Pedro Benítez (ALN).- La influencia de Lula Da Silva se mueve en el aire sobre la superficie de la imprevisible política venezolana. Si hay un mandatario extranjero al que la cúpula del poder político en Caracas presta atención es al brasileño.
Sabe que Nicolás Maduro tiene perdida la elección presidencial prevista para el próximo 28 de julio, incluso en las actuales condiciones. De eso son conscientes Gustavo Petro, la administración Biden, las cancillerías europeas, así como los gobiernos de China, Rusia y Cuba. La gran pregunta es si Maduro y el chavismo estarán dispuestos a reconocer el resultado de las urnas y, a continuación, entregar el poder (o parte del mismo). ¿Optará por cruzar el puente que sus colegas de Colombia y Brasil le ofrecieron hace 20 días de manera pública, o seguirá el camino de Daniel Ortega? Esa es la encrucijada a la que se dirige Venezuela y ante la cual Lula no puede ser indiferente, aunque quisiera.
Aliado, amigo y socio del chavismo desde hace dos décadas (relación que incluyó el asunto Odebrecht, tema que preferiría olvidar), sus dos últimos años en el Palacio de Planalto en Brasilia coincidieron con los primeros de la pasantía de Maduro por la Cancillería venezolana. De modo que allí hay una relación personal de cierta data. Era la época de la gran alianza continental que, con entusiasmo, desenfreno y poca prudencia promovía el ex comandante/presidente desde Venezuela, en no pocas ocasiones contenido por el experimentado y astuto ex sindicalista brasileño que, después todo (el tiempo lo ha demostrado), siempre ha jugado en otra liga.
Lula no es amigo de la oposición venezolana
Lula no es amigo de la oposición venezolana. Él se encuentra en “la otra acera”; con todos aquellos que fueron solidarios con él mientras estuvo preso e inhabilitado. En ese grupo se cuentan Cristina Kirchner, Alberto Fernández, Rafael Correa, Pepe Mujica y Maduro. Preferiría que alguien cercano a él siga al frente del poder en Caracas, y evidentemente no desea ver en esa posición a María Corina Machado. Pero es un político realista que ha aprendido a poner el pragmatismo por delante, a diferencia de Gustavo Petro, que un día se deja llevar por su corazón y al siguiente coloca los pies sobre la tierra.
Este tiene más urgencia que el brasileño, pues teme que una nueva ola migratoria proveniente del país vecino le caiga encima, tal como le ocurrió al gobierno de su antecesor Iván Duque, si Maduro decide mantenerse en el poder por las malas. Es posible que Lula pensara en sencillamente tomar distancia de asuntos y lavarse las manos; pero, por lo visto no puede. Hay consideraciones que le son imposibles de evadir. Una de ellas es la escalada diplomática por Esequibo.
Desde Brasil se ve como una evidente y temeraria maniobra por parte de Maduro en su intento por continuar en el poder. La clásica estratagema de cualquier gobierno que, a fin de desviar la atención de los problemas internos, se crea un conflicto externo. La táctica “Galtieri” que los militares argentinos aplicaron en Malvinas en 1982 y cuatro años antes en la disputa por el canal de Beagle con Chile. A los políticos y militares brasileños les inquieta que un eventual conflicto armado sea el pretexto para que Estados Unidos se involucre en una zona que consideran, con suficientes motivos (basta con ver un mapa) parte de su zona de influencia.
Un conflicto militar
Para Lula, como referente principal de la izquierda mundial y presidente del único país de la región que se cuenta entre las grandes potencias, un conflicto militar entre dos países limítrofes implicaría un gran desprestigio personal. No puede clamar por la paz en Medio Oriente y en Europa, mientras se desata un conflicto entre sus vecinos, uno de los cuales es gobernado por quien se ha considerado como un aliado y amigo. Ese es un riesgo que no se puede permitir correr.
En ese sentido, haber usado la carta del Esequibo a fin de desviar la atención de los resultados de primaria opositora del 22 de octubre del año pasado, fue un error de cálculo por parte de Maduro. Puso en alerta a Brasil y dejó en evidencia su aislamiento internacional. Demasiados intereses afectados incluyendo a China, con quien suscribió en septiembre una “alianza estratégica contra viento y marea” que no resistió la primera ventisca. Por otro lado, no deja de llamar la atención el atronador silencio de los hermanos cubanos sobre el tema. A ellos, menos que a nadie, les interesa una división en las filas de la izquierda latinoamericana.
Si alguien tiene la responsabilidad de prevenir situaciones desagradables que luego se salgan de control y mantener la paz en esta parte del mundo, es Lula.
No obstante, hay otro aspecto del asunto Venezuela que le inquieta. Por experiencia propia sabe que en América Latina las dictaduras y los golpes de Estado son como las infecciones que no conocen fronteras. Si la toleras en un país, luego puede afectar al vecino. Él emergió en el movimiento sindicalista de Sao Paulo desafiando el régimen de los presidentes/generales. El supuesto o real intento de golpe por parte del bolsonarismo el año pasado prendió las alarmas en Brasil.
Lula y las reglas de la institucionalidad democrática
Nos podrá caer mejor o peor, podremos criticar con suficientes motivos su relación de complicidad con el chavismo y el castrismo cubano, pero en su país Lula siempre ha sido un político que ha jugado dentro de las reglas de la institucionalidad democrática, acatando todas las veces que perdió elecciones. Sabe que se puede ganar y perder, salir y regresar al poder, siempre que haya elecciones libres. Esta es una lección que tanto él como Petro y Pepe Mujica (ahora Gabriel Boric) han aprendido.
Ese es el consejo que le está dando a Maduro. Mírame a mí; salí del poder, me inhabilitaron, me metieron preso, mi partido perdió las elecciones de 2018 ante Jair Bolsonaro, y aquí estoy nuevamente.
Observa a Cristina Kirchner, perdió, regresó, volvió a perder, pero ahora es la líder de la oposición argentina. Ese es el juego democrático. Se pierde y se gana, no es el fin del mundo. La política da muchas sorpresas.
Y tiene razón. Por esas vueltas inescrutables del destino ha venido a ser Lula un aliado involuntario de la oposición venezolana.