Pedro Benítez (ALN).- A pocas horas del traspaso del Poder Ejecutivo en México, todavía es una incógnita saber si Nicolás Maduro atenderá la invitación que el nuevo presidente de ese país le ha hecho. Pero independientemente de eso, con este gesto hacia su par venezolano Andrés Manuel López Obrador le está enviando un mensaje a la región, al mundo y a los mexicanos.
El conocido dicho castellano afirma que “unas son de cal y otras de arena”. Nicolás Maduro puede decir lo mismo. Las elecciones este año de los presidentes Iván Duque en Colombia y Jair Bolsonaro en Brasil, fueron una muy mala noticia para él. Ahora tiene de vecinos a dos comprometidos adversarios de su régimen. Bolsonaro, que jurará el cargo el próximo 1 de enero, ya ha adelantado que a esa ceremonia Maduro no está invitado. Un claro recado de que la presión internacional en Suramérica sobre su régimen no cesará.
No obstante, el giro a la izquierda en México, el país de habla hispana más poblado del mundo y la segunda economía de Latinoamérica, es más que un respiro para él.
Si se cumple con lo previsto, Nicolás Maduro asistirá este sábado 1 de diciembre a la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Al menos eso es lo que espera Marcelo Ebrard, próximo secretario de Relaciones Exteriores de México y responsable de coordinar la presencia de jefes de Estado y de Gobierno en dicho acto.
Bolsonaro, que jurará su cargo el próximo 1 de enero, ya ha adelantado que a esa ceremonia Maduro no está invitado. Un claro mensaje de que la presión internacional en Suramérica sobre ese régimen no cesará
Al ser consultado por los periodistas sobre si invitaría a Maduro la respuesta de AMLO fue directa: “Bienvenidos todos los gobernantes a México, incluido Nicolás Maduro, no voy a descalificar a ningún gobernante extranjero”.
Ya en la campaña había advertido que no juzgaría la naturaleza de ningún gobierno extranjero (sea democracia o dictadura). Anunciaba así el regreso a la vieja política mexicana del siglo XX de no injerencia en los asuntos de otros países. “No me voy a meter en los asuntos de otros, porque no quiero que se metan en México”, afirmó en más de una ocasión.
Es lo que se conoce como la Doctrina Estrada, bautizada así por el canciller mexicano que la promovió como política de Estado de ese país en 1930, Genaro Estrada.
Sin embargo, con el fin de la era del partido único en México en 2000 y la transición a la democracia plena, los gobiernos mexicanos adoptaron como política la defensa de los derechos humanos como un valor de carácter universal y de los regímenes democráticos como una cuestión regional.
Ahora, tal como lo ha anunciado López Obrador, México vuelve a la línea anterior, con lo cual no se sumará a la política de condena al régimen de Maduro que sostienen la mayoría de los países del continente americano.
En medio de un creciente aislamiento diplomático y político esto para Maduro es una auténtica bombona de oxígeno. En especial de cara a la culminación e inicio de un nuevo mandato presidencial en Venezuela, que la Constitución vigente establece para el próximo 10 de enero. El ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno español, Josep Borrell (para nada sospechoso a estas alturas de ser hostil al régimen madurista), ha advertido públicamente que para la Unión Europea la legitimidad del actual presidente de Venezuela termina en esa fecha.
El desprestigio de Maduro como gobernante es hoy de tales proporciones que hasta la izquierda hispanoamericana evita retratarse con él. Su imagen es un fardo muy pesado para los que hasta hace no mucho eran sus aliados. Incluso el Papa Francisco le ha negado una nueva foto.
En la reciente Cumbre Iberoamericana efectuada en Guatemala se le advirtió que sus colegas del continente no lo querían ver, razón por la cual desistió de participar enviando en su lugar a su canciller Jorge Arreaza.
En el propio México esta invitación a la toma de posesión del nuevo presidente no ha escapado a la polémica y se suma a la cadena de controversiales anuncios que AMLO ha venido realizando en la larga transición mexicana que se inició con su abrumadora victoria del pasado 1 de julio.
Una de ellas, la suspensión de la construcción del Nuevo Aeropuerto de Ciudad de México, ha despertado las alarmas en el sector privado. A eso se suma esta actitud hacia Maduro que le permite a los críticos de AMLO sacar una vieja acusación: ser filochavista.
