Redacción (Londres/ALN).- Este artículo fue publicado en inglés en ‘Project Syndicate’ el pasado 3 de octubre bajo el título ‘Planning for post Maduro Venezuela’. ALnavío lo reproduce en traducción propia. Su autor, Andrés Velasco, fue ministro de Finanzas en el primer gobierno de Michelle Bachelet. Acaba de ser designado como primer director de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics.
Por Andrés Velasco.- En la novela de 1926 de Ernest Hemingway Fiesta, a un personaje le preguntan cómo se fue a la quiebra. “De dos maneras”, responde. “Gradualmente, y luego de repente”. Esa es una buena descripción del colapso de la economía venezolana. El régimen del presidente Hugo Chávez gastó mucho más allá de sus posibilidades, mientras que los ingresos nacionales se estancaron y luego comenzaron a caer como resultado del debilitamiento de la economía. Entonces Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, pidieron prestado todo lo que pudieron, hasta que los prestamistas privados cortaron el flujo crediticio a Venezuela en 2013.
En el último par de años, el descenso se ha acelerado a velocidades vertiginosas. Ahora que la maquinita es la única herramienta de financiamiento disponible, el Fondo Monetario Internacional prevé una inflación de 1.000.000% en 2018. La contracción del PIB deja como enanos las de la Gran Depresión, la Guerra Civil Española y la reciente crisis griega, 87% de los venezolanos viven en la pobreza y millones de personas han dejado su país.
Si bien nadie en Venezuela ni en el extranjero puede estar seguro de cómo se irá Maduro, cada vez parece más claro que lo hará
“Gradualmente y luego de repente” también podría describir la eventual desaparición del régimen. Si bien nadie en Venezuela ni en el extranjero puede estar seguro de cómo se irá Maduro, cada vez parece más claro que lo hará.
La incertidumbre sobre lo que sucederá el día siguiente es una de las razones por las que Maduro se ha mantenido en el poder. Uno no puede criticar a los asustados ciudadanos de clase media que creen en la frase predilecta de reyes y dictadores: après moi, le déluge (después de mí, el diluvio). Sin embargo, una visión de lo que sería una Venezuela post-Maduro parecería que está empezando a surgir, y eso debería acelerar la desaparición del régimen.
Sobre todo, Venezuela después de Maduro debería ser democrática. Lo que comenzó como un régimen populista pero elegido democráticamente ha degenerado en los últimos años en un autoritarismo clásico. Las instituciones venezolanas, desde el Tribunal Supremo de Justicia hasta el Consejo Nacional Electoral, pasando por el Banco Central, ya no tienen autonomía. La Asamblea Nacional (el Parlamento unicameral), donde la oposición tiene una mayoría de dos tercios, ha sido despojada de la mayoría de sus poderes. Las elecciones presidenciales en mayo, en las que Maduro fue reelecto, fueron una farsa, y muchos de las democracias lo dijeron en términos muy claros.
La transición a la democracia
Mucho tendrá que cambiar, tanto económica como políticamente, para garantizar la libertad de los venezolanos. Uno no tiene que ser un graduado de la Universidad de Chicago luciendo una corbata de Adam Smith para reconocer que el colapso de la producción en Venezuela le debe mucho a un Estado cada vez más intrusivo que ha hecho casi imposible producir cualquier cosa. Maduro parece intentar realizar una versión de la ‘máxima’ de Ronald Reagan: “Si se mueve, cóbrale impuestos. Si sigue moviéndose, regúlalo. Y si deja de moverse, nacionalízalo”. El Gobierno de hoy cuenta con 457 empresas, muchas de ellas pequeñas y que no son más que cascarones. La joya de la corona del Estado venezolano, el gigante petrolero PDVSA, produce un tercio de lo que producía en 1998, cuando Chávez fue elegido.
Restaurar los derechos de propiedad y reformar esta red de controles y regulaciones será una tarea política y legal colosal, más parecida a las transiciones en el este de Europa y la antigua Unión Soviética que a episodios anteriores de América Latina. Sin embargo, una lección de las reformas de mercado de la región de las décadas de 1980 y 1990 parece relevante: la privatización debe ir acompañada de competencia. De lo contrario, el resultado puede ser un estancamiento económico (los monopolios pueden obtener grandes ganancias mientras no innovan) y reacción política (los votantes que al ver que sucede esto, se enojarán mucho, rápidamente).
