Pedro Benítez (ALN).- No importa quién sea elegido como próximo presidente de Colombia el 19 de junio, la actual política hacia Venezuela y la migración venezolana por parte del Gobierno de ese país va a cambiar. Eso lo habían dejado claros los candidatos con chance de ganar la actual disputa electoral, incluso antes de la reciente primera vuelta presidencial. De izquierda a derecha, pasando por el centro.
El nuevo Gobierno colombiano buscará el restablecimiento de las relaciones plenas o, en su defecto, de algún tipo de acuerdo con Caracas, con el objetivo de regularizar el paso fronterizo entre los dos países. Una acción que, sin lugar a dudas, es una necesidad imperiosa para la vida de los habitantes de ese tercer país que vive en ambos lados de los 2.219 kilómetros de la frontera colombo/venezolana.
LEA TAMBIÉN
Francia Márquez, el arma secreta de Gustavo Petro
Sin embargo, eso no resolverá (entre muchos otros) el problema más importante e inédito en la historia de las dos naciones: la masiva migración venezolana hacia Colombia.
Según las autoridades migratorias de ese país, y del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el número de venezolanos residentes en ese país pasó de 48 mil en 2015 a más de 1.7 millones a fines de 2020. Eso no incluye a los venezolanos que emigraron teniendo la nacionalidad colombiana. Tampoco a la mayor parte de los otros 1.3 millones que han usado el territorio de ese país como paso obligado hacia Ecuador, Perú, Chile y Argentina. Antes de la pandemia de covid-19 hasta 37 mil personas llegaron a cruzar diariamente el puente Simón Bolívar, principal paso fronterizo entre los dos países.
La magnitud y el corto tiempo en que esa movilización humana ha ocurrido no tiene precedentes en el continente.
Este cuadro ha dado pie a que, lamentablemente, el tema sea explotado por razones políticas en Colombia. Lo ha hecho la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, sin ningún tipo de escrúpulos y también, al parecer, el nuevo favorito a ganar la elección presidencial, el ingeniero Rodolfo Hernández.
Xenofobia contra la migración venezolana
El uso de la xenofobia para agitar los peores sentimientos entre los votantes y el odio con el extranjero por parte de muchos políticos se ha puesto de moda nuevamente por todo el mundo. Ha venido ocurriendo en Colombia contra los venezolanos, pero no se nos olvide que en otras épocas más felices para Venezuela se hizo lo mismo contra los colombianos.
Durante muchos años el sentimiento anti colombiano era promovido en Venezuela de manera abierta, en los periódicos, en la radio, en la televisión, e incluso las bancadas parlamentarias por políticos inescrupulosos como, por ejemplo, el dirigente de izquierda y exvicepresidente chavista José Vicente Rangel. Se podrían citar otros casos.
Era un contexto en el cual Venezuela era el país rico y Colombia el vecino pobre. Venezuela era la democracia estable y Colombia la sociedad sumida en la violencia de la guerra civil y el narcotráfico. En algún momento se estimó que unos 3 millones de colombianos o sus descendientes estaban viviendo en Venezuela a fines del XX. La más importante migración ocurrida en Suramérica entre dos países hasta entonces.
Acusarlo de filo colombiano fue uno de los ataques preferidos que contra el dos veces presidente venezolano Carlos Andrés Pérez profirieron sus adversarios. Incluso le endilgaron la condición de colombiano de nacimiento. Lo mismo que, por cierto, se dijo en su momento de Nicolás Maduro. Detrás de esa acusación se escondía el deseo de escarbar en el sentimiento contra el vecino. Una de las más deleznables tácticas políticas.
Así lo hizo Venezuela
Por ser un “hombre la frontera” (oriundo del estado Táchira e hijo de padre colombiano) Pérez comprendió que la compleja relación entre las dos naciones debía trascender la disputa territorial sobre el Golfo de Venezuela que puso a los países al borde de la guerra en 1987.