En este contexto la presencia de Maduro, que sólo generará controversia, amenaza con deslucir el inicio del nuevo sexenio presidencial.
No tomar partido es tomar partido
De modo que la pregunta que cabe hacerse es: ¿Qué gana López Obrador con esto?
Por un lado, es un asunto de identificación. Un ala muy numerosa de Morena, el partido del nuevo mandatario mexicano con mayoría en ambas cámaras del Congreso, tiene una abierta simpatía por el régimen chavista.
Es la tradicional izquierda mexicana muy identificada históricamente con la dictadura cubana y que por eso ha extendido esa devoción hacia sus aliados venezolanos. Eso es conocido.
Los gobiernos mexicanos adoptaron como política la defensa de los derechos humanos como un valor de carácter universal y de los regímenes democráticos como una cuestión regional
Así por ejemplo, el próximo titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, está casado con Rosalinda Bueso Asfura, quien fuera la embajadora en México del expresidente de Honduras, Manuel Zelaya, en 2009, año de su controversial destitución por parte del Congreso hondureño que la mayoría de los gobiernos de la región calificaron como golpe de Estado.
En aquella ocasión el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, fue muy activo en el apoyo a Zelaya y amenazó (e intentó) reponerlo en la Presidencia. En dos ocasiones pretendió introducirlo en ese país, una por vía aérea y otra terrestre. En las fotos que recogen momentos de aquella peripecia Zelaya siempre aparece acompañado por quien era canciller de Venezuela: Nicolás Maduro. De eso hace casi una década.
Así fue como Zelaya, un político sin credenciales izquierdistas, se transformó en una causa de la izquierda latinoamericana gracias a los buenos oficios de Chávez y de su canciller Maduro.
En México, Marcelo Ebrard, que fungía en la época como jefe de Gobierno de la capital, apoyó activamente al gobierno de Manuel Zelaya enviando a la policía a la embajada para que se permitiera el acceso de Rosalinda Bueso, que era leal a Zelaya y no al presidente que le había reemplazado.
Ebrard, que ha sido un aliado muy importante para López Obrador, ahora será canciller y es quien más ha defendido públicamente su posición, no sólo hacia Venezuela, sino también hacia Nicaragua y Cuba.
Pero además, es perfectamente razonable pensar que AMLO (que nunca ha manifestado simpatía por el chavismo pero sí por Fidel Castro) juegue a darles una prenda a sus aliados a cambio de que se traguen otras decisiones más pragmáticas que tendrá que tomar en relación a Estados Unidos.
Pero por otro lado, también puede haber razones de carácter ideológico que se pueden resumir en una palabra: polarizar. Por estos días ha reiniciado sus visitas a varios países de Latinoamérica el catedrático español y dirigente de Podemos Juan Carlos Monedero, quien sostiene que en el caso de México: “La polarización política ha sido una estrategia correcta”.
Monedero, que no oculta su entusiasmo por el ascenso de la izquierda en México, ya se ha dejado ver con personalidades del partido de AMLO, como Paco Ignacio Taibo II. Antiguo asesor de Hugo Chávez en Venezuela, Monedero sostiene la tesis de que la polarización, es decir, enfrentar a un sector de la sociedad contra otro por razones políticas, es algo necesario para afianzar el proyecto de poder.
Ahora, tal como lo ha anunciado López Obrador, México vuelve a la línea anterior, con lo cual no se sumará a la política de condena al régimen de Maduro que sostienen la mayoría de los países del continente americano
Esa teoría se puso en práctica en Venezuela y ha funcionado. En Argentina por más de una década funcionó. Monedero aspira a que funcione en España y, ¿por qué no?, en México. Su presencia en ese país por estos días no es accidental.
Venezuela es un tema que hoy polariza en Latinoamérica. Él lo sabe, sus correligionarios en México también y es probable que López Obrador, que de por sí es un líder que ha promovido la polarización en torno a sí mismo, también.
De modo que con la invitación a Maduro a su ‘toma de protesta’ (como se la denomina en México) AMLO no está desde su perspectiva cometiendo un error, sino enviando uno o varios mensajes sobre lo que hay que esperar de él y su gobierno dentro y fuera de su país.
Porque su actitud ante el tema Venezuela de no tomar partido sobre su forma de gobierno ya es tomar partido. Sacar a Maduro de su aislamiento lo demuestra.