Pedro Benítez (ALN).- Que Venezuela no gana nada, y que por el contrario pierde mucho, con la posición pública expresada por el presidente Nicolás Maduro con respecto a la invasión rusa a Ucrania es algo que está fuera de discusión.
En medio de la mayor tensión geopolítica que el mundo ha conocido en décadas, Venezuela necesita con urgencia normalizar sus relaciones con el resto del mundo a fin de recuperar su economía. Todo lo que obstaculice ese propósito va en contra de los intereses de millones de venezolanos sumidos en la miseria y debilitará todavía más a la sociedad civil que permanece en el país.
Pero ademas, es de una irresponsabilidad extrema (y vaya que se han perpetrado muchas en Venezuela en lo que va de siglo) seguir enredando al país en las peligrosísimas disputas de las grandes potencias. Un juego en el que Venezuela tiene mucho que perder y muy poco que ganar. Sin embargo, el chavismo insiste, como lleva años haciéndolo, en jugar con esa candelita.
No obstante, pongamos por un momento el interés nacional a un lado, y analicemos el interés político que para Maduro puede tener el altisonante respaldo que le ha dado al agresor Vladímir Putin, en una postura que no han tenido países como Turquía, Irán, Cuba o China. Todos países presuntamente aliados y/o amigos del gobierno de Caracas, y a los que se le puede acusar de cualquier cosa menos de pro occidentales.
¿Qué le costaba a Maduro asumir la misma prudente línea de ellos? ¿O qué podría perder si lo hacía?
Recordemos, para poner las cosas en su contexto, que la guerra de Rusia contra Ucrania se desata en un momento en el cual la economía venezolana parecía dirigirse hacia un oasis de estabilidad. Que esto fuera un espejismo o una realidad sin muchas perspectivas de desarrollo, es otro asunto.
Sobrevivir en el poder
La cuestión aquí es que el país parecía a inicios de este 2022 haber detenido, finalmente, la larga etapa de destrucción masiva de su economía. Maduro y compañía habían logrado sobrevivir en el poder, y de paso haber dado finalmente con la fórmula para detener la hiperinflación, llenar los anaqueles y animar un poco algunas actividades comerciales y de servicios. Dolarización, fin de facto de los controles de precios y de cambio, facilitar las importaciones y fin de la guerra al sector privado que ha sobrevivido a la catástrofe.
Con una economía precaria, empobrecida, pero saliendo de los infiernos del dogmatismo socialista y con el control político del país, el siguiente objetivo de Maduro era (o sigue siendo) su reelección en 2024.
En la tesis que dentro de su Gobierno se ha ido imponiendo, o que al menos él ha aceptado, mejorar sus expectativas electorales pasa por mejorar la gestión gubernamental y el desempeño económico. De aquí al 2024.
No sería ese el único factor para asegurar su perpetuación en el poder (no repetiremos aquí la lista de maniobras seudo institucionales ya conocidas que acompañaran, con toda seguridad, ese propósito), pero, según esa teoría, sí es pieza clave en la gran estrategia.
Paso frustrado
¿Qué se necesitaba entonces para seguir por esa senda? Levantar o flexibilizar las sanciones financieras y comerciales estadounidenses. Ese era el siguiente paso.
Como se ha repetido en infinidad de ocasiones, la lógica del chavismo no es la lógica de de sus adversarios. Un ejemplo de este tipo de razonamientos propios de los autoritarismos los estamos viendo hoy en el enfrentamiento de Putin con los mandatarios de la Unión Europea y Estados Unidos que mantiene en vilo al mundo.
Sin embargo, los hechos son los hechos. Y los herederos del chavismo hace rato se han tropezado con ellos. Renunciaron a su fantasía socialista no porque quisieran sino porque la realidad es así.
En ese orden de ideas, el más interesado en volver al denominado diálogo en México con un sector de la oposición venezolana sentado allí es Maduro. Más (mucho más) que esos representantes opositores. Él tiene más que ganar y relativamente poco que entregar.
Recibir inversiones para la industria petrolera a cambio de ciertas concesiones políticas, le es (o era) un negocio redondo. No hay forma ni manera de subir la producción petrolera venezolana, tal como andan ofreciendo nuevamente, sin importantísimas inversiones de las denostadas compañías estadounidenses del sector.
No gana nada
En ese sentido, la invasión de la Rusia de Putin no tenía porque ser un contratiempo para Maduro. Por el contrario, era su oportunidad de oro de presentarse con un sujeto mínimamente razonable ante las democracias occidentales deseosas de que él, por fin, actúe así.
De paso, justo en un momento en cual todo indica que la demanda y el precio del petróleo estarán muy arriba por un buen tiempo ¿Qué más podía pedir?
Recordemos, la Unión Europea tenía para él una actitud más flexible que la del Gobierno de Estados Unidos. Pero ahora, (gracias al hermano Putin) Europa ha cambiado.
¿Qué gana Maduro desafiando a Europa y Estados Unidos precisamente en estos momentos? Absolutamente nada.
En política, a ese nivel, no hay amigos, hay intereses. Turcos, iraníes, cubanos y chinos están recordando por estos días este principio fundamental.
De modo que Maduro ha desperdiciado una oportunidad para sí mismo. Insistamos en ver esto desde el punto de vista de su egoísmo personal.
Decidir entre lo malo y lo peor
Pero también puede ser que esa actitud se explique en prioridades de carácter todavía más personales. De un tipo que supere el cálculo político. Tal vez sea el cálculo de no perder capitales propios depositados en la opaca economía rusa, tal como afirma algo información aún por confirmar.
En este, muy probable caso, es pertinente recordar aquella conocida frase de Nicolás Maquiavelo según la cual: «Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la perdida de su patrimonio».
Así pues estaríamos ante una dura perdida patrimonial, consecuencia de la (auténtica) guerra económica que las democracias más desarrolladas del planeta le han declarado a Rusia; afectado, como parece evidente, los interés de quienes se han apoyado en ese país a fin de evadir la sanciones que a su vez se le han impuesto.
De ser así, no queda más que evaluar las pérdidas y las posibles ganancias. Si es que hay serenidad emocional para decidir entre lo malo y lo peor.