Nelson Rivera (ALN).- El miedo a matar o a morir en un combate invade los cuerpos y las mentes de policías y soldados. No hay nada tan tóxico como la escena donde se produce una batalla. Un intercambio de balas.
La más potente y universal de las fobias se produce ante “la agresión humana interpersonal”. La padece 98% de las personas. La confrontación armada con otros humanos es el más agudo y duradero factor de estrés existente. Es “un carnívoro emocional y físico”. El miedo a matar o a morir en un tiroteo invade los cuerpos y las mentes de policías y soldados. Ninguna parcela humana queda a salvo. Nada tan tóxico como la escena donde se produce una batalla o un intercambio de balas. Nada resulta tan insoportable al ser humano como la amenaza de perder la vida ante otro ser humano. Comento aquí Sobre el combate. La psicología y fisiología del conflicto letal en la guerra y en la paz (Editorial Melusina, Segunda Edición, traducción Carlos Gual Marqués, España, 2017), de Dave Grossman y Loren W. Christensen.
Grossman es mundialmente famoso por On killing, que todavía no ha sido traducido al castellano. Es uno de los mayores especialistas del planeta en la ciencia de la guerra: profesor de psicología y ciencia militar, investigador y escritor. Fue paracaidista. Por más de dos décadas ha sido factor de liderazgo de soldados norteamericanos en distintas partes del mundo. Por su parte, Christiansen, expolicía militar del Ejército (estuvo en Vietnam) y exagente policial, es una autoridad internacional en encuentros letales, bandas callejeras, defensa personal, técnicas de supervivencia y otros, además de profesor de artes marciales y autor de más de 40 libros.
El miedo a matar o a morir en un tiroteo invade los cuerpos y las mentes de policías y soldados. Ninguna parcela humana queda a salvo
Sostienen Grossman y Christensen: profundizar en las realidades del combate o del tiroteo letal exige desvelar cuestiones de las que no se habla. En la cultura de machos que impera en los cuerpos armados -cultura que normalmente comparten las mujeres que los integran-, uno de los temas que permanecen envueltos en silencio es la pérdida de control de vejiga e intestinos.
Estudios realizados entre veteranos de la Segunda Guerra Mundial arrojaron que 25% perdió el control de sus vejigas y 12,5% de sus intestinos. Si la medición se realiza sólo entre aquellos que estuvieron en la primera línea de combate, los porcentajes se duplican. Estos datos de carácter fisiológico, más allá de lo vergonzante que puedan resultar a los soldados, tienen importancia porque revelan que el descontrol que se produce es “natural”, “inevitable” y “masivo”. Ante la sensación de extremo peligro inminente, el sistema nervioso simpático prepara al cuerpo para la supervivencia: inhibe la digestión, dilata los conductos bronquiales y los vasos que irrigan el corazón, tensa los músculos y genera la llamada “diarrea del estrés”, que facilita soltar el lastre para facilitar una mejor movilidad.
La adrenalina es otro factor de doble efecto: genera una carga de energía que resulta decisiva en cada combate. Pero en combates extenuantes, de seis horas consecutivas de duración, el cuerpo la gasta totalmente: esto explica que, en cualquier pausa, los soldados puedan dormirse, aun cuando sus vidas estén bajo el peligro de un inminente contraataque. También en las operaciones policiales de peligro, el momento de mayor vulnerabilidad ocurre cuando se produce la detención o el control de la situación: la baja de la adrenalina crea las condiciones para que la posible reacción de los delincuentes pueda resultar fatal para los uniformados. Napoleón Bonaparte decía: “El momento de mayor vulnerabilidad es el instante posterior a la victoria”.
Distorsiones perceptivas
Citan los autores el estudio de otro experto, Richard Gabriel, autor de No More Heroes. Este señala que en las dos guerras mundiales del siglo XX y también en la guerra de Corea, fueron más las bajas siquiátricas que las militares. En la Segunda Guerra Mundial, los soldados que colapsaron sumaron el equivalente a 50 divisiones de combate: 504.000 soldados. 98% de los soldados que participaron en combates que se prolongaron entre 60 y 90 días fueron dados de baja por razones siquiátricas. Históricamente, en las guerras se combatía durante el día y los ejércitos descansaban en las noches. El combate ininterrumpido, sin pausas, comenzó a producirse en la Primera Guerra Mundial.
