Zenaida Amador (ALN).- Tras los acontecimientos de este 23 de febrero, en los que Nicolás Maduro expuso a sus fuerzas de choque compuestas por grupos irregulares y civiles armados para atacar a los manifestantes, caben las dudas sobre el rol que tendrá la Fuerza Armada de Venezuela en la definición de la situación nacional y el papel que el propio Maduro le quiere conferir.
Han sido múltiples los esfuerzos por hacer que los militares se sumen al rescate de la democracia en Venezuela y desconozcan a Nicolás Maduro como comandante en jefe, a propósito de la usurpación de la Presidencia desde el pasado 10 de enero. El clamor lo hacen los venezolanos, pero también la comunidad internacional, a sabiendas de que el accionar de la Fuerza Armada Nacional (FANB) es clave para que en el país ocurra una transición pacífica con el menor costo en términos de vidas humanas.
Guaidó ofreció amnistía a los militares que favorezcan la restitución del hilo constitucional. Les ha pedido que no disparen contra el pueblo, que permitan la entrada de la ayuda humanitaria internacional y que se coloquen del lado de la democracia. Pero la respuesta ha sido tímida
Juan Guaidó, presidente interino de Venezuela, ofreció amnistía a los militares que favorezcan la restitución del hilo constitucional. Les ha pedido que no disparen contra el pueblo, que permitan la entrada de la ayuda humanitaria internacional y que se coloquen del lado de la democracia. Pero la respuesta ha sido tímida con un goteo pequeño de efectivos (cerca de 300) que desertan y piden refugio en Colombia y Brasil por el miedo a perder la vida.
El desmoronamiento de la institucionalidad castrense tras dos décadas de chavismo les juega en contra a las tropas, que a lo interno sufren la persecución a los disidentes y padecen el hambre y la escasez de productos básicos como el resto de la población, mientras la élite militar venezolana sigue aferrada a las cuotas de poder económico asociadas al régimen de Maduro.
Esta dicotomía dentro de la FANB pudiera ser uno de los factores por los que, en esta hora crítica para su gestión, Maduro decidió apelar a los grupos de choque que lo apoyan donde, entre otros, intervienen paramilitares, colectivos civiles armados, bandas de reclusos y miembros de la guerrilla colombiana que hacen vida en el territorio. Desde el pasado viernes estos grupos se han mostrado en la primera línea de acción abiertamente, atacando con armas de fuego a civiles en los puntos fronterizos identificados para el ingreso al país de la ayuda humanitaria internacional, con un saldo de 4 fallecidos y más de 300 heridos.
Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, enalteció la lealtad de los civiles en armas. Dijo que el 23 de febrero “les mostramos la punta del iceberg (a la oposición). Nuestra Fuerza Armada tiene 280.000 hombres y mujeres. Se llevaron 12. Van bien. Pero les digo algo: tenemos 2 millones de milicianos y no se llevaron ni a uno solo”.
Es largo el camino que está detrás de esta afirmación.
El pueblo en armas
Hugo Chávez fue el propulsor de armar a grupos de civiles, como parte de lo que bautizó “unión cívico-militar”. Según su criterio, “todos somos soldados”, ya que “dentro de la concepción integral de defensa” es necesario tener al “pueblo en armas”.
Su iniciativa de formar una Milicia de civiles, que se formalizó en 2008, no tuvo una acogida favorable en el seno de la FANB, razón por la cual el cuerpo de milicianos nunca terminó de cuajar de la forma que Chávez esperaba.
Maduro ha hecho intentos de recomponer a esta fuerza alterna y en los últimos años decidió armarlos (un fusil para cada miliciano), reentrenarlos y darles mayor protagonismo. En enero pasado, cuando la comunidad internacional lo señaló como usurpador, dijo que pondría misiles en manos de los milicianos, “porque Venezuela quiere paz”.
Pero, en paralelo, han florecido otros grupos civiles armados. Chávez promovió la organización de círculos bolivarianos y colectivos, con entrenamiento militar y que funcionan como comandos armados de control y seguimiento. Estos colectivos hicieron una distribución territorial, por lo que operan de forma zonificada, al punto de que hay comunidades enteras que los reconocen como la autoridad incluso por encima de otros cuerpos de seguridad del Estado.
Entre las labores de los colectivos se cuentan las estrategias de amedrentamiento e intimidación a las manifestaciones civiles antigubernamentales, con ataques violentos a líderes opositores, gremiales y hasta religiosos, así como el control social en las comunidades donde operan.
También hay otro componente. Existe una red de bandas conectadas al sistema penitenciario, desde el cual coordinan sus labores delictuales (robo, secuestro, extorsión y tráfico de diversas especies), que opera al amparo de las autoridades. Además, en lo interno de las cárceles se brinda entrenamiento militar a los presos y se les adoctrina políticamente a favor del chavismo, exponiéndolos como otro grupo de choque dispuesto a luchar por la defensa de la revolución.