Del mismo modo, el capitalismo clientelar típico de muchas economías poscomunistas debe ser evitado. Cuando los gerentes que son puestos a cargo de devolver los activos al sector privado terminan por poseer esos activos, la reforma simplemente reemplaza a una élite corrupta por otra, en lugar de devolver el poder a los ciudadanos. Otra prioridad para los líderes de la Venezuela posterior a Maduro será asegurar que el Estado hace lo que se supone que debe hacer. El Estado venezolano tiene casi tres millones de empleados y, según una cuenta, más de 4.200 instituciones, y sin embargo el Gobierno falla miserablemente en sus tareas más básicas, como la provisión de educación, salud y seguridad. Tomemos la salud: los hospitales públicos se están desmoronando y en gran medida están desprovistos de medicamentos (cuyas importaciones son apenas un tercio del nivel en 2012). Una encuesta encontró que el 79% de las instalaciones ni siquiera tenían agua corriente. Estas precarias condiciones han permitido el resurgimiento de enfermedades desaparecidas desde hace mucho tiempo, tales como paludismo, difteria, sarampión y tuberculosis. O consideremos la seguridad, que se ha derrumbado, poniendo a Venezuela al borde de convertirse en un Estado fallido. Vastas franjas de territorio son tan ilegales que la policía -y en algunos casos incluso el ejército- no se atreve a entrar. En los grandes centros urbanos, la tasa de homicidios se ha disparado, colocando a Venezuela en la cima de homicidios a nivel mundial, sólo detrás de El Salvador y Honduras y muy por delante de Brasil, Colombia y México.
Venezuela necesitará un Estado más pequeño, liviano y mucho más musculoso, enfocado en aquellas áreas donde la acción del Gobierno es insustituible. ¿Cómo pagar por la reforma de largo alcance que se requerirá? ¿Y cómo pagar por la indispensable recuperación económica?
La incertidumbre sobre lo que sucederá el día siguiente es una de las razones por las que Maduro se ha mantenido en el poder
El país está excesivamente endeudado (la relación entre la deuda pública externa y las exportaciones es más alto que en cualquier otro país para el cual el Banco Mundial tiene datos) y ha agotado sus reservas de moneda extranjera. Como resultado, las importaciones per cápita totales se sitúan en el 15% de su nivel de 2012, lo que resulta en una escasez no sólo de alimentos y medicinas, sino también de los repuestos necesarios para que los camiones y las máquinas del país vuelvan a funcionar.
Tres medidas para la economía
Un plan que permita a Venezuela importar y funcionar más o menos como una economía normal de nuevo debería tener al menos tres componentes. Primero, la comunidad internacional debe reconocer por adelantado la necesidad de una gran reducción de la deuda, en lugar de patear el asunto por años, como se hizo con Grecia. Segundo, el Fondo Monetario Internacional tendrá que proporcionar un apoyo de emergencia para la balanza de pagos, a través de un programa no muy diferente en tamaño al que Argentina acaba de firmar. Y, tercero, un componente de subvención, estimado por expertos venezolanos en alrededor de 20 mil millones de dólares para satisfacer las necesidades humanitarias de emergencia y para evitar el error de Argentina de permitir que la deuda externa se acumule rápidamente justo después de una reducción de la deuda.
El Gobierno de Venezuela ha estado librando una guerra contra su propio pueblo. Lo menos que el mundo puede hacer es estar generosamente del lado de las víctimas. Al hacerlo, ayudaría a evitar un fracaso estatal a gran escala, minimizando así el impacto sobre la estabilidad regional y global de la crisis humanitaria y salidas masivas de refugiados, por no mencionar tráfico de droga y lavado de dinero desenfrenados. La transición de Venezuela a la democracia y una economía de mercado estará llena de peligros y trampas, y se requerirá mucho sacrificio. Los líderes de la nueva Venezuela deberían reconocer esto, y hacerse eco de Winston Churchill en su promesa de “trabajo, sudor y lágrimas”. Ese esfuerzo compartido generará un futuro nuevo y mejor. Más temprano que tarde, el sol también saldrá para todos los venezolanos.