Pedro Benítez (ALN).– A partir del próximo 28 de julio comenzará a derrumbarse un mito: la influencia cubana en Venezuela. A lo largo de estos 25 años se han hecho todo tipo de afirmaciones sobre el alcance, real o supuesto, del aparato de inteligencia y propaganda del régimen castrista en el país. Reputados analistas y periodistas han resumido la cuestión de la siguiente manera: bajo la hegemonía chavista Venezuela se ha transformado en una colonia cubana.
Si es así, ¿qué hará el gobierno de La Habana a fin de evitar un resultado electoral adverso en contra de Nicolas Maduro? ¿Por qué permitiría un eventual cambio político en Caracas? ¿Dejará escapar al huésped que ha parasitado durante tantos años, vital para su propia supervivencia?
De la evidente y estrecha simbiosis entre los dos regímenes no hay duda alguna. La Misión Barrio Adentro, concebida en Cuba y conformada por personal médico de ese país, fue fundamental en la victoria del ex presidente Hugo Chávez en el referéndum de 2004 y en su reelección de 2006. Pero incluso desde antes y, por supuesto, después, la presencia de funcionarios cubanos en todas las áreas sensibles del Estado venezolano (comunicaciones, identificación y extranjería, policía política, e instalaciones militares) se fue haciendo cada vez más importante. Con la asesoría de militares cubanos se reformularon los servicios de inteligencia que controlan las propias fuerzas armadas y se espía a la oposición. De modo que el respaldo político del régimen castrista fue clave en la consolidación del chavismo en el poder. De hecho, Chávez llegó a afirmar en 2007: “en el fondo somos un solo Gobierno”.
Por supuesto, y como es suficientemente conocido, nada eso fue gratis. Venezuela fue el único país del mundo que compartió su gigantesco boom petrolero (2003-2014) con otro Estado. Por cierto, ninguno de los dos gobiernos lo supo aprovechar, o no para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes.
Entre 1999 y 2014 PDVSA envió a la isla un promedio de 120.000 barriles diarios de petróleo. Todo a fondo perdido. Con eso, el ex comandante/presidente le cumplía a Fidel Castro la promesa que le hiciera en la Universidad de La Habana en diciembre de 1994. En su pico más alto, ese vital suministro petrolero se estimó en 4.000 millones de dólares anuales, un 60% de las necesidades energéticas de la isla y un 20% del PIB.
Tomando en cuenta ese contexto se podrá apreciar lo importante que para el gobierno cubano era controlar, o influir decisivamente, en la sucesión del ex mandatario venezolano durante el año 2012. La influencia de los hermanos Castro en la decisión de Chávez de escoger a Maduro como su sucesor fue clave. Hoy ha quedado más o menos olvidado en la frágil memoria colectiva que durante aquellos meses de enfermedad presidencial La Habana fue, a todo fin práctico, la verdadera capital de Venezuela.
En sus primeros años como presidente fueron muy comunes las continuas visitas de Maduro a ese país, obviamente en busca de consejo en una época en la cual no se sentía muy seguro en el cargo. Pero eso, con el paso del tiempo, fue cambiando progresivamente.
Cuando la caída de la producción petrolera venezolana comenzó a hacerse más pronunciada, en 2016, los despachos de crudo a Cuba se vieron afectados, aunque nunca interrumpidos totalmente. Todavía en 2018 PDVSA se las arregló para enviar 45.000 barriles diarios, pese a que buena parte de Venezuela ya padecía los rigores del desabastecimiento de gasolina, así como la escasez de alimentos y medicinas.
Ese año la estatal venezolana llegó a comprar a crédito 440 millones de dólares de crudo a Rusia para enviarlos directamente a la isla. PDVSA se siguió endeudando con firmas chinas, rusas y suizas para sostener ese suministro. De más está decir que esas deudas nunca se las cobró o se las cobrará a Cuba.
Sin embargo, a diferencia del chavismo, el gobierno de La Habana siempre se ha preocupado mucho en mantener la mayor discreción posible sobre el auténtico alcance de su influencia en Venezuela. Pese a que muchas veces se ha denunciado, nunca se ha podido demostrar la presencia física a gran escala de funcionarios civiles o militares de ese país en las tareas de represión dentro de Venezuela a lo largo de la última década. La supuesta llegada, en horas de la madrugada, de aviones al aeropuerto de Maiquetía cargados con centenares de militares cubanos nunca ha dejado de ser un rumor sin confirmar, típico de fechas electorales.
Nicolás Maduro no puede evitar la derrota
Es más, en Venezuela da la impresión que la presencia cubana se siente menos hoy que en la época de Chávez. En los últimos años ha sido más evidente la presencia de rusos e iraníes en actividades económicas o, incluso, de carácter militar.
Eso tiene una explicación: a medida que la situación económica y social cubana se ha ido deteriorando (arrastrada a su vez por la debacle venezolana) el gobierno castrista ha replegado su influencia en Venezuela. Sostener el personal cubano, que, como se asegura, opera en el país, cuesta mucho dinero. Ninguno de los dos estados cuenta con tales recursos.
Además, la isla es hoy un hervidero de descontento. Desde que se iniciaron las protestas de julio de 2021 el régimen comunista se emplea a fondo para mantener el control de su propia población. El año pasado dos hechos fueron reveladores de esa situación: la suspensión del desfile con motivo del Día Internacional de los Trabajadores (por tercera vez desde 1959) y la eliminación, a partir de ese mes, de la ración de medio pollo en la libreta de consumo para los cubanos mayores de 13 años.
