimiento notable del arte, crear una obra nueva que parecía haber nacido de manos de ese autor.
Hory: “En mis buenos días pinté Matisses que son sin duda mejores que los que pintó el propio Matisse en sus malos días”
A Picasso le preguntaron si una obra imitada por Hory era una de sus obras auténticas. Picasso la miró durante un buen rato, preguntó en cuánto la habían vendido y al oír que habían pagado una fortuna, dijo que debía ser suyo.
El destino de Hory estaba marcado para terminar mal. Se asoció a dos pillos que sacaban provecho millonario de las ventas (a él le daban migajas). Pero siempre hay un millonario texano rencoroso que quiere venganza. Cuando la policía lo fue a buscar en Ibiza para repatriarlo a Francia por sus ventas fraudulentas, lo encontraron muerto. Había vaciado un frasco de barbitúricos.
Lo fascinante de la historia de Elmyr de Hory, que lo encadena de manera singular a las ideas de Byung-Chul Han, es que sobreviven innumerables obras en todo el mundo, en Caracas y Londres, la Costa Azul y San Francisco, que son imitaciones perfectas de este húngaro que sin conocer al coreano era un creador de Shanzhai en el verano de su vida, un creyente absoluto de que “lo nuevo emerge a partir de variaciones y combinaciones sorprendentes”.