Ysrrael Camero (ALN).- El presidente Joe Biden tendrá que dedicar muchos recursos, tanto políticos como económicos, a sanar las heridas que la crispación y la polarización han dejado en la democracia americana. Donald Trump debilitó el liderazgo global de Estados Unidos y la reconstrucción de los vínculos con la Unión Europea será uno de los retos a enfrentar. En una Europa que vive su propia crisis, España puede ejercer un rol articulador de unas nuevas relaciones atlánticas, a partir de perspectivas convergentes ante retos globales.
El gobierno de Donald Trump en Estados Unidos debilitó el tradicional vínculo atlántico que unía a la Unión Europea (UE) con la principal potencia global. Trump abandonó la política multilateral, apoyó el debilitamiento de la UE al respaldar procesos como el Brexit, mostrándose como aliado de liderazgos euroescépticos y autoritarios en todo el continente.
El debilitamiento de las relaciones atlánticas se extendió a la política de seguridad, vulnerando a la OTAN, con lo que facilitó la presión que Rusia ejercía sobre las fronteras orientales de la UE.
Por ende, es natural que los principales responsables de la política europea respiraran con alivio al conocer la victoria de Joe Biden, veterano demócrata, con dilatada experiencia en política exterior y con una clara vocación multilateral, aliado recurrente de líderes europeos como Angela Merkel.
Ese alivio se fue convirtiendo en preocupación en la medida que Trump se negaba a reconocer la derrota, y movilizaba sus recursos para voltear el resultado electoral, mostrando una vocación continuista por encima de la voluntad de los ciudadanos americanos.
Las alarmas se encendieron en las cancillerías cuando una turba de militantes de la ultraderecha estadounidense, impulsados por el mismo presidente Trump, asaltó el Capitolio mientras el Congreso de los Estados Unidos realizaba la ceremonia para proclamar a Biden.
Las instituciones democráticas americanas sobrevivieron al ataque impulsado desde la misma presidencia; sin embargo, el legado de Trump ha debilitado el liderazgo moral que Estados Unidos ha pretendido ejercer globalmente, como la democracia más sólida y estable del mundo. Esa crisis en el liderazgo global americano será uno de los retos más importantes que deberá acometer la nueva administración.
La reconstrucción de las relaciones atlánticas es uno de los temas más importantes de la agenda de la política exterior norteamericana. A pesar que el giro Indo-Pacífico está fuera de toda duda, y que el reto de global de China será la máxima prioridad, la nueva administración reconoce que la política exterior sólo será efectiva si es capaz de fortalecer las relaciones con sus aliados. Estados Unidos retorna a la política multilateral, y en ese ámbito los lazos con la Unión Europea son prioritarios.
Sin embargo, Europa vive su propia crisis. No sólo estamos hablando del impacto económico de la pandemia, que es un factor común, aunque diferenciado, en todos los actores, sino que enfrenta una crisis de liderazgo y de estrategia. La salida del Reino Unido del proyecto común, el retiro de Angela Merkel de la Cancillería alemana, y los problemas internos que enfrenta Emmanuel Macron en Francia despiertan preocupación sobre el futuro de la Unión Europea en el mediano plazo.
El rol de España en las nuevas relaciones atlánticas
En este marco España puede ejercer un rol articulador en las nuevas relaciones atlánticas que deberían tejerse con Biden en la Casa Blanca. España puede ser un pivote en varios aspectos: primero, la proyección española hacia la América Latina crea un espacio común con uno de los ejes de la política estadounidense, brindando oportunidad para mejorar la coordinación entre ambas cancillerías.
El gobierno español tiene una política proclive a la globalización y al multilateralismo, con una vocación europeísta y democrática. Al ser Josep Borrell el alto representante de la política exterior de la Unión Europea, desde el 1º de diciembre de 2019, la influencia española en las instituciones europeas se incrementa.
En los círculos internos del PSOE estaba clara la antipatía que generaba la figura de Donald Trump. Muchos apostaron por una victoria de Biden en las elecciones. Porque además existe convergencia en el acercamiento que tienen a algunos temas: el retorno de Estados Unidos al Acuerdo de París implica que Estados Unidos volverá a tener una voz proclive a las políticas contra el cambio climático, una de las prioridades del gobierno español.
Ante la crisis global de la democracia, hay una coincidencia importante, en Europa la preocupación está enfocada en el Este. El deslizamiento autoritario de Viktor Orban en Hungría, así como las políticas que impulsa el régimen del PiS en Polonia, preocupan a los decisores de la UE. Se hace necesario responder a la influencia autocratizante de la Rusia de Vladimir Putin, donde coinciden Bruselas y Washington, sin descuidar la autocratización de Turquía que impulsa Recep Tayyip Erdogan.
Pero tanto Estados Unidos como España tienen a América Latina como uno de los frentes de acción de su política exterior. Y en América Latina, como mencionamos en un artículo previo, la principal amenaza está en ese triángulo autoritario formado por la Venezuela de Nicolás Maduro, la Nicaragua de Daniel Ortega, y la Cuba de Miguel Díaz-Canel. Acá hay una oportunidad histórica para una mejor y mayor coordinación entre la política exterior europea y la de EEUU, en la que España puede ser un pivote esencial.
El reto de China representa, tanto para Estados Unidos, como para la Unión Europea, uno de los más importantes retos estructurales en su política exterior. Fortalecer una mayor cooperación entre las potencias atlánticas para desarrollar acciones y consolidar una normativa que equilibre el peso global de China, es otro espacio que se abre para el multilateralismo en 2021.
La decisión de Trump de reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sahara occidental descolocó a la Cancillería española. Es probable que con un Biden más multilateral, se pueda desarrollar una línea más coherente, tanto con las decisiones de las Naciones Unidas, como con las necesidades europeas en su frente mediterráneo.
Sin embargo, España arrastra debilidades en este proceso. La primera es su economía. Con la caída más profunda de los países europeos, la recuperación parece ralentizarse, con lo que su capacidad de ejercer protagonismo en política exterior podría verse debilitada. La digitalización de su estructura económica y administrativa es una de sus prioridades políticas para la recuperación, así como la colaboración entre el sector público y el sector privado.
La segunda debilidad se relaciona con los altos niveles de crispación y polarización que vive su ambiente político, en lo que coincide con Estados Unidos. Esa preocupación común también podría contribuir a desarrollar políticas conjuntas, de softpower, para impulsar una mayor convivencia. A pesar de esto, la coincidencia que se abre con la Administración Biden puede ser una oportunidad, y Pedro Sánchez podría aprovecharla.