Los autores clasifican el miedo en relación a la capacidad de reaccionar. Son cinco fases: blanca, amarilla, roja, gris y negra. A cada una corresponde un rango en las pulsaciones. Entre 60 y 80 se las considera normales. A partir de 115 la motricidad fina pierde capacidades y, a partir de 145, la motricidad compleja se deteriora. Sobre 160, aproximadamente, se produce una pérdida de la visión cercana y el fenómeno conocido como exclusión auditiva. Alrededor de las 200 pulsaciones, el proceso cognitivo se paraliza. Puede decirse: mientras mayor sea la frecuencia cardíaca, menor será la precisión al actuar. Por eso, el rango ideal de pulsaciones de un francotirador está entre 80 y 120 pulsaciones. Los análisis de tiroteos letales, donde las pulsaciones de los policías superaban las 145 pulsaciones por minuto (ppm), muestran que su rendimiento bajaba de inmediato. A 150 ppm se producen acciones involuntarias: parpadeo de ojos, movimiento del torso y la cabeza hacia adelante, las manos se cierran en puños. A 175 ppm el soldado o el policía dejan de pensar. Se produce un colapso de la cognición.
A partir de 115 pulsaciones por minuto la motricidad fina pierde capacidades y, a partir de 145, la motricidad compleja se deteriora
Una de las reacciones más llamativas es la llamada “visión de túnel”: se pierde la visión periférica, acompañada del deterioro de la profundidad. El efecto es que lo que amenaza se percibe como más cercano a su posición real. Otra consecuencia es que se pierde la visión más cercana. Eso explica por qué en medio de tiroteos, agentes policiales no logran leer los mensajes que les envían sus jefes. Bajo estas condiciones, los hombres disparan de forma instintiva. Si aciertan, ello ocurre porque el entrenamiento les ha inoculado lo que deben hacer y no porque sus capacidades cognitivas se lo hayan facilitado en el momento.
Keith Kreitman, un excombatiente entrevistado por Grossman, explica que en una lucha sin cuartel un soldado debe enfrentarse a una realidad de seis dimensiones: el frente, a la derecha, a la izquierda, el rebote de los proyectiles por detrás, los proyectiles que zumban por arriba de la cabeza y el suelo que tiembla bajo el impacto de granadas, morteros y bombas. De un estudio realizado por Christensen y la doctora Alexis Artwohl -autoridad mundial de las ciencias del comportamiento-, provienen cifras que muestran, de forma categórica, las distorsiones perceptivas que se producen.
Anotaré aquí algunas de esas cifras: 85% experimentó una disminución de los sonidos. 80% sufrió visión de túnel. 74% reconoció haber actuado en condiciones de piloto automático. 65% tuvo percepción acelerada del tiempo. 51% padeció pérdida parcial de la memoria sobre los hechos ocurridos. 26% sufrió la aparición de pensamientos distractores invasivos, que son de extrema peligrosidad, porque al disputar la concentración del policía o el soldado combatiente pueden acarrear su muerte.
Ojos que no ven, oídos que no escuchan
Las afecciones auditivas que se producen son numerosas: disparos que no se escuchan, incluso los realizados con la propia arma. O sólo se escuchan los disparos que realiza el compañero más próximo, pero no los que reciben de parte de los enemigos. Incluso hay casos extremos, donde combatientes reportan la pérdida total de la capacidad de oír en la refriega. Otra variante, “que probablemente sea la más frecuente, ocurre cuando uno cierra todos los disparos, pero oye todo lo demás, incluso los gritos de las personas a tu alrededor y el tintineo de los cartuchos gastados golpeando el suelo”. De hecho, son repetidos los casos de quienes no recuerdan haber escuchado las bombas que los han alcanzado y les han hecho volar expelidos a metros de donde estaban.