En ese sentido, una política de puertas abiertas, regularización legal e integración es lo más inteligente que un país pueda hacer ante una situación en la cual la migración va a continuar de todas maneras. Lo contrario es crearse más problemas manteniendo a una población en la marginación.
Sin embargo, la mayoría de los gobiernos venezolanos del último cuarto del siglo pasado o no lo hicieron bien o no hicieron lo suficiente; entre otras cosas, por el miedo a un sector de la opinión pública y publicada siempre dispuesta a acusar a cualquier político de “entreguista”.
Esa tentación está presente hoy en Colombia hacia Venezuela y los venezolanos, como ha estado en Venezuela contra Colombia y los colombianos. En el medio quedan millones de familias.
Aunque al respecto el presidente Iván Duque no está completamente limpio de polvo y paja, no obstante, algún día se le tendrá que reconocer que su política hacia migración venezolana fue más humana, audaz y realista de la nunca tuvo Venezuela hacia los colombianos.
Estatuto temporal para la migración venezolana
El Estatuto Temporal de Protección para Migrantes venezolanos (ETPV) que aprobó hace un año, para aquellos que no habían regularizado su situación legal en ese país, es la política migratoria más importante que en esa materia se ha tomado nunca en todo el continente americano y que deja sentado un enorme precedente ante el mundo.
Con este estatuto temporal centenares de miles de venezolanos van pueden acceder a salud, educación y trabajo legalmente, mientras que al mismo tiempo Colombia se ahorrará muchos problemas de integración. Una población que permanezca al margen de la regularización legal siempre es un caldo de cultivo para la explotación laboral y sexual, el narcotráfico, las mafias de todo tipo o la corrupción.
Con el ETPV el Estado colombiano se ha dotado de un mecanismo concreto para intervenir en una realidad que no puede detener pero sí encauzar. Algo que Estados Unidos, la primera economía del mundo, no ha hecho con los millones de inmigrantes ilegales que tiene dentro de su territorio.
Una actitud ante este problema, que no creó de manera alguna, muy distinta a la de muchos políticos progresistas y de izquierda de la opulenta Europa que se rasgan las vestiduras por el trato a los inmigrantes pero cuando son gobierno no derriban muros ni alambradas. Eso por no recordar que la administración del expresidente Barack Obama fue la que más deportaciones de inmigrantes ilegales ha hecho en la historia de Estados Unidos; 2.8 millones en ocho años. Al punto que se le recuerda como el “Deportador en Jefe”.
Colombia sigue siendo un país pobre
Sin embargo, esa decisión ha tenido su costo político para Iván Duque y es un tema al que los aspirantes en plena campaña electoral le han pasado de puntillas.
Pese al palpable progreso que ha logrado en las últimas dos décadas Colombia sigue siendo un país pobre, con una gran desigualdad entre sus cada vez más modernas ciudades y un campo que sigue sumido en el atraso, alimentando la violencia criminal y los conflictos sociales que aún no supera.
Estos migrantes ya no son el puñado de ricos venezolanos adquiriendo inmuebles en Bogotá o Cartagena o haciendo inversiones, o profesionales de clase media, como en los primeros años del régimen chavista. De 2015 en adelante le tocó el turno de entrar en condiciones desesperadas a los pobres, a todos aquellos a los que la revolución prometió redimir. Colombia recibió en muy poco tiempo una masa de población necesitada de alimentos, atención médica e ingresos económicos muy por encima de su capacidad. Que este drama no haya provocado una crisis todavía peor en ese país es casi un milagro.
Y ese es un drama que gobierne quien gobierne va a continuar en los próximos años. La migración venezolana no se detendrá mientras persista la diferencia de salarios entre las dos economías. Razón por la cual, de todo lo que ha hecho y se le critica a Iván Duque, al menos en este tema le tendrán que dar continuidad porque es mucho mejor que cualquier otra alternativa.