Leopoldo Martínez Nucete (ALN).- No lo olvidemos: Trump no solo arrancó su campaña con aquel feroz ataque -que no ha cesado- a los latinos y los inmigrantes en general, negándole a la gran mayoría de nuestra gente el reconocimiento y la oportunidad que merece por la grande y noble contribución que hacemos al progreso de los Estados Unidos. Su discurso niega las raíces hispanas que están entretejidas en la historia y que son parte de la esencia de la nación. Recordemos que fue Trump quien encabezó el abominable movimiento mediático que ponía en duda la ciudadanía del presidente Barack Obama, exigiéndole mostrar su partida de nacimiento. A esto se suman sus reciente palabras contra el diputado Elijah Cummings, contra la ciudad de Baltimore y numerosas y reiteradas manifestaciones de despreció por la diversidad.
La ciudad de El Paso es emblemática para los Estados Unidos. Es parte del estado de Texas. Después de San Diego, es la segunda ciudad más importante en la extensa frontera entre EEUU y México, que se prolonga por 3.169 kilómetros. Como su nombre lo indica, es, en lo esencial, una ciudad de fronteras. Está ubicada al borde de un río con dos nombres: en México le llaman Río Bravo, mientras que en Estados Unidos su nombre es Río Grande. Todavía debo añadir un dato esencial más: El Paso está ubicada al frente de Ciudad Juárez. Ambas configuran, a pesar de su condición fronteriza, un gran conglomerado urbano que supera los dos millones y medio de habitantes.
El acto terrorista cometido el pasado de 3 de agosto en El Paso agrega un elemento doloroso a la caracterización de esta ciudad tan simbólica. Un hombre blanco, inspirado por el discurso político del odio, con un manifiesto que denuncia su deseo de acabar con la invasión hispana de los Estados Unidos, por considerarla una amenaza a su cultura, seguridad y al futuro, viajó 10 horas hasta El Paso, a matar hermanos hispanos en la frontera, lo que resume, en un acto patológicamente criminal, toda la carga negativa y destructiva que la perspectiva del racismo y la xenofobia representan
El Paso es, literalmente, uno de los puntos de encuentro que resume la larga historia de construcción del suroeste norteamericano. En los últimos años la ciudad ha adquirido tres rasgos que no deberían pasar desapercibidos: una vibrante economía, cuyos beneficios alcanzan a los dos lados de la frontera; una población que, en 80%, es hispana; y, además, para sorpresa y desmentido de muchos, una de las 10 ciudades más seguras de Estados Unidos.
Pero, sobre todo, es icónica porque El Paso destruye todos los argumentos falaces, racistas y xenófobos que inspira la retórica del presidente Donald Trump. El exdiputado y precandidato presidencial del partido demócrata, Beto O’Rourke ha hecho de esta línea argumental un tema relevante en la conversación nacional que, de otra forma, probablemente pasaría desapercibida.
El acto terrorista cometido el pasado de 3 de agosto en El Paso agrega un elemento doloroso a la caracterización de esta ciudad tan simbólica. Un hombre blanco, inspirado por el discurso político del odio, con un manifiesto que denuncia su deseo de acabar con la invasión hispana de los Estados Unidos, por considerarla una amenaza a su cultura, seguridad y al futuro, viajó 10 horas hasta El Paso, a matar hermanos hispanos en la frontera, lo que resume, en un acto patológicamente criminal, toda la carga negativa y destructiva que la perspectiva del racismo y la xenofobia representan.
Este acto de terrorismo se suma a varios que, en los últimos dos años, han enlutado al pueblo estadounidense, en los que aparece el odio racial o contra etnicidades y colectivos religiosos. Ahora ha sido el ataque terrorista de El Paso contra los hispanos. Antes fue el de la Sinagoga del Árbol de la Vida en Pittsburgh, el 27 de octubre de 2018; o el ataque a la Iglesia Emanuel Africano Metodista Episcopal de Charleston, uno de los templos más antiguos de Estados Unidos, el 17 de junio de 2015, donde fueron asesinadas 9 personas.
El discurso supremacista blanco y el extremismo religioso, que se ha empoderado desde el ascenso de Trump al poder, se ha entremezclado con la insólita, inexplicable e injustificada laxitud de las leyes estadounidenses, que facilitan el comercio abierto y al detal de armas de todo tipo, incluidas las de repetición y asalto, literalmente armas de guerra, que incluso superan a la que porta usualmente un oficial de policía.
Los sucesos y la violencia de grupos extremistas en Charlottesville, Virginia, en agosto del 2017, fueron la primera campanada. Trump, irresponsablemente, dijo que había gente buena en ambos bandos. Una vez más abriendo la peligrosa ventana por la que entra esta tormenta. Su discurso político y electoral apela permanentemente a las estrategias retóricas caracterizadas como “silbato canino” (“dog wistle politics”) en las que se asumen propuestas políticas y palabras “codificadas”, que movilizan los más bajos y peligrosos instintos del racismo y la xenofobia. Se les designa de ese modo, porque tal como ocurre con el silbato canino, esas palabras son escuchadas por quienes tienen esos prejuicios.
No lo olvidemos: Trump no solo arrancó su campaña con aquel feroz ataque -que no ha cesado- a los latinos y los inmigrantes en general, negándole a la gran mayoría de nuestra gente el reconocimiento y la oportunidad que merece por la grande y noble contribución que hacemos al progreso de los Estados Unidos. Su discurso niega las raíces hispanas que están entretejidas en la historia y que son parte de la esencia de la nación. Recordemos que fue Trump quien encabezó el abominable movimiento mediático que ponía en duda la ciudadanía del presidente Barack Obama, exigiéndole mostrar su partida de nacimiento. A esto se suman sus reciente palabras contra el diputado Elijah Cummings, contra la ciudad de Baltimore y numerosas y reiteradas manifestaciones de despreció por la diversidad.
La absoluta falta de empatía de Trump ha quedado manifiesta en su patética visita a El Paso, donde apenas pudo posar sonriéndose y con gestos de felicidad o triunfo al estilo electoral, sin una lágrima, abrazo, gesto o palabra genuinamente sentida de condolencia, hacia toda la hispanidad que sufre en El Paso y en todo el país lo que este ataque terrorista representa.
¿Puede la desesperación de Trump poner en peligro la democracia en EEUU?
El ataque de El Paso ha cambiado para siempre la experiencia de ser hispano de muchas generaciones o de familia inmigrante. Y ese sentimiento de angustia, dolor, lucha y reclamo de respeto e inclusión no cesará hasta que los estadounidenses dejemos atrás los vientos tormentosos que ha desatado Trump, despertando unas horribles y peligrosas emociones, que tantos creíamos superadas.
Por ello y ante la adversidad que todo esto significa, merece recordar aquel proverbio popular mexicano -algunos piensan que de origen Maya-: “Quisieron enterrarnos, pero no sabían que éramos semillas”. La hispanidad está y será para siempre parte de la historia estadounidense. Desde ahora más que nunca, habrá que mostrar con coraje nuestro poder electoral alzando la voz en el próximo ejercicio del voto.