Inicialmente los medios oficiales atribuyeron al mal tiempo el motivo para suspender una celebración a la que las autoridades han otorgado particular importancia; pero luego admitieron la auténtica causa que, después de todo, era del conocimiento general: la grave escasez de gasolina que sufre el país. Las interminables filas para llenar de combustible los tanques de los vehículos del transporte público han regresado a La Habana, incluso desde antes de 2020. La situación es tan grave que el año pasado el propio Díaz-Canel admitió públicamente el problema, pero transfiriendo la responsabilidad a terceros: “Los países que tienen con nosotros determinados compromisos para suministrarnos gasolina a partir de los convenios que tenemos han estado también en situación energética compleja y no han podido cumplir esos compromisos”.
Esos “países” es una indirecta al principal proveedor de combustible a fondo perdido que ha tenido la isla desde 1999. Los otros, México y Rusia, cobran sus compromisos de pagos en divisas fuertes.
La economía cubana entró formalmente en recesión en 2016 cuando los despachos de PDVSA empezaron a disminuir progresivamente. Ese mismo año las autoridades implementaron severas restricciones en el alumbrado público y al uso de aire acondicionado por primera vez desde el fin del Periodo Especial. Tres años después impusieron recortes al transporte público, a la producción industrial y se “animó” a la población a aprovechar al máximo la luz natural. Las colas para comprar pan y otros alimentos regresaron a la capital. En el resto del país todo tipo de bienes comenzaron a escasear nuevamente y los cortes de energía eléctrica se hicieron más frecuentes pues dependen del petróleo importado.
Según PDVSA en enero de 2023 despachó a Cuba el equivalente a 40.000 barriles por día (bpd), 52.000 bpd en febrero y 76.000 bpd en marzo. Lejos de los 120.000 de otras épocas y por debajo de sus necesidades. Además, y esto es más importante aún, la agencia Reuters reportó que los mismos apenas incluían productos refinados como gasolina y diésel. Esos combustibles son los más necesitados, pero la producción es insuficiente en las refinerías cubanas y Venezuela no los puede suministrar. Por lo tanto, Cuba se las tiene que arreglar para conseguirlos con otros proveedores a los que sí tiene que pagarles.
De modo que estamos ante un país sumido en una extrema precariedad, con buena parte de sus infraestructuras al borde del colapso. Por ejemplo, el huracán Ian arrasó el occidente de la isla el pasado mes de septiembre y la dejó sin electricidad durante todo un día y una noche. El suministro eléctrico se restableció después de 24 horas en La Habana, Matanzas y Villa Clara, pero recuperarlo en el resto de las provincias llevó varios días más.
Como lógica consecuencia de todo lo anterior, solo en 2023 más de 330.000 cubanos emigraron a Estados Unidos. La cifra supera cualquier otra ola migratoria anterior, mayor a la crisis del Mariel en 1980 y a la de los balseros en 1994.
¿Cuáles son los puntos claves que definirán la elección del 28 de julio?
Por supuesto, no se puede pasar por alto que hay una serie de factores se han combinado para agravar la situación. La interrupción del apoyo ruso como consecuencia de la invasión a Ucrania, la caída del turismo durante la pandemia, el paquete de sanciones impuestas por la Administración Trump (que dificultan la llegada de las imprescindibles remesas que se envían desde el otro lado del estrecho de la Florida). Pero no es la primera vez que el régimen cubano tiene que enfrentar un cuadro externo tan adverso. Lo nuevo, al menos desde 1999, es la crisis venezolana.
Sin embargo, la causa de los problemas económicos cubanos son más de carácter interno que externo, como quedó evidenciado en 2021, cuando Díaz-Canel, como forma de liberar la presión social, permitió por seis meses la importación, libre de aranceles, de alimentos, productos de aseo y medicamentos por parte de los viajeros que ingresaran al país, con la sola limitación de la aerolínea. Como por arte de magia por toda La Habana empezaron a circular alimentos, café y medicinas. Pero posteriormente el régimen volvió a imponer las restricciones a los mecanismos de mercado, regresando a la situación anterior.
Y, después de todo, siempre habrá que formularse una pregunta fundamental a fin de comprender la realidad cubana cotidiana: ¿Qué hicieron los hermanos Castro con la masiva transferencia de recursos que recibieron desde Venezuela por muchos años? La respuesta es sencilla: el petróleo venezolano solo sirvió para financiar el fracasado modelo socialista cubano.
En vez de seguir el ejemplo de los camaradas chinos y vietnamitas, y en una muestra de su absoluta incompetencia, los gobernantes cubanos pasaron más de una década prometiendo reformas económicas que no concretaron, mientras observaban impasibles la debacle de la industria petrolera venezolana. Dejaron secar a la vaca lechera. O, más bien, contribuyeron a matarla de hambre.
En realidad, este es el quid de la cuestión: Venezuela y Cuba han sostenido una relación mutuamente autodestructiva (sic) a lo largo de este cuarto de siglo. El régimen castrista, que apenas puede con su propio país, no tiene capacidad de sostener a Maduro en el poder. Este, por su parte, no tiene cómo ayudar a sus aliados sumidos en crecientes dificultades. La única potencia con capacidad de rescatarlos a los dos es China, pero los camaradas de Pekín aplican pragmáticamente aquello de “ayúdate a ti mismo, que yo te ayudaré”. No van a dar un yuan más por regímenes corruptos, ineptos y maulas.
@PedroBenitezf