El activismo político
Transformar la idea de la institucionalidad de la Fuerza Armada en Venezuela fue clave para Chávez desde 1992, tras liderar el intento de golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez, argumentando que lo hacía en atención al clamor del pueblo.
Las tropas sufren la persecución a los disidentes y padecen el hambre y la escasez de productos básicos como el resto de la población, mientras la élite militar venezolana sigue aferrada a las cuotas de poder económico asociadas al régimen de Maduro
Tras su llegada a la Presidencia de la República en 1999 por la vía de los votos, Chávez habló de la necesidad de consolidar la unión cívico-militar y dijo que las Fuerzas Armadas no podían estar divorciadas del pueblo. Esto derivó en darle una vida política activa a los militares.
En la Constitución de 1961 el voto militar estaba prohibido de forma expresa, medida que se adoptó en su momento para distanciar a las Fuerzas Armadas de la política, en especial tras la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. Pero Chávez impulsó un cambio en este sentido en la Constitución de 1999 al permitirles el sufragio.
De inmediato dio paso a la incorporación de los militares a puestos clave, ponerlos al frente de la administración de la Hacienda Pública y liderando instituciones de peso.
Además, convirtió a los integrantes de la Fuerza Armada en activistas políticos que se confesaban públicamente como chavistas, gritando consignas similares a las del Partido Socialista Unido de Venezuela como “hasta la victoria siempre” o “patria, socialismo o muerte”.
Esto lo reforzó Maduro cuando llegó a la Presidencia en 2013 al aumentar la presencia de militares en su tren ejecutivo y en otras posiciones de interés. De allí que, además de la distribución territorial del país entre los altos jerarcas de la Fuerza Armada, se avanzó en un reparto de los sectores económicos.
Una de las manifestaciones más significativas de esto se dio cuando en 2016 comenzaron las designaciones de jefes militares para rubros estratégicos. Así, había un general por cada cadena de producción. Uno para las caraotas, otro para las medicinas, etc.
Esta concentración de poder terminó por consolidar una veintena de empresas militares donde se incluyen petroleras, mineras, constructoras, importadoras y bancos.
Círculos de protección
En estos 20 años ha ocurrido una destrucción sistemática de la institucionalidad militar. Además, son muchos los casos de corrupción donde han estado involucrados militares de la cúpula de la Fuerza Armada activos o retirados, que desde sus cargos públicos se aprovecharon para malversar fondos. También son muchos los que han sido señalados directamente de estar vinculados por el narcotráfico y otras prácticas ilícitas, y que han estados al frente de violaciones directas a los derechos humanos.
Cuánto pesa la lealtad política en la Fuerza Armada de Maduro
A esto se suma que en los últimos 12 años ha sido una práctica común la presencia de oficiales cubanos, quienes han fungido como asesores y entrenadores de los cuerpos de élite de la Fuerza Armada venezolana.
De allí los señalamientos recientes del militar retirado Hugo “El pollo” Carvajal, quien llamó a los militares a cumplir con su juramento patrio tras exponer las conexiones de los grupos de poder de Maduro con el narcotráfico y Hezbollah.
Por ello es que el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, señala: “Les digo a los miembros de las Fuerzas Armadas venezolanas que deben elegir aceptar la generosa oferta de amnistía del presidente Guaidó, para vivir su vida en paz con sus familias y compatriotas. Pero si eligen el otro camino y continúan respaldando a Maduro, en última instancia deberán rendir cuentas”.
Esta dicotomía dentro de la FANB pudiera ser uno de los factores por los que, en esta hora crítica, Maduro decidió apelar a los grupos de choque que lo apoyan donde, entre otros, intervienen paramilitares, colectivos civiles armados, bandas de reclusos y miembros de la guerrilla colombiana
La apuesta es a que lo que persiste de la institucionalidad de la Fuerza Armada se imponga, aunque parezca que la cúpula militar juega en otra liga.
En todo caso, Maduro ha echado mano de sus círculos armados, de los informales, de los que no tienen nada que perder, con el fin de que lo ayuden a preservar el poder a cualquier precio. No en vano Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Maduro, al referirse a los hechos violentos del 23 de febrero aseguró que ese día “solamente vieron un pedacito de lo que nosotros estamos dispuestos a hacer por defender”.
Las paradojas históricas hacen que valga la pena recordar las palabras de Hugo Chávez tras el golpe de 1992: “Nosotros, los oficiales y suboficiales del Movimiento Bolivariano, no estamos de ninguna manera promoviendo una salida violenta. Hemos estado, sí, pendientes del acontecer diario de la situación nacional. El torrente de una situación violenta sería producto de la terquedad de esa clase política, del estilo de engaño con el cual se han venido manejando sus propios intereses a espaldas del clamor nacional”.