Por el contrario, en condiciones de oscuridad, una vez que la visión se convierte en un sentido neutro, útil sólo para lo más inmediato, hay policías y soldados que desarrollan una capacidad de escuchar, simplemente insólita. En medio del combate, el cerebro realiza operaciones imprevistas: cierra el input visual y potencia el sistema auditivo, o al revés. También se producen momentos donde los combatientes alcanzan una repentina claridad visual -como si la visión, de repente, pudiese aumentarse y clarificarse- hasta el extremo de ver -y en cierto modo, anticipar- los movimientos más detallados del enemigo.
Miedo a matar
Una de las revelaciones de mayor relevancia contenida en Sobre el combate, se refiere a la resistencia a matar presente en soldados y policías. Incluso cuando un contingente de soldados ingresa en un campo de batalla, sólo una minoría toma la iniciativa de disparar al enemigo expuesto. Si reciben una orden, todos los hacen. Pero si se quedan sin conducción, solo alrededor de 15% mantiene una voluntad de ataque.
En algunos casos, esta resistencia alcanza el punto de paralización: 7% no logra moverse de su lugar. O se produce una pérdida de la memoria, parcial o específica, lo que impide a un soldado contestar a la pregunta de si disparó en tres o en cuatro ocasiones.
Otra secuela del miedo, llamativa y delicada, es “la incorporación” de hechos que no han ocurrido, especialmente entre agentes policiales que participan en tiroteos de alta peligrosidad. En un nivel de alrededor de 200 pulsaciones por minuto, el cerebro incorpora hechos que han ocurrido en otros procedimientos o que alguna vez ocurrieron a otras personas o que simplemente no existieron. En el citado estudio de Artwohl y Christensen, esto se produjo en 21% de los casos.
Son repetidos los casos de quienes no recuerdan haber escuchado las bombas que les han hecho volar a metros de donde estaban
Sobre el combate desmiente la narrativa que el cine ha instaurado sobre la realidad de las batallas. No se corresponde con los hechos que grandes agrupaciones de soldados avancen disparando sobre el enemigo. Lo real es lo contrario: “Sólo un puñado de individuos participan de forma realmente completa y con todo su ser en el combate; individuos poco frecuentes que son los verdaderos guerreros”.
Un ejemplo de lo que son capaces ciertos hombres queda retratado en la historia del norteamericano Gino Merli (1924-2002), que detuvo, él sólo, el avance de 1.500 alemanes en Bélgica la noche del 4 de septiembre de 1944. Para asegurar la retirada de las fuerzas norteamericanas, Merli y otro soldado fueron designados al objetivo de retrasar el avance alemán. El compañero de Merli fue abatido al minuto.
En la oscuridad, Merli atacó y logró causar varias bajas. Un tropel de alemanes hizo una batida. Cuando se acercaron, Merli se hizo el muerto. Lo pincharon con una bayoneta y aguantó. Cuando se retiraron, volvió a atacar. “Cuando los alemanes volvieron a acercarse Merli fingió estar muerto convenciendo fácilmente a sus enemigos, pues se encontraba cubierto por la sangre de su compañero. Cuando los alemanes se marcharon, se movió a paso de tortuga hacia su metralleta y abrió fuego, liquidándolos a todos. A lo largo de la noche, los alemanes fueron enviando patrullas y Merli fingía estar muerto. Incluso cuando los alemanes usaron sus afiladas bayonetas para hacerlo rodar hacia un lado. Todas las veces pensaron que estaba muerto, y todas las veces que se marchaban él los liquidaba. En total, 52 soldados alemanes murieron esa noche”.
Superar la más universal de las fobias, que es el deber de soldados y policías, sólo es posible, en el experto decir de Grossman y Christensen, si se dispone de un riguroso entrenamiento, el arma adecuada y la voluntad de superar los propios miedos. Lo único que tienen en común las batallas y los tiroteos letales es a un grupo de hombres tomados por el miedo. Puede ser que alguno logre sobrevivir como consecuencia del azar. Pero el balance de vidas y muertes siempre será favorable a aquellos que están más preparados para controlar sus fobias, es decir, los mejor entrenados.