Nelson Rivera (ALN).- En buena parte del planeta, la figura del alcalde se ha vuelto un actor fundamental de la vida pública. En América Latina, ciudades como Medellín en Colombia, Quito en Ecuador, Rosario en Argentina, Florianópolis en Brasil, Culiacán en México y Montevideo en Uruguay son casos de éxito. En el otro extremo están Caracas, Managua, Tegucigalpa y La Habana.
Hacia finales de los años 70 del siglo pasado, una idea comenzó a extenderse de forma paulatina: que ciudades bien gestionadas podían responder y dar soluciones a muchos de los complejos problemas de la sociedad, con más acierto y eficiencia que el conjunto del país. Lo que comenzó como un fenómeno en pequeñas ciudades de Estados Unidos -Lincoln en Nebraska, Santa Clara en California, Boise en Ohio, Rochester en Minnesota-, donde la calidad de vida adquirió la categoría de paradigma, se proyectó como un ejemplo a seguir. En un primer momento se dijo: se debe al voluntarismo de unos determinados alcaldes.
No tardaron universidades, empresas y medios de comunicación en preguntarse qué explicaba la reconversión de estas ciudades. Varias fueron las coincidencias detectadas: ciudadanos organizados y relacionados con sus autoridades, programas de planificación urbana, presupuestos que priorizaban a los servicios, obras públicas para el privilegio de niños y personas de la tercera edad. No tardaría la reputación de “las ciudades mejor gestionadas” en convertirse en un modelo que irradió hacia el resto de Estados Unidos, América Latina y Asia y, en algunos casos, a ciudades de Europa.
Tendencia global
Cuatro décadas más tarde, las ciudades se han convertido en un epicentro temático. Se analizan sus realidades y perspectivas. Hay observatorios, expertos, cátedras y carreras universitarias. En 2016, solo en lengua española, se publicaron más de 300 libros dedicados al estudio de lo urbano, en su mayoría por entidades académicas, estatales y multilaterales. Un solo ejemplo puede ilustrar la tendencia: la Universidad de Barcelona, España, acaba de lanzar un grado en Gestión de Ciudades Inteligentes y Sostenibles.
Ahora mismo, alrededor de 56% de la población del planeta vive en ciudades. En 30 años la cifra será de casi 80%
Pensar la ciudad del futuro se ha convertido en una industria, pero también en una esperanza para la calidad de vida y la convivencia entre las personas. El viejo pensamiento de que hay países mejores que otros está siendo desplazado: lo que hay son ciudades que ofrecen mejores condiciones de vida que otras.
En todos los continentes, en los últimos 30 años, hay ciudades que han cambiado. En algunos casos, los cambios han sido radicales y benéficos. Cuestiones candentes como la seguridad ciudadana, la vialidad, los sistemas de transporte, la operatividad de los servicios, la ejecución de subsidios y programas hacia los sectores pobres de la población, han mejorado de forma sensible. En muchos lugares, el nivel profesional de los funcionarios se ha incrementado. Mientras la administración de muchos países irradia una sensación de caos en aumento, cada vez son más numerosas las ciudades que rompen con la corriente del deterioro.
En América Latina, ciudades como Medellín en Colombia, Quito en Ecuador, Rosario en Argentina, Florianópolis en Brasil, Culiacán en México y Montevideo en Uruguay, son casos de estudio. En el otro extremo, Caracas, Managua, Tegucigalpa y La Habana, son ahora mismo las ciudades con los peores indicadores. En buena parte del planeta, la figura del alcalde se ha vuelto un actor fundamental de la vida pública.
La tesis de Benjamin Barber
En conferencias, debates televisados y en su libro Si los alcaldes gobernaran el mundo, el norteamericano Benjamin Barber, notable futurólogo de la gestión pública, no solo proyecta las ventajas de la administración de las ciudades para hacerse cargo de las necesidades ciudadanas. La posibilidad de mantener un intercambio permanente con los ciudadanos, y de ponerlos en contacto directo con los presupuestos y el trasfondo de las decisiones, constituye una ventaja considerable si se compara con las enormes estructuras del Poder Ejecutivo en todos los países. Mientras la ciudad puede aproximarse cada vez más al ciudadano, a través de innumerables mecanismos, el movimiento del Estado lo hace cada vez más distante e ineficiente.
Serán los alcaldes, los ayuntamientos y los ciudadanos organizados a quienes corresponderá actuar ante lo que viene
Pero, y esto es importante, Barber no es hostil a la figura del gran Estado. Al contrario. Su tesis es que el fortalecimiento de las ciudades, que ocurrirá en las próximas tres décadas, tendrá como consecuencia una nueva etapa de consolidación del Estado, que podrá concentrarse con más propiedad en los asuntos de mayor envergadura: seguridad geoestratégica y militar, política internacional, estabilidad macroeconómica y financiera, financiamiento de los grandes proyectos de infraestructura, promoción de alianzas internas entre unas ciudades y otras.
No solo Barber, expertos de organizaciones que estudian los asuntos de la sostenibilidad lo afirman: de aquí al 2050 el panorama de la gestión pública sufrirá una modificación profunda. El poder tendrá que redistribuirse. Ahora mismo, alrededor de 56% de la población del planeta vive en ciudades. En 30 años la cifra será de casi 80%. Como dice The Worldwatch Institute, nuevas realidades apremian a las ciudades. La concentración urbana es irreversible. Por lo tanto, no hay otra solución: serán los alcaldes, los ayuntamientos y los ciudadanos organizados a quienes corresponderá actuar ante lo que viene.