Antonio José Chinchetru (ALN).- El 22 de mayo es la fecha límite para que el Parlamento de Cataluña elija nuevo presidente autonómico. Si no lo hace, se irá a unas nuevas elecciones. De ocurrir eso, el panorama es muy negativo para el separatismo y posiblemente demoledor para Carles Puigdemont. Sin embargo, eso no supondría una derrota de los partidarios de la independencia. La situación que se abriría tendría muchos paralelismos con la actual.
Queda poco tiempo para que el independentismo pueda presentar un candidato a la Presidencia de Cataluña que pueda acudir a la sesión de investidura por no estar en prisión o fugado de la justicia. Si no lo hace, el 22 de mayo se disolverá automáticamente el Parlamento regional y se convocarán nuevas elecciones autonómicas. Ese escenario sería negativo para los separatistas en general, puesto que los sondeos reflejan un desgaste en intención de voto, y también muy arriesgado para Carles Puigdemont, dado que su menguante liderazgo quedaría muy tocado. Sin embargo, tampoco la situación sería muy positiva para el constitucionalismo.
La última encuesta publicada hasta el momento sobre intención de voto en Cataluña trajo buenas noticias para los partidos que se oponen a la independencia. El sondeo, de NP Report para el diario La Razón, refleja que el bloque separatista perdería tres escaños y se quedaría en 67, a uno de la mayoría absoluta. Los asientos perdidos serían todos de Junts Per Catalunya (JxC), la marca electoral con la que concurrió Puigdemont a los comicios de diciembre. Tanto Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) como la ultraizquierdista Candidatura de Unidad Popular (CUP) conservarían su actual representación, 32 y cuatro diputados respectivamente.
La ficción propagandística según la cual Carles Puigdemont es el supuesto “presidente legítimo” de Cataluña sería cada vez más difícil de sostener
El golpe para JxC sería especialmente demoledor. No sólo perdería tres representantes, sino que dejaría de ser el grupo mayoritario en el Parlamento entre los separatistas. Su representación se vería reducida a 31 escaños, uno menos que sus aliados y rivales de ERC. De esta manera la ficción propagandística según la cual Carles Puigdemont es el supuesto “presidente legítimo” de Cataluña sería cada vez más difícil de sostener. Supondría la muerte política del personaje.
La CUP, que es su gran aliada, seguramente dejaría de apoyar sus aspiraciones, puesto que el argumento falaz de que los votantes quieren que él sea el jefe del Gobierno catalán dejaría de ser creíble incluso entre sus seguidores.
‘Noche de los cuchillos largos’ independentistas
Llegaría una noche de los cuchillos largos en el independentismo de derechas. Puigdemont está enfrentado con gran parte de la formación a la que pertenece y que supuestamente le respalda, el Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT). Aunque en teoría JxC es la marca electoral del PDeCAT, en la práctica no está siendo así. Junts Per Cataluña es una plataforma de tinte personalista y caudillista al servicio del expresidente prófugo, lo que molesta a sus compañeros de la organización heredera de la desaparecida Convergència Democràtica de Catalunya. Si hay elecciones y se cumplen los pronósticos, no tardarán en tomar venganza.
Las proyecciones para los contrarios al independentismo van en sentido contrario. Aumentaría en cuatro su representación, hasta alcanzar 61 diputados. Ciudadanos se afianzaría como la mayor fuerza política en Cataluña, al sumar dos nuevos representantes y llegar a 38. Mejorarían en uno tanto los socialistas, que quedarían en 18, como un Partido Popular que rompería la tendencia iniciada hace tiempo y que parecía conducirle a la desaparición en esa comunidad autónoma. Pasaría de cuatro a cinco escaños. El cuarto asiento extra que lograría el constitucionalismo sería a costa de la marca catalana de Podemos, que lo perdería y pasaría de ocho a siete representantes.
Si los pronósticos demoscópicos aciertan, algo que no ocurre ni mucho menos siempre en España, unos nuevos comicios dejarían muy tocado al independentismo. Ya no podría argumentar que tiene más de la mitad de los diputados (en número de votos no alcanzó el 50% en las anteriores elecciones). Su discurso perdería así mucha fuerza. El debilitamiento haría que las tensiones internas del bloque afloraran con una mayor fuerza, eliminando las posibilidades de un liderazgo fuerte. A eso se suma el debilitamiento del apoyo de la población catalana a que el Estado permita la independencia. Ha caído de 44% a 36,4%, según el Centro de Investigaciones Sociológicas.
Si uno de los dos bloques lograra el apoyo de Podemos, se impondría con comodidad
La situación política seguiría, sin embargo, en buena medida atascada. Si el separatismo iba a tener difícil formar gobierno, el constitucionalismo todavía no tiene suficiente fuerza para lograrlo. El árbitro sería Podemos, que ha jugado hasta ahora a la ambigüedad. Si uno de los dos bloques lograra su apoyo, se impondría con comodidad. Pero eso parece algo casi imposible. La formación de Pablo Iglesias está demasiado enfrentada a Ciudadanos como para permitir que su líder en Cataluña, Inés Arrimadas, se convierta en presidenta autonómica. Y tampoco puede permitirse el lujo de investir al separatismo. El partido morado sabe que eso supondría un hundimiento brutal en el resto de España.
Todo apunta a que, si se llegan a celebrar elecciones, el actual atasco político en Cataluña se mantendría.